martes, 26 de agosto de 2025


LA MEMORIA ACTIVA DEL ARTE 

Ojalá pudiéramos invertir las significaciones pesadas y melancólicas vinculadas a lo que llamamos memoria y, abandonando su concepto como depósito de espectralidades, la concibiésemos como un flujo actualizable de situaciones y hechos.

Algo de este último aspecto es lo que he experimentado con un video que tras la friolera de 35 años he podido por fin visualizar. José Ramón Da Cruz  filmó un video de creación junto con un grupo de amigos en 1990.  Se trata de una evocación más bien fantasmagórica y muy personal de la famosa hazaña con que culminó en 1969 la conquista del espacio: la llegada del hombre a la luna. El video se llama Amstrong. Un trazado de recuerdos en sepia e imágenes surreales articulan esta pieza que a día de hoy guarda su notable factura, teniendo en cuenta que fue durante la década de los ochenta y los noventa cuando el video creativo experimentó su mayor producción.

Lo que me emociona del video es que entre el desfile de fantasmas y sugerencias visuales varias, aparece un viejo compañero de pensamientos y cavilaciones, y gran amigo. El señor José Antonio Ortuño nos impacta en un momento determinado del video consumiendo como un alienígena un montón de espagueti.

Ver a mi amigo actuando ahí, tras tantos años después,  curiosamente, no me sume en tristeza ninguna. Creo que el adverbio ahí de mi frase lo dice todo. No lo veo en ningún pasado esfumado o remoto sino apareciendo bajo el marco contundente de la cámara soñadora.

Afortunadamente la obra artística funciona aquí como actualización, como presencia inmediata a través de la imagen y lo que se gestó hace más de treinta años aparece como producto reciente ante mis ojos. La obra de arte, en este caso un video, se convierte en una atmósfera incorruptible y ha conservado las actuaciones, la dimensión de los gestos, tal y como se efectuaron.

La magia del arte también consiste en conjurar el tiempo. Y me resulta tan reciente la actuación de mi amigo así como la filmación del video, que no entiendo que no esté ya participando en otro para confirmarnos en la idea de que la energía de lo artístico es lo que nos lleva. Todavía y siempre.    







lunes, 25 de agosto de 2025

OTRAS MÚSICAS EUROPEAS



Evitaríamos perdernos en  excusas teóricas a la hora de definirnos ante los otros si simplemente nombrásemos los motivos concretos que nos hacen ser certeramente felices. A unos les bastará con tomarse un par de cervezas junto a unos amigos, otros elegirán quizá la lectura o el cine, y también  habrá quien en el ámbito estricto del propio trabajo halle elementos lo suficientemente variados para alcanzar la plenitud personal.

Si he de referirme al abanico de preferencias personales que me procuran una gran satisfacción, hace tiempo que descubrí un pequeño universo insólitamente vívido y de veras alternativo: la música de países como Hungría, Bulgaria o Rumanía.

El inglés suena por todas partes y hace tiempo que ya no hay directores de cine o artistas europeos que supongan una alternativa notable a la oferta anglosajona. Es más: nos creemos que sólo la  música de procedencia norteamericana o británica se configura como la única música pop.


Cuando descubrí las músicas de los un tanto despectivamente llamados “países del este”, creí asistir a una prolongación de los territorios musicales, a una progresiva revelación de  mundos y motivos, a una nueva narrativa musical con la que yo, oscuramente, había soñado contra las formas imperantes. Efectivamente. Las músicas de Bulgaria o las de Hungría afirmaban la originalidad europea y señalaban a notables orbes musicales que poseían sus propios representantes clásicos.

Los flujos sonoros búlgaros, los virtuosismos de violín húngaros y el estallido de genialidades musicales que procuraban los confines rumanos, suponían la multiplicación hasta el infinito de las potencialidades artísticas del Viejo continente desde un mismo lenguaje: el musical

A las músicas de estos países debo añadir las de la antigua Yugoslavia, esas contundentes bandas de percusiones y vientos, comprendidas actualmente, como expresiones típicas de Croacia y Serbia.

Escuchar las músicas de estos países en cuestión, me hace viajar a un mundo de nuevas heroicidades y esperanzas y además, como apuntaba antes, me producen una felicidad inmediata, esa felicidad que, en suma, sólo la música, arte temporal por excelencia, encarnación del presente absoluto, sabe realizar.  


viernes, 22 de agosto de 2025

SUMAS V

 


 

Acabo de enterarme de la muerte de una prima mía. Como siempre ocurre con la muerte, el primer impacto te sume en la incredulidad. Casi inmediatamente después te crees soñar la realidad, todo se vuelve extraño, espectral, remoto. Y también, lo confieso, experimento cierta pereza, cierto cansancio ante las obligaciones sociales a que te obliga un suceso así. Será porque la mente ya está cansada después de tantas muertes en el entorno familiar. Ya resulta imposible asumir una desaparición infinita como para tener fuerza para las representaciones sociales. Y sin embargo en el encuentro con los familiares del desaparecido reside una semilla de esperanza: reiniciar el diálogo entre nosotros como almas que somos.

   

 

 

Suena por la radio música de los hermanos Carpenter. Se me retuercen las entrañas de melancolía. Viajo de inmediato al cálido, cursi y sentimentaloide mundo de sensaciones adolescentes de los años setenta convertido en pura y temblorosa espectralidad. Necesito algo de James Brown, algo de Stockhausen, música serbia de viento y percusión, rápido, algo contundente que me traiga a la vitalidad estallante del ahora…

 



Dios confía en ti. Esta frase, que creo, procede de alguno de los libros de la Biblia, la escuché el otro día en un video y me estremeció hasta las lágrimas. Qué insólito chute de esperanza y vigor. Dónde está colocado el inicio de toda revolución: en mí.  Ni más ni menos.

 

 

Observo un video de desfile de modelos. Intento turbarme lo menos posible con la suculenta exhibición de curvas, carnes en movimiento, cabelleras hechizantes y miradas encantadoras. Intento observar con objetividad lo que se me ofrece. Es un milagro que hay que agradecer al cielo el que semejantes bellezas a las que hay que añadir ternura, bondad y comprensión, existan entre nosotros, teniendo que vérselas con los orangutanes que pululan por ahí….

 

 

Todos los días me tropiezo con extranjeros: africanos, magrebíes, subsaharianos, mujeres veladas pululando libremente por las calles. Es precisamente esta inercia, esta rutina de la no comunicación, de la inexistencia de diálogo lo que me exaspera. Cómo me acuerdo de aquellas palabras de Mircea Eliade cuando exponía que ante el devenir de los nuevos siglos, se hacía  incuestionablemente urgente llevar a cabo no sólo una hermenéutica de las grandes religiones sino obligarlas a dialogar entre ellas. Describir la cola del Mercadona casi confirmaría la presencia de identidades, culturas y religiones en un mismo espacio de convivencia, pero la realidad es que simplemente coexistimos sin que se obre el milagro de la verdadera comunicación, ya que esta sí alteraría  positivamente la uniformidad reaccionaria de creencias e ideologías.

 


sábado, 9 de agosto de 2025

ESPIGAS HACEN BOSQUE Jose Antonio Fernández



Tendemos casi inercialmente a despreciarnos, creyendo que observaciones que pudiéramos realizar sobre aspectos de determinados ámbitos, por no ser profesionales de tales ámbitos, no resultarían interesantes o perspicaces.

Esto puede aplicarse al motivo que comentaré brevemente aquí.

Últimamente, en España y no sé si en otros países del mismo modo, el aforismo se ha convertido en un género literario más, asociado a las expresiones literarias de  formato pequeño, breve, o bien, minimal, si se prefiere. Esto tiene una lectura histórico-crítica interesante que vendría a referirse a las razones por las que los escritores, en los últimos años, prefieren tales formatos quintaesenciados o fragmentarios. Otro aspecto interesante aludiría a la autoría de tales obras. Y es a través de tal aspecto por el que filtro el matiz que desearía resaltar.

Para la práctica del aforismo no se precisa ser filósofo o un profesional del pensamiento. Tener una importante experiencia como lector y, parejamente,  ser un aficionado a la escritura, atesora la posesión de un vocabulario notable,  (tener lenguaje), así como asegura el ejercicio y el estímulo continuo del pensamiento: relacionar, contrastar, sintetizar. La lectura es alimento óptimo para el cerebro. El dinamismo intelectual se preserva y potencia con el flujo de correspondencias y definiciones con que la lectura surte a la mente.

Creo que experiencia lectora posee sin duda, además de práctica literaria, mi amigo José Antonio Fernández, y una delicada prueba de ello es su, creo, último libro, que Polibea edita con su cuidado característico, este Espigas hacen bosque, conjunto de aforismos a través de los que su autor nos concede chispazos de humor y agudeza.

El libro está divido temáticamente -  sobre: el pensamiento, la ambición, lo humano y el dolor - y es esta división lo que ordena un material que ya de por sí, tiene que ser preciso y brillantemente alusivo. Lo que un aforismo hace es, a veces, cogernos por sorpresa y revelarnos, con expedita elocuencia, aspectos de la realidad: la conciencia y la ciencia se zancadillean  (en este caso hasta con expresiva aliteración); en otras ocasiones, cuestiones de forma resultan básicas: Depende de cómo digas la verdad no estás diciendo la verdad. En otros momentos, la obviedad se muestra doblemente significativa, como alusión y como expresión con aire de greguería: Si las flores tuvieran ojos las miraríamos de reojo; o bien: Si el mudo hablara daría mucho que hablar. El humor resulta siempre incisivo y es uno de los elementos más inteligentes presentes en la confección del aforismo y, también, en esta colección que nos brinda Jose Antonio Fernández, quien la remata con una serie de composiciones poéticas breves, de las que resalto este sorpresivo y memorable ejemplo:

Todos se están yendo.

Se mueren y no me dicen

lo que están viendo.

martes, 5 de agosto de 2025

EL AFORISMO DE WALLACE STEVENS



Sí, digo el -  artículo determinado, masculino singular - , refiriéndome al aforismo más insólito de este exquisito poeta y uno de los más desconcertantes que he leído por lo que, en definitiva, implica.

Wallace Stevens viene a ser un continuador en el ámbito anglosajón de las poéticas de Mallarmé y es uno de los poetas más importantes de Norteamérica en el siglo XX.

Los aforismos que Stevens escribió están relacionados fundamentalmente con cuestiones de estilo literario, con el papel de la imagen y las implicaciones lingüísticas específicas que supone el compromiso con la palabra. En definitiva, son una sucinta derivación reflexionada sobre las  poéticas posibles dentro de la llamada poesía pura.  

El aforismo en cuestión que tanto me ha turbado desde que lo leí en una edición completa de su obra en Lumen, dice así: A la larga, la verdad no importa.

Recuerdo que cuando lo leí me quedé pasmado, sorprendido tanto del hallazgo intelectual como de lo que tal afirmación venía a suponer en todo ámbito. ¿Cómo que la verdad, al fin y al cabo, no importa?

No creo que en Stevens hubiera ningún afán destructivo o desmitificador, ninguna idea de poner patas arriba toda empresa humana. Simplemente, se atrevió a escribir su apreciación y lo hizo con tal llaneza que es difícil, en principio, rebatir.

Sobre todo, resalta en este aforismo una dimensión práctica, que es, creo yo, desde la que Stevens ha realizado su valoración de la realidad. Tal dimensión, desde luego, tiene que ver con los efectos ineludibles que el tiempo viene a producir sobre toda criatura  y rincón del planeta. Esos efectos del tiempo, aplicados al hombre, a sus deseos, aspiraciones y empeños, queman, rasuran, van liquidando o relativizando notablemente la energía de tales pretensiones.

Decir que “a la larga, la verdad no importa” quiere decir, en una primera instancia,  que todo el desasosiego y la angustia con que hemos confeccionado nuestros planes de trabajo y relación humana, y que han consumido tanto nuestros cuerpos como nuestros espíritus, no merecían tanto sacrificio, ya que el paso del tiempo iguala aspiraciones y engloba en un resultado común lo que disparejamente nos ha obsesionado conseguir.

La calidad prismática de todo buen aforismo, hace que apenas avancemos en la mirada reflexiva, una de las caras proyecte un reflejo distinto. Es por ello, que lo afirmado por Stevens no deje de aludir, en definitiva, a la vanidad de las convulsiones revolucionarias, a la falibilidad de toda ideología.

El aforismo también puede insinuar la misión fallida de elaborar teóricamente lo que sea la verdad sobre el hombre, su lugar en la tierra, su relación con sus semejantes, o su destino trascendente. Al fin y al cabo, nunca confirmaremos la certeza absoluta de ninguno de estos aspectos, y nuestro cerebro habrá diseñado con todo el esfuerzo del mundo, cientos de explicaciones posibles sobre nuestro origen que al luchar entre sí, perderán eficacia o credibilidad.

Intentar definir la verdad, hacerse con ella, desear hallarla es una prioridad humana destinada a la exasperación, a la confusión, al desencanto progresivo. Es preferible contentarse con lo que tenemos, con lo que hemos conseguido y sabemos que podemos dominar, con lo más inmediato de la realidad que ya conocemos y nos pertenece, cognoscitivamente al menos.

Sumirse en la trabazón infinita de dilucidar la verdad con el riesgo de enfrentarte, incluso físicamente, a los otros, puede ser una  obstinación excitante, pero a la larga, el aquí de la realidad, el instante que se vive, se desarrollan en espacios muy distintos, ajenos a tales pruritos. Ante el variado decurso de la vida, el asunto de la ideación de la verdad, es algo remoto, parece aconsejar el aforismo de Stevens.

Pero, entonces, ¿qué ocurre con las utopías y la función social que han desarrollado, con la gran aventura ideológica e intelectual del hombre que ha producido imágenes del cosmos válidas y brillantemente inteligibles?

No creo que Stevens niegue todo esto, ni la esplendorosa historia del arte, ni el vertiginoso despliegue tecnológico, ni los objetivos harmoniosos de la religión, ni los sueños del hombre. Simplemente, desea que nos ubiquemos en regiones más prácticas y accesibles, nos aconseja que olvidemos la convulsiva misión de presentar conceptos definitivos: que amemos la verdad pero que no seamos fanáticos de la misma.    

 

YO HUBIERA O HUBIESE AMADO Diario íntimo 1974 Felix Francisco Casanova

  Como todo buen romántico, confieso que me fascina la muerte. No me refiero al dolor que produce en los seres humanos, claro está,   sino...