lunes, 10 de enero de 2011


EL FIN DE LOS LIBROS. Octave Uzanne.

No, no se trata de ningún ensayo reciente poniendo el grito en el cielo contra el avance de la digitalización universal dispuesta a acabar con el libro impreso, sino del sorpresivo título de un relato escrito hace 117 años por un, para mí, desconocido escritor y editor llamado Octave Uzanne, vinculado al simbolismo finisecular francés - esa época fascinante del espíritu literario que parece ser una fuente inagotable de autores por descubrir, entregados a las disquisiciones más exquisitas del verbo y de la estética.
Cuando escuchamos que los libros van a desaparecer, nos entra la alarma en el cuerpo, pero no es la literatura sino el soporte en el que ésta se ha conservado y transmitido lo que, supuestamente, va a desaparecer o ser sustituído por otro. La reflexión de Uzanne en su relato, marcha en este sentido, es decir, viene a reflejar la adecuación del hombre moderno y sus sentidos a los nuevos inventos que el progreso está surtiendo prolíficamente a la sociedad: en la sofisticación de los mismos radicarán los cambios en las formas de lectura y almacenamiento de la literatura. "El ascensor acabó con el uso de las escaleras en los edificios; del mismo modo, es probable que el fonógrafo destruya la imprenta". Uzanne expone que los libros del futuro inmediato no serán impresos sino grabados en rollos portátiles de cera, ya por los propios autores o por actores de acendrada articulación verbal. Estos rollos serán "tan ligeros como un portaplumas" y cabrán en el bolsillo. Casi parece esto la descripción arqueológico-arcaica de un pendrive de nuestros días. Pero el escritor francés, en realidad, no inventa nada, sino que se muestra lógicamente consecuente con el devenir tecnológico, extremando las posibilidades de los inventos y aparatos ya existentes en su momento y adaptándolas a las necesidades y comodidades del usuario-lector. Ahora bien, Uzanne tiene un par de ocurrencias que han acabado por cumplirse, más o menos, tal y como las imaginó: "Las bibliotecas se convertirán en fonografotecas", cosa que, efectivamente se ha producido, y :"Los comunicados que lleguen por teléfono serán inmediatamente transcritos por un ingenioso aparato insertado en el receptor acústico", que podríamos interpretar como un vislumbramiento del fax o de los depósitos de voz de los teléfonos.
Uzanne habla de los teatrófonos. La nota explicativa a pie de página de la traductora, ha confirmado, para mi sorpresa, un dato que el médico viajero Antonio Pulido recoge en su libro Plumazos de un viajero, publicado en 1893 y que cuando lo leí, me produjo cierta incredulidad. Pulido visita una exposición de electricidad en Viena, y anota: "... hay ya numerosos aposentos para la audición telefónica de la ópera". Efectivamente. Los teatrófonos era el nombre que recibían la serie de hilos telefónicos que, conectados a los teatros, permitían las audiciones operísticas desde casa.
El lamento por el final de la palabra escrita, enfatizado por la cita del Hamlet shakesperiano - Words, Words! - con que concluye el relato, me ha hecho recordar cierto cuento de Borges, pero mientras que Uzanne se fascina, superticiosamente, ante el despliegue de la técnica que liquidará el objeto libro, la suposición de Borges es más filosófica y ardua: si todo se extinguiera, quedarían las palabras solas sin nada físico que nombrar, lo cual no deja de ser un modo sutil y melancólico de afirmar el versículo bíblico "Al principio fue el Verbo", pues en el tesoro conceptual de esas palabras solas, subsistiría, de alguna manera, el mundo que desapareció.

1 comentario:

José Antonio Fernández dijo...

Buena entrada.
Efectivamente lo que cambia es el continente pues el contenido en un libro digital es identico al de un libro impreso. Pero no hay que quitarle importancia a eso pues en un vino bueno la botella es primordial. Yo soy de la vieja escuela, de momento.
Saludos.

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