lunes, 8 de enero de 2018




RECUERDOS DE RAINER MARIA RILKE

Marie Von Thurn Und Taxis

Lo que hoy resulta un anacronismo es lo que constituye el encanto de la vida social de Rilke: su familiaridad con la aristocracia, su práctica convivencia con la misma en los episodios creativos más importantes. Ahora bien, esta intimidad con duques y duquesas, con nobles de distinta gradación, no está justificada meramente por razones de mecenazgo. No hay “aristocratismo” en Rilke; si se manejaba con personas de este rango o se movía en un ambiente cercano es por ser él un aristócrata nativo, es decir, un elegido por las divinidades. Un Jean Louis Barrault decía de Artaud que “era bello como un rey”, y Cervantes fue bautizado como "Príncipe de los ingenios", y sin entrar en áureas consagraciones de ningún tipo, sabemos que la naturaleza estética consta de una receptividad y de una consecuente gestualidad iluminadora bien lejos del mero mirar sin ver, por ello, una sensibilidad como la de Rilke encontró un espacio propicio en los ámbitos distinguidos de cierta aristocracia verdaderamente culta. Ser orfebre u obrero de la palabra no podría aplicársele indiscriminadamente, habría que ser precisos y elegir entre ambas acepciones. Y si Rilke trabajaba según el etéreo canon, es decir, a la orden de las  musas, el que lo hiciera buscando la adecuación de esas coordenadas ambientales, es tanto lo que le distingue de otros autores como lo que certifica la ineludibilidad de su naturaleza.  Su amiga la princesa Marie Von Thurn Und Taxis no solo acompañó a Rilke en su gestación de las famosas elegías, sino que le prestó ese entorno en el que escritura e inspiración pudieron emerger y funcionar juntas. Suyo fue el castillo en el que se escribieron las Elegías del Duino, excepcionalidad espacio-literaria que ya forma parte de la historia.
Este libro de recuerdos, discreto pero suficiente, sincero e interesante, cuenta los viajes hechos en común, las peregrinaciones incesantes del poeta, esa búsqueda de la atmosfera exacta, en los más distintos lugares,  en la que acomodar las revelaciones finales del estro. El texto está exento de chismografía: confirma una sensibilidad única y el honor de haber asistido a la concepción de la obra poética del mayor poeta en lengua alemana de su tiempo. A los poetas les recuerda la historia literaria, los críticos o sus lectores. Qué suntuosidad que a algunos los recuerden, también, con emoción príncipes y princesas y encima bajo el apelativo familiar de Seráfico.  

El amor a Venecia hizo que poeta y princesa vivieran una singular aventura: perderse por los laberintos acuáticos de la ciudad, yendo a parar, envueltos en una repentina bruma, a una plaza silenciosa, rodeada de casas extrañas en pleno medio día y sin avistar absolutamente a nadie por los alrededores hasta que lograron salir de allí sin recordar cómo. De este modo, como perdido en un dulce ensueño, veo a Rilke, extemporáneo, rodeado de ángeles renacentistas y rosas, pero de ese mismo modo, tan precisamente hallado, entregado a ilustrar el enigma que el tiempo le destinaba a través de la palabra.        
 

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