miércoles, 24 de julio de 2024



DIARIO DEL CALOR I


Escribir es una forma de eludir el calor. Me he dado cuenta de que en cómo suframos el calor, el componente psíquico es importante. Es decir, que puedo idear algún tipo de actividad que me haga sortear las incomodidades que el calor produce. En mi habitación y a pesar de disponer de aire acondicionado, el calor me sume en un desasosiego interminable. Se me ocurre ponerme a escribir, invento un diario en el que vaya a dar cuenta de las insufribles vicisitudes en que me sume el calor. Tras haber estado un rato escribiendo, percibo que ese tiempo en que he estado escribiendo NO  he sentido las angustias físicas del calor. Luego, el elemento anímico e íntimo, siempre resulta determinante en muchas de las circunstancias en que nos vemos envueltos. Esa cantidad cuasi innumerable de dolencias con que se ven atosigados en la consulta los médicos de la Seguridad Social, tiene una explicación parcial importante y secreta: su origen subjetivo. Todo dolor, en suma, es un dolor moral.   

 

Voy por la calle a media mañana. Bajo la lluvia de fuego del sol hago el esfuerzo de abstraerme de la incomodidad que estoy atravesando. Por unos instantes veo mi sombra en el suelo y logro distanciarme del hecho ineludible de que camino bajo el sol y que me estoy achicharrando. Luego continúo andando y olvido todo ejercicio súbito de evitar con mis poderes secretos el influjo bestial del astro rey.



Hago memoria de las veces, de las temporadas, de los años en que, durante el verano, he atravesado las periferias de Alicante y Murcia con mi cámara fotográfica, con la mítica Voitglander; de las veces en que bajo la desolación amarilla del sol he pasado por huertos, caminos de campo, restos de campamentos gitanos, estaciones de tren, casas en ruinas… Parte de las fotografías que entonces hice por tales enclaves en los noventa, las mostré en la Exposición que realicé en las salas de la desaparecida CAM. Al revisar estos recuerdos, se me abre el abismo del tiempo, me doy cuenta de la cantidad de veces en que me he perdido voluntariamente por ahí y de las cosas que desde entonces han ocurrido en nuestras vidas. Me angustio, me desolo y  me fascino en soledad viéndome a mí mismo perdido tantas veces en las siestas de 1992, de 1993, de 1994, de 1995, de 1996, de…. En estas estoy cuando comienzan a venirme a la cabeza las sensaciones que estoy experimentando con alguna de las notas del diario íntimo del escritor Pierre Loti, cuya lectura he recuperado hace unos días.   El autor visita el lugar donde nació, tras uno de sus viajes como marinero, treinta años después. Y rememora sensaciones e imágenes de su infancia.  Nos habla del tipo de flores que crecían alrededor de la puerta de su casa, de los sonidos al atardecer, del tipo de personas que solía ver desfilando a determinadas horas, del perfil de la torre de la iglesia que se dibujaba contra los cielos crepusculares, etc...  Estas anotaciones las realiza en su diario a fines del XIX. Yo, al leerlas ahora comienzo a abismarme dulcemente en el tiempo, viajando con lo que Loti describe. Y como si se produjera un contagio por semejanza de ámbitos, recuerdo ahora las memorias que escribió Lawrence Ferlinguethi poco antes de morir, y cómo habla en ellas del remolino del tiempo, de los remolinos del tiempo que han pasado y se mezclan en un gran todo que la memoria refleja. Cómo todos los acontecimientos históricos y personales se sumen en un abismo que viene a ser el mismo y cómo de tal abismo somos capaces de emerger con un mínimo de conciencia a través del poder vacilante pero duradero de la memoria. Unos tiempos remiten a otros, todos se suceden sin conocerse pero son de naturaleza común. Y en el tiempo, a través de las bandas y cintas corredizas del tiempo viajan nuestros deseos, nuestras pasiones, lo que fuimos y de algún modo somos todavía.  Podría seguir saltando de texto en texto, pero es el azar el que me lleva y me ha colocado delante los que he referido.  Ferlinguethi y Pierre Loti, qué demonios tiene uno que ver con el otro. Nada, aunque, bueno, llevaron vidas viajeras y ambos son personajes cosmopolitas. Yo que apenas soy una línea trazada en el vacío, me alejo cada vez más de todo acontecimiento, pero confino en la crepuscularidad que Loti invocara, ese tiempo remoto que sin embargo protagonizamos y fue, curiosamente, el nuestro, el que vivimos.    

  

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