Si increpamos a cualquier francotirador de izquierdas,
resultan claras cuáles son sus prioridades y dianas: la derecha, la
ultraderecha o afines. Lo que vengo captando sistemáticamente con respecto a
las belicosas reacciones de este bando político es su extraño silencio, su
opaco mutismo con respecto a elementos sociales relativamente actuales.
¿Por qué los cañones y toda la artillería se desembalan en un
segundo contra todo asomo por el horizonte de manifestaciones de la derecha o
la ultraderecha y cuando la situación la protagoniza un nacionalista o un
terrorista yijadista, la pasión con que la izquierda se autoreclama en su
dominio presunto de la verdad, se desinfla súbitamente o se expresa ostensiblemente
con mucha menor energía?
Los marcos de referencia de la izquierda sobre los que esta
ha dirigido su objetivo envenenado han sido meridianamente claros durante décadas
y podríamos decir que durante siglos. El tiempo, precisamente, ha sido el que
ha traído nuevos personajes al escenario político estos últimos años: el separatismo y el terrorismo islamista.
Lo que ha ocurrido es que para estas novedades, la izquierda
no solo no tiene acumuladas reservas de odio sino que no encajan con las
casillas y estereotipos de su ideología. La izquierda europea no tiene y sigue
sin tener una imagen clara y crítica del terrorismo islámico, por ejemplo, y
esto es: 1º porque es una actitud violenta de una cultura no europea que de
pronto ha aterrizado en nuestro territorio sin que nosotros la hayamos atraído
ni provocado, es decir, no hay una historia actualizada de este tipo de
confrontaciones; 2º, porque la izquierda sólo se activa contra posturas y actitudes
autoritarias, claramente predefinidas con respecto de qué bloques ideológicos
provienen y demás porque el respeto que la izquierda profesa por otras culturas
le prohíbe o le dificulta enormemente condenar acciones criminales provenientes
de estas, incluso realizadas en espacio europeo.
Aquí la izquierda se enfrenta a una doble problemática que se
define por su incapacidad repentina para introducir nuevas figuras sociales,
distintas a las tradicionales, en su marco crítico-conceptual, y por otro lado,
por la limitación que supone su ética que les obliga a una suerte de superstición:
ese exceso de respeto por lo diferente, lo marginal, lo no europeo, etc..., que
les lleva a una abstención de juicio crítico sobre los mismos cuando estos actúan
indebidamente o delinquen.
Si la izquierda se cree depositaria histórica de la razón y de la verdad moral, ahora le falta una dinámica interna que renueve y amplíe el horizonte de dilucidación que posee esa verdad y ese poder crítico. A la izquierda le falta, como a la política en general, imaginación política. Es una lástima que el centro haya desaparecido del espacio de representación europeo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario