miércoles, 15 de julio de 2020

FRECUENTANDO A SIJÉ.



RECONOCIMIENTOS Y “POSTUMECES”

A propósito de la colocación del busto en homenaje a Gabriel Miró en la glorieta de la ciudad de Orihuela, Sijé escribe un artículo sobre las razones de tales tributos, la  justicia y  la memoria.
Personalmente, Gabriel Miró siempre me ha parecido un personaje misterioso. Esa cadencia lenta y como etérea de su persona,  la suntuosidad de su escritura unida a esa suerte de ingravidez que resguarda, que absorbe su imagen hacia las estancias blandas del tiempo, son aspectos que describen su fenomenología huidiza, pese a todos los clichés en liza.
Sijé parece hacerse eco de estas particularidades y bellamente escribe: (Miró) aparece y se esfuma – como la estrella en la noche, como la nube en la tarde – en el horizonte sentimental levantino.
Miró es casi un personaje de leyenda, por ello a nuestra evocación responde de este modo tan sugerente. Sijé concluye, soberbiamente: Gabriel Miró es una conciencia estética: cielo y tierra, llanura y accidente, paisaje y paisanaje.
Pero el misterio no se limita a la configuración de personalidades densas y elusivas como la de Miró: el tiempo pasa y será el homenajeador quien se ponga en el punto de mira de otras exigencias y reclamaciones: ¿No se merecerá el propio Sijé un recuerdo del mismo tipo? Es cierto que Sijé y su hermano, Gabriel, tienen sendas calles en la ciudad de Orihuela, pero no sé hasta qué punto una personalidad tan sorpresiva en lo intelectual y ligada tan emotivamente a la figura del poeta, Miguel Hernández, no se merece, quizá,  algo más. Las circunstancias nos lo arrebataron pronto, pero esa precocidad que tanto define la calidad de la obra de Sijé, es precisamente, lo que le presta toda su singularidad en la historia del pensamiento y la crítica literaria española contemporánea. Recordar a Sijé es invocar una memoria literaria crítica y apasionada.     






EL ESPANTO DEL CONOCIMIENTO

En su artículo Defensa de la sencillez, Sijé observa que el desasosiego cognoscitivo del hombre, su asunción de disciplinas y saberes, ya representan un pecado contra la harmonía del origen preadánico. Nada más contrario al disfrute del edén que el acopiamiento de textos, de sistemas y teorías. La vida que se vive con naturalidad y felicidad se traba ante la urgencia  conceptual. Escribe: saber es condenarse… Y el que inventó el fuego, el número, la memoria, el artificio, en suma, encadenado está porque supo y enseñó, porque rompió los velos de sencillez y pureza.
Sin saberlo, Sijé hacía estas apreciaciones coincidiendo con Rilke, quien en los Sonetos a Orfeo, escribía: El hombre es abrupto porque quiere conocer.
El gran pecado del hombre es, precisamente, abandonar su inocencia originaria para saber en qué consiste el universo, querer conocer. La gran aventura intelectiva que se abre con esta inquietud nunca podrá cerrarse en los términos de la inmanencia y de la historia, humanas. El factor cuantitativo de la historia supone una acumulación informativa sin fin e inabordable. La circunscripción inmanente de la experiencia supondrá insatisfacciones a quienes no vean saciadas sus esperanzas en lo que la vida circunstancial ofrezca. Curiosa y paradójicamente, “la sencillez y pureza” son reclamadas por Sijé, un escritor productivo y un temperamento barroco cuya mayor alegría fueron, sin duda, las palabras y la literatura: expresiones artificiales de la inteligencia. Aunque, precisamente, quien maneje con maestría las palabras y la escritura, conoce bien cómo se multiplican los abismos que reclaman meditaciones y narrativas específicas.


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