miércoles, 2 de octubre de 2024

TIERRA EN BLANCO Rosell Meseguer



 

Desde que Marcel Duchamp bautizara  como “objeto encontrado” a cualquier cosa que hallada en cualquier lugar, estimulara la imaginación creadora del artista, el abanico de opciones que se abría para el creador, no solo suponía articular nuevos espacios de representación, potenciando la capacidad de metaforizar el mundo, sino que el propio artista venía a investirse de un poder soberano a la hora de dotar de significación estética a todo aquello que él señalara o escogiera del variopinto repertorio de cosas del mundo.

Las derivas del arte actual,  los requiebros teóricos con que se ha justificado y  arropado toda emergencia plástica nueva, lo que  han buscado ha sido reubicar al artista frente a su trabajo y la sociedad a la que pertenece.

El artista ya no puede representar a la sociedad de su época pintando jardines o paisajes. Al menos, no haciendo solo eso. La aventura del arte en las últimas décadas ha sido tan vertiginosa como sorpresiva a partir del rebasamiento del concepto tradicional de representación. Y cierto es que, traspasados todos los límites, el objeto estético, parece rebotar de confinamiento algo aturdido a la hora de legitimarse.

Por fortuna para todos, el artista de hoy todavía puede presentarse como señalador de lo que posee una significación propia en el orden de las instituciones y productos humanos.

Si el arte ya no puede representar o explicar el mundo, la sociedad a la que pertenece, sólo tiene que diseñar estrategias  interpretativas que desplieguen capacidades visuales o performativas nuevas cuya finalidad sea  la de recuperar ese poder representativo.

Cuando la obra de arte es auténtica, haga lo que haga, presente lo que presente, el arte poseerá ese poder nominativo de señalar un fragmento de mundo emprendido, de universo resuelto.






Que el arte recupere su ministerio implica que nos muestre lo que nos muestre, eso que nos muestre es el mundo hoy. Y tenga la apariencia que tenga, se trata de un misterio.

Si para el artista que desea ponerse manos a la obra, el mundo actual implica un despliegue de fenómenos y espacios, circunstancias y universos disponibles para ser tratados, secuenciados, multiplicados, borrados,  también el mero curso de lo real posee un atractivo medular por ser, precisamente, eso, real.

Si me extiendo en la reseña-presentación de la artista que expone en Las Verónicas es porque su tipo de obras tienen mucho que ver con esta búsqueda estratégica que desde la invención teórica, obliga al artista a poner su mirada de nuevo en los grandes concursos simbólicos, y provoca que el arte recupere su ministerio representativo.

Como lo ha sido siempre, el artista se parece al poeta: es una suerte de médium que localiza las fuentes significativas de algo, percibe el empaque metafórico de enclaves y actividades, y a partir de un trabajo pictórico o fotográfico, “documenta” lo que viene a convertirse en fenómeno, en acontecimiento simbolizante.

Si el poeta consigna con palabras aquellas experiencias que serán trascendentes para la memoria, la labor del artista es hacer lo mismo pero a través de otros lenguajes. Fotografía, video e instalación son los medios con que  Rosell Meseguer ilustra su viaje especioso.







Con esta exposición y que se nos presenta de modo más que explícito en el título de la convocatoria, Tierra en blanco, el artista es otra vez quien escoge los espacios naturales y los modificados por la acción humana, como referencia motivacional. Las simas de la tierra, las obras antiguas en minerías, excavaciones, descubrimientos arqueológicos son los elementos que articulan en contundentes relieves, los itinerarios de Meseguer.

Es cierto que me pregunto: ¿alguien que no conozca en detalle la historia del arte en los últimos 50 años, puede disfrutar de una exposición como esta?...

Las vertientes conceptuales, el empaque académico no debieran determinar en exceso la obra de arte, pues si no captamos la incidencia simbólica, las alusiones numinosas que albergan las obras, todo podría quedar en el simple documentar una actividad…

La elección del artista tanto de su objetivo a representar como del desarrollo de las técnicas a utilizar, no son porque sí, obedecen a un deseo comunicativo, a una provocación del hecho o lugar a convertirse en testimonios plásticos.

Vuelvo a señalar y a la vista de la exposición de Rosell Meseguer, que el trabajo de pintores y poetas se revela como muy próximo. La naturaleza está viva y el repertorio de enclaves que el hombre va dejando sobre su anfractuosa superficie son urdimbres de signos de los que tanto la memoria escrita como la sensibilidad del artista, darán específica cuenta.   






TIERRA EN BLANCO Rosell Meseguer

  Desde que Marcel Duchamp bautizara   como “objeto encontrado” a cualquier cosa que hallada en cualquier lugar, estimulara la imaginació...