LOS
SENTIDOS DEL TIEMPO
ANTONIO G. MALDONADO
Poseer el conocimiento
aparentemente cuasi absoluto de las cosas, el llamado conocimiento científico
tiene una importante contraprestación: el alejamiento de la percepción poética
del mundo. El misterio de esta suerte de paradoja o canje desmesurado podría
explicarse en términos de mera funcionalidad y competencia pero no es tan sencillo. Cómo aplicar el
conocimiento científico a las cosas y al mismo tiempo disfrutar de la entidad
numinosa, poética, mitológica de tales cosas sin que ello vaya en contra de los
postulados propios del saber físico.
Aquí es cuando Antonio Maldonado, se pregunta por qué época es la suya. Vivimos actualmente un despliegue tecnológico,
inimaginable hace unas décadas, y aunque la seguridad de nuestro mundo, de
nuestros bienes y propiedades se base en
tal despliegue, ocurren dos cosas: por un lado el sujeto mismo se convierte en
objeto de ese control, y por el otro, tal seguridad puede venirse al traste con
una mera incidencia accidental o provocada.
Si la extensión y
articulación automática del conocimiento científico supone la profanación del
mundo, ya que creemos haber accedido a los centros de funcionamiento de las
cosas, el pensador, el intelectual, el artista buscarán en los territorios alterados
o desbancados, simbolizaciones que escapen a tal conocimiento físico-teórico, explorarán
en ámbitos más puramente semánticos o marginales, en los linderos del sueño, la
metafísica o el arte en cualquiera de sus expresiones lingüísticas, intentando
hallar ese lugar reacio al control profanador.
En definitiva, ante el
paisaje desolador que implica y produce el mundo moderno, Maldonado al
preguntarse a sí mismo sobre nuevas vías de discernimiento, lo que está
haciendo es inquirir en las posibilidades de aquel enunciado tan directo como
prometedor que rezaban las poéticas de los grandes poetas: la capacidad de
asombro. Precisa y significativamente, Maldonado dedica su libro a su hijo, el más reciente y cotidiano de sus asombros. Ya sabemos que con un hijo se plantea el universo entero en toda su complejidad y originariedad...de nuevo, porque volvemos a vivir a través de otra persona.
Podríamos acabar pronto
afirmando lo siguiente: el señor científico que ha descubierto o investigado
exhaustivamente las características geográficas o meteorológicas de la luna, no
tiene porqué informarnos del mismo modo sobre su entidad estética o la relevancia del satélite en el orbe literario
de la mitología. Al científico le toca estudiar la luna físicamente. Descifrarnos
la belleza no es misión suya.
La capacidad de asombro
del poeta implica no sólo ver las cosas de otro modo, de un modo originario y
primordial, sino descubrir espacios nuevos para la discusión ante cualquier anécdota
o confín.
No se trata de que
dudemos del conocimiento científico como tal sino que lo hagamos con respecto
al supuesto dominio del que se enseñorea.
Significativamente,
Maldonado nos dice que ha vuelto a aquellos planteamientos sobre las cuestiones
últimas que se trataban en los libros del instituto, es decir: no sólo hay que
releer, sino que no hemos superado lo que tradicionalmente el conjunto de los
saberes exponían y exponen como fundamental.
Pero el origen de
cualquier cosa puede ser hoy o mañana. Apliquemos, pues, nuestra capacidad de
asombro y sus efectos creativos.
Bellamente, Maldonado
escribe: En la indeterminación y
contingencia de los monumentos también hay misterio y esperanza. No hay
fronteras claras entre el escombro y el diamante, entre la ruina y el tesoro.
La función del texto de
Maldonado es la de llamar la atención sobre la necesidad de escapar del trance
científico-tecnológico y detenernos ante las posibilidades de descubrimiento
reales que nuestra sensibilidad posee ante el evento del mundo.
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