miércoles, 22 de julio de 2020






SÓLO NOS COMPETE LA VIDA.

Es cierto, la muerte nos engaña con el pavor de lo evidente, pero, como decía Wittgenstein,  la muerte no es pensable, no constituye un acontecimiento de la vida.
Mi padre nos abandonó este lunes. A propósito de las palabras del filósofo austríaco, qué tiene que ver la historia sentimental, profesional, doliente o victoriosa de su vida  con sus restos materiales.
Lo que nos desconcierta y horroriza es que la persona desaparezca en un súbito proceso físico, que quede convertida en aquello que decía Borges en un cuento, una “reliquia atroz”.

Recuerdo que un día estábamos en la playa. Yo era muy pequeño, y sentado bajo la sombrilla, jugaba con la arena. De pronto, mi padre se levantó y se precipitó sobre las aguas. Comenzó a nadar y se introdujo tan adentro del mar, que casi le perdí de vista. Verlo tan lejos de la orilla, haber alcanzado tal distancia, me impresionó. Ahora, papá ha emprendido otro viaje y a semejanza del que hizo en el mar, en esta ocasión ese viaje es al infinito. Y el trayecto de ese viaje nos es inimaginable, a no ser que evoquemos los mejores momentos y aptitudes de la persona ausente.
Y aquí estamos, papá, en esta confusa y ardiente tierra, y algún día emprenderemos nosotros también ese viaje dispuestos a convertirnos en estrellas futuras en tu compañía.


 Epitafios probables para papá, sorteando, más o menos, las formalidades del género.:


Ahora estás fuera del tiempo,
pero persistes en la dulzura del recuerdo.


La muerte es una infame impostura.
Retornarás, retornaremos.


Qué suposición la muerte.
Sólo nos compete la vida.


Ignoro si he muerto.
La luz me lleva.


La evidencia es grosera.
Soñadme feliz
para que pueda volver.


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