jueves, 15 de septiembre de 2011


ELOGIO DE PARÍS
VÍCTOR HUGO
El que imagine la totalidad de los textos - cualquier texto - como la comunidad rotatoria del pensamiento universal y que la editorial Gadir diseñe exquisitamente sus pequeños volúmenes, ha excitado lo suficiente mi voluptuosidad intelecto-sensorial como para impulsarme a adquirir este libro casi nada más verlo. Y qué bien dosifica Gadir sus entregas y selección de obras, creando, también, como lo hacen todas las buenas editoriales, su semisecreta comunidad de lectores.
Conocida es la grandilocuencia del genio romántico del autor francés que nos ocupa. Efectivamente, a Victor Hugo le pierde la verbosidad y el profetismo, valga el neologismo: forma parte del conjunto de signos que su discurso encendido lleva consigo. Ahora bien, esto no quita para que en medio de expresiones henchidas y más que dejes visionarios, que se disfrutan de igual manera, su opúsculo - este Elogio de París - se vea surcado de fulgurantes juicios que sintetizan densos períodos de historia y de frases antológicas. En realidad, su retórica no es sino el alterado producto que la pasión por la verdad y la justicia efectúa sobre una inteligencia generosa que procura ir más allá de la teoría, la inteligencia de un hombre de letras, pero sobre todo, poeta.
Victor Hugo nos cuenta con brevedad luminosa cómo París nació de sus arrabales, la lucha colectiva de una sociedad "en pos de la Idea", que le llevó a desembarazarse de siglos de crueldad y de tiranías.
Independientemente de la grandeza de su historia - París es Francia -, de los pormenores de su época revolucionaria y de su función intelectual en el seno de la Europa moderna que la convierte en un misterio profano - "París trabaja para la comunidad terrestre" - hay un par de detalles que nos la ubican más cerca y en consonancias menos hiperbólicas: las prevenciones ante Prusia, que política y militarmente va creciendo amenazadoramente, o bien, ese poso gótico, canallesco del país de Sade: "Una cierta aceptación hacia los ladrones y los murciélagos ha caracterizado durante mucho tiempo las calles de París", que viene a ser algo más que un toque folclórico, el punto iconográfico del malditismo urbanita que simbolismos, decadentismos y surrealismos explotarán y encarnarán después.
Este texto fue escrito con motivo de la Exposición Universal de 1867, y ante la multiplicidad de formas y técnicas de procedencia internacional que ello supone, diríamos que Victor Hugo adapta sutilmente la unidireccionalidad del canto a la ciudad del pensamiento: "Cada pueblo tiene su patrón del porvenir, que es una extravagancia". Pero si París es - fue - la ciudad de la moda, cada moda es también una extravagancia, como lúdica extravagancia es en sí una Exposición Universal, cuyos abigarrados brillos son para Hugo el festejo de los avances reales de la utopía.

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