¿UN
COLOR? LA HARMONÍA
Paul
Cezanne
Tras leer esta colección
de artículos y recuerdos escritos por artistas y periodistas que conocieron al
pintor, Paul Cezanne, me he
sumergido en cierta melancolía, esa melancolía que se experimenta cuando se
presiente que determinadas cosas bellas y entrañables han ocurrido una sola vez
en el mundo y ya no se van a repetir.
Leyendo las impresiones
de quienes visitaban al artista en su refugio en el sur de Francia, cómo
destacan sus rarezas y peculiaridades, el estado de su taller, a qué horas
pintaba, cómo lo hacía, cómo él mismo valoraba su obra, encuentro un aire de
acontecimiento y autenticidad en los documentos que no puede sino hacernos
estremecer al darnos cuenta de que tales primores, estas delicadezas y este
interés ya no se reproducen con ningún artista actual. Se percibe una
expectación, una fascinación más o menos soterrada en quienes adivinaban en el
autor a un genio y cuya obra presentaba singularidades únicas que podían ser infravaloradas
o ignoradas. Personajes y obras como las de Cezanne indicaban que la
sensibilidad pictórica había cambiado.
Joan Miró elogiaba el
genio vaticinador de su colega, observando que este no era meramente un pintor
de bodegones y de retratos más o menos desencajados. En su obra pictórica se
rastreaban los signos de lo que poco después sería la gran revolución estética
con la eclosión multitudinaria de las vanguardias plásticas y su
diversificación en múltiples tendencias.
Consultando estas notas
editadas cuidadosamente por Confluencias
se percibe ese gusto entrañable por los pasos específicos técnicos y maestría
creativa de quien se consideraba, sólo, un “anciano
que se dedica a pintar”, pero también de quien desde su humildad y
retiro se atrevía a decir como
alquimista impostergable: yo quiero reproducir
la esencia cilíndrica de los objetos.
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