jueves, 26 de diciembre de 2013

LA VIDA ES SUEÑO


 



Cuando estuve en Madrid, la segunda noche, creo, tuve una pesadilla. Soñé que una tía-abuela, fallecida hace unos 12 años, me llamaba por mi nombre. La voz era como un aullido, procedía de muy lejos, y yo experimenté un auténtico pánico. El miedo específico que se tiene no a una agresión o a una amenaza, sino a lo específicamente espectral. Jamás había tenido un sueño de estas características, es decir, tan explícito.
Dos días después, la primera noche de mi regreso de Madrid a Orihuela, un chillido me hizo saltar de la cama: mi madre sufrió una caída que ha supuesto un antes y un después tanto en su vida como en la mía. Esta mañana, todavía semidormido, la voz fantasmal de mi tía me ha hecho recordar las veces que mi madre, desde su cama, me llama par la que la levante. Cada vez que me llama, siento una punzada  en el corazón que sólo se diluye cuando alcanzo su lecho y entra la luz del día en la habitación y compruebo que no ocurre nada grave. Interpretar, interpretar… ¿Era una suerte de aviso ese sueño, a pesar del terror que me produjo, por qué esta sucesión de voces terribles de seres queridos llamando a través del sueño, del sueño que es también la vida? Para Jung nada de todo esto sería banal. A veces pienso que la interpretación de los sueños se hace confusa y difícil porque éstos se asemejan a emisiones de radio que vinieran de puntos remotos en el espacio y cuya recepción, defectuosa por las grandes distancias  y las interferencias,  no resultara nunca clara para el oyente. De este modo, una música que se escuchara deformada por el ruido que la envolviera, produciendo una sensación inquietante, sonaría muy distinta, inteligible, cercana, "humana", limpia de todo ello. La idea órfica del mundo como una red de mensajes secretos, como "un bosque de símbolos", es algo ya bien conocido, tanto en literatura como en el hermetismo filosófico. Y hay veces en que determinados y casi furtivos hechos, nos hacen pensar que no se trata de algo, exclusivamente, estético.      

lunes, 16 de diciembre de 2013

DIARIO


 



Una escena de una película de serie b de principios de los sesenta titulada El cerebro: Un espectacular coche tipo Dodge, marcha por una carretera bordeada de frondosa vegetación. Me fascina esa imagen. Esta mezcla deliciosa de lujo (el coche) y de arropamiento (la naturaleza). O es quizá mera impostación de mis recuerdos de infancia, o es que esta combinación ya no es frecuente hoy en las películas. Los vehículos marchan por grandes carretas, anchas, seguras, por autopistas o por las hostiles ciudades. La seguridad, el pragmatismo aleja la caricia de la floresta. 

 



Tristísimas tardes de invierno en Orihuela. ¿Dónde está la gente, la vida, "el fulgor de la historia"? Constreñimiento, defunción de todo erotismo, lentitud melancólica de las cosas: el universo de las provincias. 

 


Me compro un volumen que recoge la correspondencia que le dirigió Cosima Wagner a Nietzsche, junto con una selección de sus diarios que hacen alusión a encuentros con el filósofo y otros documentos biográficos. Reparo en el goce que me procuran este tipo de publicaciones biográficas, en el viaje fascinador por épocas y estilos de vida y pensamiento que supone su lectura, en la comodidad que supone tener traducidos, seleccionados y conjuntados estos textos en el volumen que me espera en mi habitación, colocado sobre un montón de otros libros, al lado de la cama. Al pensar, precisamente en este último aspecto, en la comodidad,  en la cuasi lujuria con la que me voy a entregar a saborear el libro, me doy cuenta de una cosa: la condición elemental para que yo disfrute de ese libro no es, obviamente, que alguien haya protagonizado de modo irremplazable un período central de la cultura europea como lo hicieron Nietzsche o Wagner, sino que para que tales hechos se cumplieran fatal y plenamente, para que yo obtenga una imagen nítida de tal aventura en el pensamiento, en la música, en la concepción estética del mundo, ha tenido que producirse entre su acontecimiento y el lugar de mi percepción un espacio de tiempo contundente, franco. Ese tiempo entre la producción de las obras y las peripecias vitales de sus protagonistas y mi circunstancia personal marca una distribución de los seres en el tiempo y en la historia y por lo tanto, de su significación trascendente en la misma. Esto implica que en la consecución de las cosas en el mundo se producen eslabones temporales y circunstancias imposibles de franquear. Para decirlo sencillamente, para que disfrutemos de algo, es necesario que el productor de ese algo y ese algo mismo, hayan cerrado su círculo, que todo ello se haya producido y terminado en el tiempo.
Podré dialogar con las obras de los grandes artistas, pero jamás con ellos en persona. Aunque yo alcance el paraíso no podré tener cara a cara a Nietzsche. Jamás.
Todo esto significa que la muerte es necesaria, que la temporalidad marca el vaivén y determina en absoluto la tesitura de las vivencias de tales tiempos en los artistas que configuran de este modo la historia profunda del arte y del pensamiento.


 
 
 
 


Entrando en el sueño, pero estando todavía lo suficientemente despierto como para hacer un esfuerzo y levantarme y anotar lo que Hipnos me revele, sueño que medito sobre mi cuerpo, diciendo: mi cuerpo soñado puede tener un origen y otro… La expresión se refiere a la simultaneidad material y espiritual de mi cuerpo, que puedo tener o tengo un origen de los dos tipos. Como es corriente, lo percibido en sueños posee una naturaleza alucinante, vibratoria, que es imposible “traducir”. La fascinación de toda construcción intelectual onírica es su comunicarse, es decir, su modo, más que su contenido específico. Al colocar por escrito y en plena vigilia lo que uno sueña, el resultado es decepcionante, es como el pez que vemos evolucionar maravillosamente en las profundidades azuladas y que de repente, colocado en la superfice, en tierra, está muerto, inmóvil, desprovisto de gracia. La fascinación de la comunicación onítrica reside en el elemento en el cual se produce. Es esa forma, ese rumor de sibila, esa vibración, lo que busco al despertar. La frase que he logrado rescatar se convierte en un esquema demasiado simple, en una cosa plana y sin atmósfera, comparada con esa revelación de los dioses que he recibido súbitamente.
 Reparo que en el sueño mismo digo: mi cuerpo soñado. Quizá algo más grande que la consciencia o la inconscencia se exprese también a través del sueño: nuestro verdadero ser que levita momentáneamente sobre nuestras frágiles encarnaciones. 

jueves, 5 de diciembre de 2013

VIRGO POTENS. JOSÉ LEZAMA LIMA. DIARIOS



 
 
 
 
 
 
Si bien de la poesía de Lezama encontramos antologías editadas, más o menos recientemente, en nuestro país, (pienso que más por venturosas iniciativas institucionales que por demanda real de lectores), hallar una edición completa y actual de sus espléndidos ensayos es tarea complicada: para encontrar ediciones de obras tan fulgurantes como Las Eras imaginarias o La cantidad hechizada, hay que remontarse, bochornosamente, a principios y mediados de los setenta, en las colecciones de Fundamentos o Júcar, ejemplares que andurrean desoladamente por la red en el limbo de los tesoros olvidados.
Es una cosa que siempre me ha irritado y desconcertado, por otro lado: la dispersa, débil valoración en España de la obra de Lezama, el elogio velado más por la sorpresiva ignorancia del nivel de su obra, que por no haber tenido la suerte de ser uno de los habituales del boom latinoamericano. A medio universo se le llena la boca con Borges mientras que Lezama ocupa un puesto relativamente valorado en las letras universales, alguien que podría haber sido, perfectamente, otro premio nobel en español. Ignorancia ejemplar, la de los suecos, digámoslo de paso. Supongo que como la época de “los grandes relatos” se ha esfumado, según reza el dictamen postmodernista, la obra de Lezama y, sobre todo, admirables ideaciones tales como su sistema poético, resultan demasiado labrados y complejos para nuestras fláccidas mentes de internautas, apabullados de tecnología y mendigos de exquisiteces.

Siempre he pensado la obra de Lezama como ese gran lujo recóndito de nuestra literatura, y su figura como la de ese gigante paradójicamente invisible, el coloso ingrávido cuya obra de pululantes irrigaciones está cabalmente accesible sólo a los iniciados, es decir, a los amantes de la aventura de leer, a los degustadores de los enigmas del enigma del mundo a través de la literatura, el arte y la música.
Bastará que alguna efeméride o algún crítico extranjero lo reivindique para que cunda la admiración y “lo descubramos”. Papanatas.

Confieso que esperaba algo más de esto diarios, costosamente hallados en el mercado virtual, publicados en Cuba, y que recibí por vía aérea, desde Florida. Recordaba con emoción la reseña que hace ya unos cuantos años apareció en el suplemento literario del diario ABC. Desde entonces soñaba con dar con este volumen y leer su contenido. Con estos diarios me ha ocurrido lo mismo que con los de su alumno José Ángel Valente. La expectación fue emocionante mientras fue expectación. Pero la entrevista del compilador y editor Ciro Biancchi, que como oportuno apéndice se añade al final, ha resultado compensatoria. Además, leer sus notas, revierte en un interés nuevo sobre los libros que todavía no he leído del autor cubano. Esa lectura que se renueva, incesante,  de esa materialización concreta frente al tiempo que supone el gran prisma del Poema.  

martes, 3 de diciembre de 2013

INFLEXIONES


 




Tras hablar con un amigo budista me entero, por fin, de en qué consiste eso de “meditar”. Literalmente, meditar es no meditar: es decir, no meditar en algo o sobre algo, sino no meditar en nada. Volver el verbo intransitivo. Meditar es lo contrario de pensar. No es reflexionar sobre la nada ni sobre el vacío, ni sobre ningún especioso concepto. Lo de dejar la mente en blanco es liberarla del acoso de los significados, del rastreo obsesivo del pensamiento. Meditar es lo que hago cuando a la tarde, me subo a la azotea de mi casa, o lo que uno experimenta gratamente cuando se sienta frente al mar o escucha música. Le digo a mi amigo, que me propone utilizar esta “práctica” como cortafuegos para el stress,  que me considero inútil para llevarla a cabo. A mí me gusta todo lo contrario: tener la cabeza llena, atravesada de ideas, imaginaciones, conceptos. Es lo que me pone. No puedo ser budista. Soy barroco. Mi estado natural es estar continuamente atravesado por el mensaje de las formas y los matices.   




Burdamente, el cine y la fotografía son registros de imágenes. Anota Barthes que no es el cine sino la foto la que supone la gran revolución antropológica en la reproducción de la imagen del hombre. ¿Qué significaría, en este sentido, internet? Si la foto me muestra “esto ha sido”, y el cine alarga las circunstancias hasta elaborar un complejo mensaje multilinguístico- gestual, musical, verbal -  qué especificidad es la que le atañe a internet: cajón de sastre de todo lo que fue y de lo que es, de lo posible y lo imposible, de lo aberrante y de lo alternativo? Hoy es la novedad. ¿Qué jerarquía poseerá en el futuro sobre los distintos tipos de representación?

 





Encuentro en un apunte de Schopenhauer, lo que podríamos considerar como la condición que determinaría nuestros deseos frustrados de emprender un estudio positivo de todo lo que conceptuáramos como extraño e inexplicable y que debiera constituir la reflexión de partida obligatoria para todos los que pretenden convertirse en investigadores de lo paranormal:

"Un secreto inescrutable de la naturaleza, es decir, una conexión causal que se diera sin ser cognoscible, supone algo imposible de pensar, ya que cualquier objeto sólo es tal para un sujeto y sus leyes. Toda causalidad que fuera incognoscible y, sin embargo, estuviese ahí es algo que, simultáneamente, sería y no sería para el sujeto". (Escritos Inéditos de Juventud. Sentencias y Aforismos. 1814-1818)

 



Escalada de gritos. Nos quejamos de que algunos inmigrantes hablen fuerte por la calle. En los años sesenta, los franceses se quejaban de lo mismo con respecto a españoles e italianos. El escritor Edmondo De Amicis, escribe en 1878, sobre el barrio europeo de la ciudad de Pera, en Turquía:

"El europeo habla en voz alta, gesticula y bromea en medio de la calle; el musulmán se siente en casa ajena y pasa con la cabeza menos erguida que en Estambul". (Constantinopla, Ediciones Páginas de Espuma)


Frases soñadas: estoy alejado de mi causa

                  Sinfónica relatividad


 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

LA ESFINGE EN EL JARDÍN







Se habla del encanto inesperado del pastiche. A veces el azar puede producir mixturas sorpresivas, interconectando estilos e imágenes en un escenario que no les corresponde. Quizás, tal azar no lo sea tanto si, descartando los caprichos de la modernidad y sus apoteosis visuales, hay un espíritu firme que busca alianzas más o menos secretas o la seguridad de las formas. Burdamente, podríamos decir que la historia del arte es la sustitución, más o menos jalonada, de unas imágenes por otras.
Personalmente, me fascinan ciertos pasajes del neoclasicismo y de los albores del romanticismo, esa época de transición entre los siglos XVIII y XIX en la que ya podemos percibir los signos de lo que será un viaje sin fin en la historia del espíritu.
Uno de esos ejemplos en el que el misterio de lo romántico se conjunta harmónicamente con las formas clásicas, lo hallamos en las figuras escultóricas de las esfinges.
¿Existe un grado de significación distinta entre una esfinge antigua y una escultura del mismo motivo, tal y como empezaron a florecer hacia 1800, con la moda, convertida en “ciencia”, de la egiptología? Se me podrá responder que la misma que hay entre una obra clásica y el modelo en yeso que utilizará el estudiante , o bien, aludir a la, en definitiva, atemporalidad de las obras artísticas, no tanto para evitar discusiones sobre jerarquías como para subrayar el trabajo de un espíritu común en todas ellas. De todos modos, las esfinges que aparecen a principios del XIX en Europa, tienen, además de su poder fascinador, un aire inquietante, sutilmente añadido: el contexto histórico y social no es, desde luego, el mismo, y uno se pregunta por qué razones concretas retorna un símbolo tan denso del onirismo y de lo fantástico en un momento en el que descubrimos que “el sueño de la razón produce monstruos”.

Lo que desconcierta de la esfinge es la serenidad del monstruo (la serenidad con la que se la ha representado, diríamos) ¿Somos capaces de imaginar todavía un encuentro con una esfinge, o lo genuino de tal acontecer se ha tornado imposible por la saturación de imágenes producidas convulsivamente por la máquina fílmica y televisiva? ¿Es posible la revelación artística en un momento tan invadido por la velocidad y el efecto?

Hay un lugar en donde tal encuentro es posible: es el jardín El Capricho, enclavado en algún punto fronterizo de Madrid y su campo. Jardín insólito y bellísimo, con una extensión de unas 17 hectáreas, ermitas, laberintos, estanques, templetes, flora y fauna propios, lugar, en su tiempo, de residencias y fiestas regias, y escenario, incluso, del origen de leyendas como las de Don Pedro o Don Mariano.
Reivindico este tesoro nacional, celebrando haberlo conocido gracias a un amigo oriolano, residente en la capital, en una deliciosa jornada de investigación estética, para destacar el septeto de esfinges que circundan la exedra que recibe al paseante al poco de internarse en sus floridos caminos.







En un jardín la naturaleza ha sido domeñada, diseñada, divida en recintos, espacios y caminos, es decir, ha sido alterada para servir a fines específicos. ¿Cuál es la utilidad de las esfinges? ¿Qué guardan, qué escoltan, qué protegen desde sus estáticas posiciones? Ya que en el jardín no hay moradores permanentes, yo diría que las esfinges protegen el lugar mismo. El esteticismo de jardín reúne elementos preciosos al servicio del goce puro. La esfinge no tiene que ser manipulada, tan sólo trasladada. Su sitio es el mito y ya sea frente a un palacete, junto a un templo o a la puerta de un panteón, la intensidad de su belleza, el poder de su significación funcionan y “ambientan” el entorno.

Pero el interrogante se sigue planteando y es lo que a mí, especialmente, me fascina en cuanto a la ubicación de los mundos a través de la representación estética: ¿qué diferencia fundamental, qué huidizas correlaciones, qué complicidades existen entre la esfinge de Guiza y una esfinge simbolista, por ejemplo; qué matices de autoridad, de referencialidad, de sugestión, de finalidad? Una esfinge romántica es ya una esfinge simbolista, y por lo tanto, también una esfinge algo decadente. Pero no podemos decir que la esfinge de Guiza sea decadente, como no sea sino a través de la interpretación esteticista de los amantes del opio…. 

Críticos y filósofos han analizado suficientemente los grados de la experiencia estética. Creo que la experiencia de la belleza como acontecimiento interior y originario en el perceptor, es todavía posible, a pesar del ruido y la obstinación empobrecedora que nos rodean. Algo así sentí la tarde del sábado, cuando, explorando los confines penumbrosos del Jardín El Capricho bajo un tenue velo de lluvia, descubrí con mis amigos, el cerco magnético de las siete esfinges escoltando al Tiempo.    
 

martes, 26 de noviembre de 2013

AFORISMOS DE RAMÓN SIJÉ




 

Sijé es un hábil perceptor de sustancias, un gozador del detalle literario, un creador de poéticas y dinámicas nomenclaturas (autodescontuctivas, por tanto).
He divido mi selección de párrafos aforísticos e intuiciones líricas de su obra La decadencia de la flauta en dos grandes partes: la que dedica al examen de la poesía, por un lado,  y la que analiza la comedia teatral, los pormenores de la novela – la prosa – la función del chiste y el porqué de la decadencia del espíritu clásico (la flauta), por otro.
Aquí va la segunda entrega.
Ocioso repetir que la sorpresa y el gusto intelectual persisten. Particularmente originales son los conceptos de prisa y chiste que Sijé utiliza en su febril investigación.  
 

La muerte es una idea clásica de personalidad

 

Comedia española, palabras de la prisa traídas al oído por los pies de la ilusión

 

Cristal es la forma de la comedia española; cristal parecen, a veces, sus contenidos, y sin embargo, tienen la lógica dura del tiempo y la muerte.

 

La novela española ha de quedar reducida a la intervención de un tercero- el novelista – en la vida real de las figuras.

 

La pausa de Stendhal, por ejemplo, está en la novela, en la misma masa de la novela, y la pausa de Miró se encuentra en la prosa, en la masa de la prosa novelesca: en la masa poética o poemática.

 

Gabriel Miró, por tanto, está situado en una constante de precisión estilística, que concibe la prosa como una masa de lentitud, como un elemento de barroquismo.

 

Considerada como estilo, la novela española, no existe

 

No hemos tenido novela porque hemos conquistado Europa y América; no hemos tenido novela porque nuestras palabra se oyeron en Trento y porque nuestras palabras formaron el sistema agónico, duro y crítico, divino ruido de cristales rotos y de sangre evaporada en forma de pensamiento, del conceptismo.

 

El Quijote es – hoy y ayer – un tema vivo sin novela concreta, un tema para novelas futuras e imposibles.

 

El tribunal de la santa imaginación

 

Hacer una novela histórica es preparar un espejo para la historia, un espejo para los muertos.

 

La finalidad del aprendizaje del pastiche, considerando a éste como pequeño ideal de arte.

 
 
 
 

Paisaje en nosotros.

 

El queda-tiempo se venga del pasatiempo y del metatiempo.

 

Masa novelística de Miguel de Unamuno. Masa, sensación de abismo, prosa abismática, fondo negro y duro de las cosas, cosas negras y duras sin fondo, abismo de prosa y de novela.

 

La nitidez y la netitud del paisaje, cristales y azules del paisaje absoluto.

 

El paisaje será siempre para el autor una preparación sentimental.

 

El paisaje es una ocupación provinciana

 

A Mesonero le encanta el justo medio del humor; porque él pasa por todos los hombres y todas las cosas, la mano de su cansancio. Cansancio es la prosa de Mesonero, solemne ademán de cansancio.

 

En la formación estilística del conceptismo ha influido extraordinariamente, la figura dialéctica del chiste.

 

El chiste es un objeto, da siempre carácter a algo o a alguien. Caracteriza a un pueblo, a un hombre, a una mesa; caricaturiza…


En el siglo XVIII  se sigue cultivando el chiste, pero se ha perdido la fuerza polémica de su empleo y la angustia determinante de la formación chistosa. El chiste va confundiendo su límites con los del disparate al desaparecer la higiene racional del estilo del conceptismo, que distinguía, netamente, los ámbitos estilísticos de las formas y de los materiales de creación.

 

 Hay siempre operación de dominio voluntario, aún cuando parezca que sólo hay chiste.

 

El chiste de inspiración angélica es la entrada del ángel en el mundo superior del hombre y de la persona, y el chiste por voluntad de chiste es una manifestación colérica de la razón dominada.

 

Si en el terreno místico existe una unión de entendimiento y voluntad, más perfecta cuando el entendimiento está más purgado, como lo acredita el testimonio excepcional de san Juan de la Cruz, en el terreno chistoso, y, en general, en el terreno de la formación ingeniosa, puede haber no una unión de potencias, sino, solamente, un acercamiento que haga posible la intervención voluntaria en la razón-intelecto; por un momento que llamamos rasgo de ingenio, chiste.

 

Hay humor, pero el humor deviene triste por la existencia de la operación chistosa.

 

El chiste recuerda la soledad, el silencio y la muerte. Por esta razón, el humor, movido por el chiste, se convierte, inevitablemente, en lección moral.

 
 
 
 
 
 
 

Un chiste en la boca de un ángel, debe ser como el rumor abstracto – como el gozo – del pensamiento.

 

El agua produce un sonido cristalino, con figura de luz, en el silencio; el ruido de la sangre que cae es un ruido sordo, que espesa – a pesar de lo vivo de su color y de su pintura -. El silencio más silencio.

 

La misteriosidad viene a cristalizar en la rima de Bécquer, como puro temblor lírico.

 

El poeta afirma, nada menos, la incapacidad poética de la palabra.

 

La vida íntima - y el temblor que es la traducción poética de la intimidad vital – refleja más exactamente lo que se sueña que la palabra misma.

 

Era Gustavo Adolfo Bécquer, el pájaro solitario sin nombre, el principio absoluto del fin relativo del romanticismo poético, pío maravilloso en la soledad aterradora de los silencios absolutos.

 

La realización de todo poder de creación es una suplantación de la personalidad por el mismo poder.

 

El poder vive y muere independientemente del sujeto poderoso.

 

El clasicismo es arte de hacer personas.

 

La hispanización o cristianización española del mundo , tiene su origen en un móvil de pura religión individual; así como el cristiano hace conocedor al prójimo de su debilidad, España, mediante una política clásica de imploración, hace al universo circundante, recientemente creado por ella, testigo de su impotencia.

 

La mística, esa voluptuosidad lívida

 

En España se sobremuere, románticamente se sobrevive

 

El problema del estilo era el problema del alma

 

El estilo de pensar contra el pensamiento (en el espíritu) y de amar contra el corazón (en el alma); y que en España se manifiesta o se convierte en fruto, en la crítica más severa que se ha hecho del pensamiento desde el pensamiento mismo (el conceptismo), y en la crítica más apurada del amor.

 
 
 
 

martes, 19 de noviembre de 2013

LAS MENTIRAS DE PLATÓN, de JOSÉ ANTONIO FERNÁNDEZ







Podría empezar esta presentación del libro de José Antonio Fernández  con una paradoja, que es también, quizá, un atrevimiento, pero que uno acaba constatando tras años de lecturas y  de formar parte en jurados de concursos literarios: Creo que en España, si bien no podemos decir que hayan grandes poetas actuando en primera línea  sin embargo sí que podemos estar seguros de que se hace una buena poesía, buena poesía hecha por poetas no famosos… El porqué de este desplazamiento, cómo es que la poesía se haya retirado a los márgenes o se haya atrincherado en la retaguardia, digamos, nos llevaría a inquirir en las razones sociales y culturales de tal hecho y a extendernos sobre un tema complicado pero colindante con respecto al  que aquí nos cita. Quizá esa retaguardia que la poesía, a veces, elige, sea una forma secreta de la vanguardia.



De izquierda a derecha: José María Piñeiro, José Antonio Fernández ,  el director de la editorial Polibea, Juan José Martín Ramos y Jaime Alexandre 
 
 
 
La poesía busca circuitos en los que moverse. En esos circuitos en los que la poesía se refugia y que todos conocemos – recitales, concursos literarios, editoriales pequeñas, ediciones personales, el mundo internáutico -  puede surgir la sorpresa y eso fue lo que ocurrió cuando nuestros respectivos blogs, el mío y el de JF, se toparon. Encuentro no sé hasta qué punto casual, pues resulta que JF ya sabía de mi actividad en Orihuela con la revista literaria Empireuma que hasta el 2007, publicábamos allí.

Y digo sorpresa porque el interés por su poesía se produjo en mí de inmediato. No soy lector habitual de poesía en la red, prefiero adquirir el libro y disfrutar de los poemas en este formato. En internet, yo diría que más que leer, sobrevolamos los textos. Pero el efecto con JF se produjo tan inadvertidamente como  intensamente. Yo diría que JF es un autor sorpresivo, por dos razones. Por el tipo de poesía que cultiva, infrecuente y muy personal,  y por otro, si me permite decirlo así,  porque la lectura de sus poemas engancha.  JF. tiene un arte particular al incluir un elemento narrativo en su poemas, dándoles un aire de microcuento con un sabor final a fábula. El que JF mantenga este interés alerta del lector a lo largo de todos y cada uno de los poemas, revela el trabajo llevado a cabo en este Las mentiras de Platón, el libro más sólido de los que leído hasta ahora del poeta.



José Antonio Fernández en pleno recital ante unas gambas al ajillo en "la casa del abuelo",
junto a su prologuista y el simpar guía oriolano de Madrid, señor Figueroa.
 
 
Yo diría que, a grandes rasgos, la poesía de JF. es una poesía de la posibilidad.  Es claramente una poesía que se sustenta de la inteligencia de la imaginación. Pero cuando digo imaginación no me refiero a escapismos oníricos ni al mero fantaseo, sino al papel germinador que le da al lenguaje como escrutador de los mundos que esconde la realidad. La realidad es el objetivo de su poesía. Eso es lo importante y lo meritorio de sus hallazgos. De un modo diferente al surrealismo, a través de esta poesía constatamos que lo real es siempre superreal.

Siendo la poesía de JF una reflexión sobre lo posible, se pregunta el poeta qué dimensiones componen lo real, y se propone explorar tales planos con el instrumento de la poesía, del lenguaje.  Lo posible incluye lo insólito  como registro de lo real.  Es decir, lo insólito, incluso lo fantástico, pertenecen al dosier de lo real. Un ejemplo sencillo, y que nos ilustra sobre esta percepción de la realidad, es el siguiente poema: 

Hay dos maneras de que la hoja caiga,
por el envés o por su lado opuesto.
La manera que nunca se contempla
es que jamás se caiga.
Hay tres maneras de que la hoja esté.

Este último verso, a modo de una operación matemática, incluye, suma lo insólito como una propiedad más de nuestra definición de la realidad.   

¿Qué es lo real, entonces? Para la poesía de JF la realidad es una simultaneidad de perspectivas, un objeto geométrico, tiene el funcionamiento de un fractal. Muchos poemas surgen de una suposición, de una propuesta. Cuando JF dice Todo acaba en fragmento, creo que más que confirmar esa imagen de la modernidad artística en la que lo fragmentario se ha convertido en un discurso aceptado - ya no hay grande relatos, todo se atomiza en ideologías y doctrinas particulares- creo, digo, que se percibe una sugerencia de la realidad como un rompecabezas continuo,  pues ese fragmento acabará uniéndose a otro, y éste a otro. Cada poema vale por sí mismo, es autónomo y, a la vez, forma parte de un todo descomponible. Si me permite el término, esta dialéctica, la de lo fragmentario, todo se descompone y recompone continuamente, atraviesa el poemario y viene a hablarnos, también, del carácter prometeico y desconcertante de las apariencias.


Explicitando términos en la presentación
 
 
 

Algo que quisiera señalar. Sabemos que lo importante en poesía es la forma. Y hemos dicho que la poesía de JF. es una inquisición lúdica e imaginativa sobre la naturaleza de la realidad. Esto quiere decir que su poesía no es traducible  a prosa, pues cómo se dice una cosa incide totalmente en lo que se dice. Por ello, escribo en el prólogo del libro: La poesía de José Antonio Fernández recupera la imagen del poeta como un investigador sui generis, como un explorador de lo que únicamente a través del verbo poético es posible comunicar. Efectivamente. El poeta es quien tiene, digamos, ese privilegio, revelar lo más insólito desde el lenguaje. Y  lo notable es que esta apreciación deja de ser un tópico en la obra de JF.

 

                                                                              Ateneo de Madrid, 15 de noviembre
 

 

domingo, 10 de noviembre de 2013

FOTOGRAFIANDO POR AHÍ

Meteorito



Escaparate duchampiano





Antros de vicio y fornicio





Esta momia no me mima
 
 
 
Glorias ya sólo soñadas


 
Diviso el margen luminoso

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet

Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un e...