miércoles, 4 de julio de 2012

Venetian Boy




Ya sabemos que el tiempo existe y no existe: aunque envejezcamos o las energías no se muestren tan insolentemente como antes, siempre somos los mismos. El presente está embadurnado de pasado y sometido a un devenir incesante de modificaciones y movimiento. También conocemos de sobra los derrames sentimentales y de extrañamiento que una fotografía, aureolada por las décadas, puede producirnos.
Pero a veces, esta maldición del tiempo, puede quedar sorpresivamente conjurada.
Esta foto de Stieglitz , Venetian Boy, tomada en 1887, siempre me ha fascinado desde que la descubrí, pero no por los efluvios melancólico-fantasmales que una imagen antigua pueda desprender o de los que pueda estar impregnada, sino por todo lo contrario: por cómo tales ebriedades están aquí disueltas, dispersas, inexistentes. Veo tan claramente al chico mirarme con el descaro y con el arrojo que le ha prestado la vida callejera, lo veo tan nítidamente ahí que la fecha de la imagen - 1887 - me parece tan remota como ilusoria. Tan sólo los vagos elementos arquitectónicos del fondo y esa cuerda de golfillo con la que se sujeta los pantalones, parecen ser datos específicos de otra época. Pero su mirada no está sometida por el tiempo sino por las circunstancias: Venetian Boy, chico veneciano, que se ganaría la vida mendigando o robando, o quién sabe qué. Esa mirada de desafío, de resistencia, no sabe nada de romanticismos ni de desfallecimientos líricos. Nos mira desde su circunstancia y su juventud, es decir, desde la actualidad. Las lánguidas idealizaciones que asociaríamos al  fin de siécle, se ven rebatidas aquí, sorpresivamente, por una imagen contemporánea del simbolismo y del decadentismo. Una imagen tranquila, escueta, pero rebelde, una imagen que, ajena a fantasías literarias, restituye la marcha del tiempo al paso corriente de todos los días, a la dura cotidianidad sólo remontable por la energía que esa mirada contiene y retiene. Mirada que se dirige directamente a nosotros, desde su ahora a nuestro ahora, del que, probablemente, poco difiera.        

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