martes, 27 de diciembre de 2011


PESTAÑAS
Escucho por la radio que el gran arquitecto Oscar Niemeyer que tiene 104 años, se encuentra actualmente estudiando astronomía con un profesor particular que lo visita diariamente. La sensación que experimenté, independientemente de la admiración por el entusiasmo de Niemeyer, fue la de cierto desfallecimiento, la de la impotencia humana ante la idea de conocerlo todo. Niemeyer puede tener toda la ilusión del mundo por interesarse y conocer el origen y la evolución del cosmos, pero ante la ejemplar excitabilidad intelectual de su edad centenaria, la historia del conocimiendo se presenta como un curso permanentemente abierto de información y descubrimientos, un curso que no se cierra nunca. Esta fase que inicia sorpresivamente a su edad, no contradice ni refuta la afirmación borgiana: "A cierta edad, importa menos la novedad que la verdad". Esto es indudablemente así, y tiene su deje de melancólica resignación ante lo que ya se conoce y le basta a uno. Pero no creo que la astronomía sea una mera novedad para Niemeyer, sino una continuación lógica del oficio de quien ha modelado - creado espacios habitables, de quien se preocupa por el misterio de la existencia de un orden en el cosmos y de la posibilidad de reproducirlo.
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El padre de un amigo ha fallecido, recientemente, debido a una serie de complicaciones pulmonares cuyo origen se remonta a más de cuarenta años atrás, cuando trabajaba con el cáñamo. Esto me hace pensar que el gran reto constante del hombre es desentrañar los secretos de la naturaleza y dominarla. La naturaleza nos ofrece frutos pero también venenos. El que alguien muera por desconocimiento de lo que, extraído de la naturaleza, está manipulando, es todo un signo, una constatación de la necesidad de conocer la materia, sus propiedades, el abanico insólito de sus efectos. La gran empresa humana es ésta. Cuando me enteré de la noticia, más que experimentar una aversión hacia la naturaleza y el mundo, me asusté ante el trabajo que todavía nos queda por delante, ante la urgencia de remontar nuestra ignorancia.
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En la sobremesa, me coloco cerca de la ventana de la habitación, para leer y aprovechar el escaso sol que el invierno y el para mí, incomprensible retraso de una hora, se dignan ofrecer. Entonces mientras leo y escucho la radio, tomando un café, el único momento realmente feliz del día, asisto a una suerte de película sonora: afuera escucho el frenazo de un coche, un grito repentino y salvaje de un joven, la discusión de un español y de quien parece ser, por el acento, un extranjero, la juerga de un pequeño grupo de chicos y chicas que pasan, bocinazos y palmadas, persianas que brutalmente se abren o se cierran.. ¿Lo que escucho es la calle donde vivo? Curioso efecto el cambio de percepción que implica pasar de una ubicación espacial a otra: cuando estoy en la calle no percibo nada de este surtido sonoro, puesto que me incluyo en el flujo urbano, dentro del cual me disperso; cuando me encuentro en la posición estática de estar tranquilamente leyendo y sentado, percibo ese flujo masivamente, como un todo. Me doy cuenta, entonces, del folklore de la calle en la que vivo. Reparo que, casi al final de esta calle, nació Miguel Hernández y el hecho me parece absolutamente insignificante y remoto. Toda evocación de su nombre se borra en la banalidad, en el no-acontecimiento de una tarde cualquiera. Yo, escuchando esta masa de sonidos y ruidos, me encuentro sumido en la absoluta actualidad, en el bullicioso e impotente ahora de lo inmanente, mientras que Miguel Hernández está al otro lado, en la trascendencia, en el empíreo glorioso de los mitos. Referirme emocionalmente a él desde este punto, desde esta pobre localización es como evocarlo desde sus antípodas absolutas.
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Borges descree que ciertas cosas, las más habituales, pero las más entrañables - un sabor, un color, una persona - puedan definirse. Valente, piensa que la poesía sigue siendo el receptáculo de un saber superior que se ha visto opacado por el prestigio del lenguaje lógico de la ciencia (tributos entronizadores a la eficacia matemática). Es un dicho manido afirmar que la polisemia implica ambigüedad. El mundo, el hombre, son ambiguos. Quizá la ambigüedad sea la definición más acertada de todo acontecer y sus consecuencias. Recuerdo, más o menos, una frase de Valéry: acepto lo confuso, precisamente, porque es lo humano y lo natural.
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¿La cifra exacta? La que obtengas cuando cese de latir tu corazón.










VARIACIONES

lunes, 26 de diciembre de 2011






Alberto Manguel dice que no ha aprendido nada después de la adolescencia. Nada nuevo, o sustancialmente nuevo, se entiende. Esto me anima a publicar aquí más personajillos de mi producción secreta.

martes, 20 de diciembre de 2011


HITOS
Correr, amar, escribir.... El infinitivo como expresión de la duración que no se gasta, de la continuidad sin principio ni fin, del hacer inagotable sobre el que no pesa el pasado ni existe el futuro. Podríamos decir, aunque parezca paradójico, que el infinitivo es un modo verbal sin tiempo, sin accidente, sin anécdota - como quería Mallarmé para la poesía - salvo el ser mismo del verbo que sea, ininterrumpidamente.
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Moteado de vacío
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La Realidad es Superreal
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En una suerte de contemplación afiebrada: sentir la vertiginosa potencialidad de todas las cosas que te rodean, su belleza, su orden, su ubicación correspondiente en el espacio, como si fueran compartimentos estanco de un flujo multidireccional pero no confuso, la arquitectura de lo real, percibir cómo los objetos artificiales se integran en una dinámica unidad y dejan de ser artificiales: mesas, vasos, ventanas, calles, paredes, lámparas, pasillos, reflejos de luz, aromas, umbrías, sonidos... Presencias que se conectan sin ser eslabones de una cadena inerte, familiaridades gratas que rodean tu habitar.
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Soñé con la verdad. Al despertar estaba confuso. Lo que vi o creí entender, ¿era verdad ahora?
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Habitación: ¿El sustantivo, la cosa, o el hecho de habitar?
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Vivir en un grabado de Piranesi, en uno cualquiera de la serie de las Antigüedades Romanas, en un mundo de cúpulas y esferas, de bustos, quimeras resquebrajadas, claustros sumidos en la hiedra, nichos gigantescos, columnas confundidas con raíces vegetales, pirámides, palacios, templos y rocas superpuestos como el solo fluido protoplasmático en que se confunden naturaleza y cultura. Estos grabados revelan el abigarrado palimpsesto que es la Historia, la visión barroca del flujo del Tiempo.
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Al inspirar, subrayas tu entidad biológica. En tu hálito, dejas de gravitar.

margen de sedienta agua

viernes, 16 de diciembre de 2011

martes, 13 de diciembre de 2011


VISIÓN II
KANDINSKY
Kandinsky entró tranquilamente silbando en su estudio una tarde brumosa de diciembre. Chasqueaba los dedos y estaba dispuesto a entregarse a otra sesión de duro trabajo pictórico. De pronto, le pareció ver algo insólito y fantástico, más o menos situado en su margen izquierdo, que con la misma rapidez que apareció, se sustrajo a su percepción. Confuso e intrigado, examinó con detenimiento la estancia y descubrió lo que, momentáneamente, le había trastornado: un cuadro suyo que, apoyado contra la pared, había colocado allí, por un descuido, la mañana anterior, boca abajo.
Kandinsky se quedó fascinado mirando aquella descomposición luminosa, aquella "obra" nueva nacida de una de sus obras. La inversión de la imagen - una casa y unos árboles pintados al estilo fovista - producía que los colores y las formas se independizaran de lo que pretendían representar, convirtiéndose en impresiones puras ligadas entre sí por un dinamismo propio. Bloques amarillos fosfóricos, masas rojas errantes se elevaban, se fusionaban, dividían y cruzaban el espacio rectangular del cuadro, articulando un trazo unitario de fulgores autónomos y harmónicos a la vez.
Kandinsky comprendió y asintió. Aquello era una revelación profana del azar que confirmaba el destino que su trabajo artístico estaba adoptando e iba a adoptar definitivamente: la abstracción pura.
Ya se sabe que Kandinsky era adepto a la teosofía. Pero ya antes había practicado, estilísticamente, otras suculentas religiones: el fauvismo ( a través del color), el modernismo (a través de la ilustración), el simbolismo (como tendencia general y sustancial de toda su primera obra)...
La teosofía no hizo sino apoyar con la teoría lo que, gradualmente, iba emergiendo de sus creaciones plásticas. El camino hacia la abstracción era un camino hacia la pureza de la impresión interior, un ingreso en el ámbito místico de las formas, por ello su pintura no podía ser sino espiritual , originaria, es decir, algo bien alejado del mero registro pulsional de las producciones de las generaciones posteriores de artistas, ya aleccionados en la abstracción formal y académica.
Resulta curioso comprobar que tras sus viajes por Europa y África, iniciara la serie programática de sus primeras abstracciones inspirándose en en los paisajes de los países que visitó. Podría decirse que nada más concreto o habitual que un paisaje, que un entorno natural, al mismo tiempo que susceptible, por las anfractuosidades del terreno o las masas de la vegetación, de convertirse en su contrario, lo más abstracto y disforme.
Se supone que las delimitaciones naturales son ilusorias, que el paisaje es un invento, una interpretación humana de la naturaleza. Del mismo modo, puede decirse que la naturaleza es fuente de motivos soberbios y caóticos.
El pintor ruso aprovechó el amplio repertorio que la naturaleza le ofrecía para ensayar un lenguaje nuevo, similar al iniciado por Mallarmé en poesía, un lenguaje de formas libres de todo accidente que no fuera anímico o propiamente plástico, reflejo directo de la estricta experiencia psíquico-dinámica. El artista, convertido en sujeto contemplativo, en vidente de las configuraciones ocultas, vehicularía, entonces, una imagen geométrico-emocional del mundo: la fusión expresivo-matemática de las cosas.
Podríamos decir que Kandinsky, pues, cumplió teosófica y artísticamente a rajatabla con la conocida frase: el paisaje es un estado del alma.

jueves, 8 de diciembre de 2011

martes, 6 de diciembre de 2011


VISIÓN
André Breton se despertó una mañana de 1920 en un estado de dulce embriaguez. Acababa de soñar con moles rosas que se desplazaban sobre un fondo de auroras verdes. Seguro de que aquel sueño, algo abstracto pero sugerente, plásticamente, determinaría el curso del día que le esperaba, dio un salto de la cama y se vistió sin apenas arrugar el traje. Salió a la calle y una brisa pasajera le salpicó la chaqueta de pequeños fulgores. Moteado de luz e impulsado por un rumor que venía tras de sí, tomó un autobús. Intentó sentarse, pero la cantidad de reflejos que penetraban en el interior del vehículo a través de los cristales, le hizo pensar en la inmaterialidad de la materia y decidió quedarse de pie, pensando que no le supondría ningún esfuerzo desplazarse por el espacio-tiempo simulando poseer la firmeza de un arbusto salvaje. Estando de pie e inclinándose un poco, adquiría perspectivas insólitas del conjunto de los pasajeros y de sus ubicaciones repectivas en los asientos, del mismo modo que Louis Aragon, en su día, mirando debajo de las mesas, descubría curiosas dimensiones de la realidad. La gente sentada formaba una especie de gran acordeón tornasolado de verde oliva, gris perla y azules agónicos. Los rostros eran medianamente serios, pero nadie pensaría que la gente que aquella mañana viajaba con Breton pudiera reducirse porque sí a una triste y manipulable uniformidad orgánica. Breton no tenía aquella mañana fijado un destino concreto. Pensaba encontrarse con unos amigos al otro lado del Sena. Algo parecía agitarse en los márgenes de la historia, y ello reclamaba dilucidaciones secretas, conciliábulos, sesiones de espiritismo o de inactividad organizada en torno a los grandes bulevares.Agitado por el movimiento del autobús y todavía estimulado por el confuso sueño de la mañana, divisó, de pronto, algo que le turbó. Había visto algo, no monstruoso ni espectacular, sino infrecuente, extraño, en los escaparates de una tienda, algo que lo singularizaba poderosamente con respecto al resto del entorno. De inmediato, pegó un grito que impactó como un ladrillo revestido de gomaespuma, en la cabeza del conductor, ordenándole que parase. La gente dio un respingo, viendo cómo Breton se abalanzaba, perdiéndose en la luz de afuera. El autobús partió y Breton se quedó frente a frente con su visión. Se aproximó al escaparate. Se trataba de la galería de arte Paul Guillaume, y lo que se supone que era aquello era una obra de arte más. La imagen representaba el busto de un hombre con mostachos, en primer plano, con la mirada entornada. Esta figura ocupaba casi la totalidad del cuadro. Detrás, se insinuaba un paisaje arquitectónico atemporal de columnas y galerías. Lo que a Breton le impactó era la tranquilidad de aquel absurdo, su inclasificabilidad genérica. Aquello no era exactamente un retrato, y menos aún, un paisaje. Parecía el fragmento intencionado de una pintura mayor que el artista hubiera renunciado a pintar. Pero tampoco. Aquél "fragmento" ya era lo suficientemente elocuente, tanto como para haber hecho bajar del autobús a un médico que descubría su vocación de poeta y profeta de los tiempos. Aquella aparente nadería producía un efecto desasosegante, se convertía en la simiente de asociaciones nuevas e insólitas, en el inicio de una gran aventura estética y emocional. Breton atravesó el umbral afelpado de la relativamente modesta galería y más patidifuso se quedó cuando el galerista le indicó el supuesto título de la pieza: "El cerebro de un niño". Su autor era un tal Giorgio De Chirico. "El cerebro de un niño", repitió Breton para sí, sonriendo y casi salibando ante la golosa empresa que se le venía encima. Dando vueltas como un sonámbulo por la galería, reparó en las auroras verdes de su sueño mañanero, y aceptó el reto: "La esfinge me mira", se dijo, "descifraré el enigma, la articulación de nuevos lenguajes". Días más tarde, adquirió el cuadro, y tras disfrutarlo en solitario, en su casa-buhardilla, decidió colocarlo en el mismo sitio que lo había visto, en el escaparate de la galería, con la intención de turbar a los paseantes, sin sospechar que produciría un impacto simétrico al suyo, ganando un acólito más para el movimiento estético que empezaría a extenderse por todo el mundo y que él lideraría: tres años después, un joven tan inteligente como conflictivo, Yves Tanguy, se bajaría, también, impetuosamente, de un autobús,en el mismo sitio, a la puerta de la galería, para mirar de cerca tan curiosa como aparentemente insípida imagen y confirmar su decisión de hacerse pintor.

viernes, 2 de diciembre de 2011


SECUENCIAS
"Lo visible es criptófilo", dice Valente a propósito del pensamiento de Heráclito. Yo diría que lo genial en Heráclito, si se me permite la frivolidad del adjetivo, es el concepto de realidad como integridad pendiente de un desciframiento, el carácter profundo de la superficie, la insondabilidad de la manifestación física, la no escisión entre el mundo perceptible y el adonde nos lleva el análisis de nuestras percepciones. Ahí radica el aspecto paradójico que adopta su pensamiento. Para Bertrand Russell, Heráclito era el ejemplo más representativo del verdadero talante científico.
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Érase un hombre pegado a una cámara.
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La memoria no es el desván de los recuerdos. La memoria es activa.
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Un pensamiento con arrugas.
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Curioso que lo que mejor exprese estéticamente los procesos cósmicos sea la música electrónica. Lo más moderno vinculado a lo más milenario. Sin energía eléctrica, no hay música electrónica. Ha sido la evolución y la operación humana quien ha creado este vínculo, quien ha transformado una energía bruta de la naturaleza - la electricidad - en expresión estética de la naturaleza misma, en vehiculación "artificial" de una significación superior.
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Te soñaré mañana
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Lo oculto no puede nombrarse. Si dicen que en tal o cual sitio se ha aparecido La Virgen, deja de tener interés porque el misterio está resuelto. Ya sabemos quién se ha aparecido. Por lo tanto, pasemos a otra cosa, mariposa. Creo que jamás sabremos qué es lo que vieron los tres niños pastores de Fátima.
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La mitad de una sensación.
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Un cerebro hecho de láminas oxidadas.
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Umbrátiles persistencias.

martes, 29 de noviembre de 2011


NOTIFICABLES
A propósito de la entrada anterior, sobre el libro de Pushkin. Apenas adquirido el volumen, llego a mi casa, coloco el ordenador y busco información sobre el volumen en la red. Para mi sorpresa veo que está colgado - copiado enterito, salvo las tapas. En todas las páginas web en las que entré, no hay referencias, una raquítica línea, no más, acerca de su probable carácter apócrifo. Esto es lo que parece que le interesa menos al público lector. Sospecho que el contenido del diario, las hazañas sexuales de Pushkin, es lo que ha hecho que, con tan sólo un par de días publicado e impreso, el libro aparezca pirateado. Si se hubiera tratado del diario de reflexiones de algún filósofo, estoy seguro que hubieran tardado mucho más en piratearlo, o, simplemente, no lo hubieran hecho.
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Al parecer, cruzar incorrectamente la calle en Atlanta es delito. Cuentan en Radio Nacional que un profesor inglés, hispanista, fue detenido al cruzar una calle por unos agentes de policía. El profesor, incrédulo, discutió con los policías, fue arrestado y pasó la noche en la cárcel. Kafkiano.
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Emiten por Canal Historia una serie de grabaciones realizadas tan sólo instantes después del asesinato de Kennedy. Un locutor da la noticia por televisión. Un gran barullo de periodistas corren para arriba y para abajo por los pasillos. Desconcierto, caos. En la calle, se hacen preguntas a la gente. Unos no pueden creer lo que acaba de ocurrir, otros dicen que los autores del asesinato han sido los sudistas, o bien, indican dónde se encontraban en el momento de los disparos: comprando en una tienda, descargando unos paquetes... Más tarde se ve a Lee Oswald arrestado, magullado. Protesta porque desde que lo atraparon, no se ha duchado. Reclama sus derechos. Un periodista confirma que ya ha recibido amenazas de muerte. En otra filmación, cuando van a trasladarlo de comisaría, un individuo, salido de no se sabe dónde, le pega un tiro. La muerte en directo es ya un asunto viejo, no un invento de la globalización de los reality. La duración de las filmaciones se acerca a la hora. No hay comentario alguno. Asistimos en bruto a la filmación de los hechos, a la filmación del tiempo. Pero las grabaciones hechas en los estudios de televisión son de una nitidez hiperrealista, alucinatoria. ¿Dónde está el tiempo aquí? Perdemos, de pronto, la noción de que todo esto ocurría hace casi cincuenta años. El peso de los años es una ilusión. Estamos en directo. Los hechos no ocurrieron, sino que están ocurriendo ante nuestros ojos. Estamos dentro de una suerte de ahora, en el seno, en los márgenes del acontecimiento. Sensación fascinante al visionar estas imágenes. Es como si se desconstruyera el mito del tiempo, en el mismo instante en que sucede algo que será un hito en el mismo. Es como si a través de un pasillo mágico, hubiéramos asistido, súbitamente, entre bastidores al acontecer informe de la historia.

miércoles, 23 de noviembre de 2011


DIARIO SECRETO 1836 - 1837
ALEXANDER PUSHKIN
Ningún libro me había ocasionado una lectura más incómoda que este supuesto Diario Secreto, y ello, no por la naturaleza de lo que cuenta, sino, precisamente, por ese carácter de "supuesto" diario, ya que nos encontramos con la traducción (al español) de una traducción (la que su descubridor hace del texto cifrado) y cuyo manuscrito se encuentra en paradero desconocido. Pensando en autores más cercanos, sabemos que Leandro Fernández de Moratín escribió un diario secreto, mitad en francés, mitad en español y mitad en latín, pero sobre este documento tenemos la certeza de su existencia. Con el autor ruso las dudas son mayores y se multiplican. Francamente, no sé cómo leer este libro: si como un texto originario del autor ruso o como un apócrifo, o bien, olvidándome de toda adecuación histórica y considerándolo producción atemporal de esos mundos posibles que las literaturas y las lecturas generan como galaxias de autoría anónima en el universo de las letras ... Las circunstancias sorpresivas y novelescas en que aparece este diario de la mano de un tal Nicolai Pavlovich y es trasladado de Rusia, en pleno proceso de la "perestroika", a Estados Unidos, junto a la persistente ausencia del texto original, suman misterio y misterio, demasiado misterio, a la entidad real del diario, generando tanto interés como sospecha acerca de su autenticidad. A ello, se suma, además, en esta edición española, las un poco torpes palabras de los editores, quienes nos dicen: "...nos ha parecido interesante publicarlo en español pues si el manuscrito fuera de Pushkin, aportaría etc, etc..." ¡pues si fuera...! Vaya garantía de autenticidad. Al leer esto, me arrepentí de haber adquirido el volumen. Una editorial tan exquisita como El Funambulista, se ha arriesgado, en mi opinión, un poco temerariamente a publicar este texto, pensando, quizás, que el morbo despertado por las aventuras eróticas del poeta romántico, pesarían más en el público que los deseos del lector serio por sumergirse en un texto real.Todo esto me hace recordar aquel Mi hermana y yo, "escrito" por Nietzsche, durante su estancia en el manicomio, que a mediados de los ochenta devoré con fascinación en la editorial Edaf y que resultó ser un apócrifo, hábilmente urdido por un autor hispanoamericano, cuyo nombre me confesó Blas Matamoros, una vez que visitó Orihuela, durante una cena con unos amigos, pero que he olvidado. Me temo que me va a costar leer sin reticencias y del mismo modo este diario. También es cierto que podría decírseme que no importa, que qué más da quién y cuándo lo haya escrito, que disfrute, sin más, de la lectura, que en el mundo de la ficción toda posibilidad creadora es legítima. Pero para eso, me habría documentado suficientemente sobre la vida del poeta y yo mismo hubiera escrito mi propio diario secreto pushkiniano. ¿Lástima de los casi 17 euros que me costó el libro? Ya veremos.

martes, 22 de noviembre de 2011


O SEA QUE
Esta mañana me ha alegrado ver a Blanca Andreu. Me animaba a asistir a un concierto que recaudará fondos para la Asociación Vicente Ferrer. Pero a la tarde, escuchando las noticias sobre la crisis, me he puesto triste. Pensaba qué puede hacer un poeta ante tesituras como estas en las que estamos y ante el futuro extraño e inquietante que se avecina. Pensaba también en mí mismo. Me venían a la cabeza aquellas palabras: ¿para qué poetas en tiempos de miseria? Reanudando la lectura de "Diario Anónimo" de José Ángel Valente, abro las páginas del volumen y lo primero que leo es la cita en alemán: "und wozu Dichter in dürftiger Zeit?", es decir, ¿y para qué poetas en tiempos de miseria? Si esto es una pequeña sincronicidad o una mera coincidencia, da lo mismo: confirma un estado de ánimo - el mío - y alude a una situación: a pesar del enorme desarrollo humanístico y cultural, cómo todo se tiñe de pesimismo y angustia ante la inestabilidad económica, ante la constatación de cómo la vida depende de un par de cosas: la comida, la luz, el agua... ¿Qué tipo de empatía debe redescubrir y definir la poesía en estas circunstancias, qué fulgor verbal puede decir lo que sucede sin que semeje prosodia prescindible? Pero esa pregunta-protesta, para qué poetas en tiempos de miseria, quizá parta de un prejuicio: asignarle al poeta una función ornamental, cuando la poesía es expresión tanto de la belleza como del dolor.

lunes, 21 de noviembre de 2011



                                                              CONSTATACIONES
El placer de sentirme firme, dinámico y móvil,
el placer psíquico de sentirme bien físicamente,
el placer de morder la carne tierna de un pétalo,
de ver desde una ventana o desde dentro de un café,
a la gente pasar, 
el placer de pensar la lucidez que no te abandona
a pesar de todas las devastaciones interiores,
el placer de andar, de pasear,
de que te lleve tu cuerpo por el espacio,
el placer de contar, de computar,
pensando en posibles fisuras azarosas
que alteren sorpresivamente lo que has calculado,
el placer de meterte en la cama
y sentir la circulación tranquila de la sangre,
el placer de contemplar el mullido hojaldre
de las viejas páginas de un libro,
el placer de saber palpable tu alma en tu cuerpo soberano,
pensando que la belleza de tu cuerpo
es más un don que el producto de un proceso biológico.

jueves, 17 de noviembre de 2011


CONSTATACIONES
Coloco un duro disco de jade a la luz de una bombilla y lo que veo es una delicada estructura de hilos de seda, verdosos. Incompatibilidad entre lo que toco y lo que veo.
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Secuencias únicas. El concepto parece extraño, pues la secuencia es como una frase con sentido propio, pero dependiente de la unidad mayor que es el texto. Si la secuencia lo es de un acontecimiento, ¿la mónada sería una secuencia, entre trillones de trillones, de la Divinidad?
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La tarde, muro blando en el que recuesta la voluptuosa melancolía.
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La lejanía más absoluta es el mundo atómico de tus células.
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Elementos para un suculento ensayo: relaciones y semejanzas entre el concepto junguiano de "sincronicidad", el "azar objetivo" de los surrealistas y el funcionamiento de la metáfora.
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Santayana: "Porque si el caos existe ha de tener un desorden formal propio".
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Supongo que le suele ocurrir a todo el mundo: tener imágenes más o menos geométricas de conceptos abstractos. Para mí el silencio es una banda de terciopelo o un rectángulo quieto. El amor, una suerte de ola espumosa. Internet son pistas, flujos, ramificaciones. No entiendo por qué la gente dice: "he colgado tal cosa en internet". Eso me sugiere una imagen vertical, como si hubieran colgado tal o cual cosa en la rama de un árbol. Yo suponía que ese árbol era una arborescencia horizontal, es decir, el famoso rizoma deleuziano, y no una estructura de abajo a arriba, con las connotaciones jerarquizantes que a ello se asocian.

viernes, 11 de noviembre de 2011


LA MISTERIOSA NATURALIDAD
Este verano pasado, un amigo ucraniano me presentó a una señora rusa, residente en Orihuela, que se dedicaba a la pintura. Esta señora me habló de su interés por la pintura española y, entre otros, se refirió con admiración a Murillo. Le cité a otros más modernos para comprobar si los conocía. Al hablarle de Dalí hizo un gesto elocuente y dijo preferir a Murillo. Tiempo más tarde, por la radio, escuché a una artista o directora de alguna galería de arte, también de nacionalidad rusa, que comentaba a la entrevistadora los nombres de los pintores clásicos españoles más conocidos en Rusia y el primero que citó fue el de Murillo. Este gusto de los eslavos por un autor como Murillo me pareció curioso, mejor dicho, curiosamente anacrónico, y pensé que se debe a los efectos de la educación estética de la era comunista: para los rusos Murillo es un pintor clásico a la vez que popular, de ahí el rechazo a Dalí. Y la verdad es que los rusos no se equivocan en cuanto a su concepto del artista: hace décadas, en la mitad de los hogares españoles siempre se podría encontrar alguna reproducción de alguna virgen pintada por Murillo, presidiendo cabezales de camas y dormitorios.
Recientemente, apareció por mi casa un almanaque con una imagen que, sin tener nada de extraordinario, enseguida llamó mi atención. En esa imagen aparecen dos mujeres asomadas a una ventana. Por el tipo de vestimenta y la apariencia del estilo, supuse que se trataba de una pintura antigua, pero la calidez y la tranquilidad que me comunicaba, hacía que precisamente ese factor, la antigüedad, pareciera extraño, incluso ajeno a la imagen. El contraste entre la figura de la mujer que se cubre, vergonzosa y divertida, y la actitud plenamente comunicativa de la otra, más joven, impregnan este cuadro de realidad, de ternura, de humana naturalidad. Cogí el almanaque, busqué el nombre del autor de la imagen y comprobé, para mi sorpresa, que se trataba de Las gallegas en la ventana de Murillo. Lo primero que hice fue replantearme, en décimas de segundo, la historia del arte, la naturaleza del tiempo, y experimenté una suerte de alegría interior por la agradable sorpresa de este cuadro. Es como una fotografía, pero con una densidad diferente, hay algo entrañable en esta imagen que transmite una suerte de confianza. Lo entrañable reside en su sencillez, en la ligera ociosidad de las figuras que no evitan mirarnos, en cómo el tiempo aquí no pesa. Estamos rodeados, acribillados de imágenes violentas, exasperantes. Lamentablemente, la sentencia - profecía de André Breton : la belleza será convulsiva, o no será , se cumplió hasta el hastío. Y de pronto, contemplo este cuadro y me sereno, me ubico en un tranquilo ahora que podría traducirse en un sereno siempre, porque el que la imagen tenga más de 300 años es una pura ilusión.

lunes, 7 de noviembre de 2011


DIETARIO ONÍRICO
Día de inactividad aniquilante, pero pródigo en sueños y ensoñaciones, precisamente porque he estado casi toda la jornada dormitando. Las experiencias que anoto a continuación, son de hoy, lunes.
Sueño, esta mañana, con una abigarrada y barroca escena. En las salas de un castillo, se encuentran sentados a una larga mesa un gran número de personajes que parecen celebrar un espectacular banquete. El final de la mesa no es visible, da varias veces la vuelta o se superponen mesas y personas sentadas. Entre los personajes sentados y los que se mueven en torno a ellos, hay piezas de armaduras y cantidades de otros pequeños objetos de manera que no hay un solo resquicio o espacio que esté vacío. El movimiento general que hace el grupo de los comensales al comer, beber y hablar, produce un dibujo ilusorio en el conjunto de la imagen, - recuerda los grabados estereoscópicos de Escher : el hueco existente entre una serie de figuras produce otra serie de figuras que marchan en sentido contrario -, pero tal efecto depende de que una mujer levante, al azar, el brazo. Es entonces que se ve como una especie de ola de escamas que se va sucediendo recorriendo la mesa en círculo, como si fuera el movimiento continuo de una especie de mecanismo. El único punto de sutura de este círculo en movimiento es la mano alzada de la mujer, que, precisamente, la levanta en el momento justo, guardando el efecto mimético del suceso, aunque se supone que lo hace siempre al azar.
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Por la tarde, me quedo medio dormido, escuchando música y tengo varias ensoñaciones seguidas.
En las hojas de un cuaderno escolar Borges ha escrito: "Resulta muy desbaratado pensar que la realidad y lo fantástico coincidan. Si se produce en tu vida es porque tú has iniciado el proceso". A la imagen de la hoja escrita le acompaña la de una especie de estuche que contiene piedras de colores, como las que venden las herboristerías y tiendas esotéricas.
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Veo unas grandes letras negras estampadas sobre el fondo en blanco de lo que parece ser la portada de un vejo disco de vinilo. Relación con lo trascendente. Estallido de risa.
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Poco antes de levantarme de la mecedora. Un estallido ilumina una estancia oval, pero lo que se ve es el negativo de la imagen.

martes, 1 de noviembre de 2011


NOTAS DISPERSODIVERSAS
Una vecina, al subir a la azotea para recoger la ropa, se ha encontrado con un par de gitanillos que han salido en estampida hacia las escaleras, no sin espetar antes de huir: "hemos venido a robar". Suena a una declaración de derechos. Es como si dijeran: como es lo único que podemos hacer, venimos a hacerlo, así que no arme tanto jaleo. La vecina de la que hablo tiene carácter y amenazaba con liarse a guantazos, pero lo más gracioso es que ante tal amenaza los gitanillos le han respondido: entonces le enseñamos las marcas a la policía y te denunciamos a ti.
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Los grandes movimientos estéticos no se corresponden, a veces, con los momentos históricos en que aparecen. Es famoso el interés de Leonardo Da Vinci por las texturas de las paredes y las ruinas, motivos que el arte abstracto moderno, en el primer caso, y el romanticismo, en el segundo, hicieron suyos y explotaron. O, por ejemplo, también, pensemos en la pintura surrealista de El Bosco siglos antes de que el surrealismo apareciera. Y tan surrealista como expresionista es la obra de Goya, un expresionismo más crudo y dramático que el que encontramos en el movimiento alemán que dio nombre a esta corriente pictórica. Podríamos decir, entonces, que los estilos, aunque localizados históricamente, son en realidad, transhistóricos - el momento histórico en el que surgen, corresponde al momento en que lo que queda definido es su teoría - y los diversos "ismos" (simbolismo, surrealismo, etc...) indicarían la explosión de la concienciación social de unas formas y, por lo tanto, de la "técnica" para producirlas.
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Los desahucios que esta crisis está produciendo como su expresión más cruel, hacen pensar en los tiempos de las cavernas, como si las posibilidades de supervivencia hubieran llegado a un límite y nos viéramos obligados a armarnos con una lanza y tirarnos al campo a cazar y buscarnos el alimento y la vivienda en plena naturaleza. ¿Y, en estas tesituras, qué puede sustituir al dinero: la confianza humana? Aunque tengamos en cuenta, que, a pesar de su poder, el valor del dinero es una convención más, y por lo tanto, puede relativizarse, modificarse para bien....
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No sé si es sólo un rumor, pero, al parecer, María Kodama, va a emprender acciones legales contra Agustín Fernández Mallo acusándolo de plagio por su obra "El Hacedor (remake)". Por un lado, esperaba de Kodama mayor magnanimidad, por otro, con respecto a Mallo, qué honor que la viuda de Borges se haya fijado en su obrita.
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En una región de Portugal se han hallado unos grabados datados en 20.000 años que podrían considerarse la primera representación de figuras en movimiento: caballos superpuestos, subiendo y bajando la cabeza. No comprendo cómo no se le da a este hallazgo mayor cobertura. Cuando nuevos descubrimientos desbaratan lo que nuestras cronologías pretendían tener fijado y clasificado, más lejano e inextricable se hace definir el cómo y cuándo emerge la conciencia creadora del hombre, en qué momento, en realidad, nace nuestra historia.
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Con la palabra "materialismo" en filosofía, ocurre lo mismo que con "psique" en psicología: el uso abusivo de los términos borra el concepto, y acaban convirtiéndose en entelequias, en puros rebosos verbales que nos impiden saber qué nos quieren mostrar el materialismo o la psicología.

martes, 25 de octubre de 2011


TRIFULCANDO
Pretender saberlo todo es ilusorio, una ingenuidad. Percibirlo todo nos volvería locos: "No podemos ver sin peligro de enloquecer" (Octavio Paz, El Mono Gramático).
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Las imágenes de Gadafi linchado. Desagradable. Barbarie. Me han producido, exactamente, la mismas sensaciones de náusea y lobreguez que cuando emitieron las imágenes de la captura de los Causescu y de sus cuerpos tirados sobre la nieve, tras ser fusilados. Del liderazgo absoluto a convertirse en harapos. Parecen relatos de otras épocas.
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La soledad es una cosa y el aislamiento, otra. La soledad puede ser productiva. Hay soledades profesionales: la del monje, la del vigilante de seguridad, la del artista... El aislamiento es un proceso, un proceso de erosión, de momificación, de desecación del alma. La soledad puede ser un estado deseable. El aislamiento es la perversión de la soledad, su conversión en algo patológico.
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Reflejos de luz en la pared como signos de una escritura enigmática.
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Me pregunto si el texto que Borges titula Sueño soñado en Edimburgo es una elaboración intelectual más del autor, en este caso, durante su estado durmiente, o si se trata de una conexión súbita con lo arquetípico más allá de la mente individual, una revelación concedida por el Tiempo o el Cosmos, a través de la permeabilidad receptora que ofrece el estado onírico. Con seguridad esto sea indistinto, aunque un sueño tan espectacular y perfectamente trazado, resulte algo improbable que lo sueñe el tendero de la esquina.

EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
El hiperfamoso título de la novela de Proust podría aplicarse, en cierto modo, a una obra de ciencia -ficción. El fotograma corrersponde a la tontorrona serie de televisión V, pero hay que reconocer el poder de síntesis narrativa de la imagen: entre los restos semifosilizados de nuestros antepasados y el espectacular platillo volante, símbolo de lo numinoso y del inquietante futuro, un grupo de perdidos exploradores, rastrean la historia, el rumbo de la civilización y de su propio destino. Literalmente, rastrean el tiempo, un tema, también, bastante borgiano.

jueves, 20 de octubre de 2011


ES DECIR
Recientemente se reunieron los actores que hace treinta años, si no recuerdo mal, protagonizaron la serie Verano Azul. Pensando en lo extraordinario que ha podido sucedernos en momentos concretos de nuestra vida, en la plenitud que hemos vivido, quizá, inconscientemente, aunque parezca una paradoja, en tiempos pasados, a uno se le antoja que el espíritu pareciera estar formado por épocas relativas a nuestra edad, a nuestra inocencia, a nuestra plasticidad psíquica, al atrevimiento de nuestra pasión, a nuestro grado de conocimiento y vitalidad. Viendo un reportaje sobre las personas que participaron en aquella serie, me acordé, ligándolo a esta reflexión, de las niñas de Garabandal que a finales de los cincuenta, vieron a la Virgen. ¿Cómo es posible seguir viviendo, seguir viviendo en la normalidad, digo, después de haber tenido un encuentro con la Virgen? Es impensable. Volver de lo trascendente a lo inmanente, es una involución desconcertante, imposible. Recuerdo haber escuchado, a penas unos segundos, el fragmento de una entrevista realizada en Estados Unidos, donde residía, a una de las niñas. La entrevista, probablemente, estaría grabada a principios o mediados de los setenta. La niña tendría entonces apenas treinta años, hablaba rápido, con un delicado tono de voz y se refería a lo ocurrido como a algo remoto, como si le hubiera ocurrido a otra persona. La cuestión se reduce a que "lo extraordinario" sucedido a alguien, pertenece a la memoria de esa persona, pero, al mismo tiempo, esa persona, con el tiempo y la edad, ya es otra, no es la misma, entonces ¿a dónde ha ido a parar aquello que le sucedió, y sobre todo algo que me parece fundamental, volvería a repetirse con la misma intensidad, con el mismo carácter de novedad? Los chicos de Verano Azul participaron de la magia de la fama, de la que ahora depende el recuerdo que tenemos de ellos; las niñas de Garabandal se esfumaron de la vida corriente, o se integraron a ella, como si nada hubiera ocurrido, después de haber creado en torno a ellas una populosa expectación y habiendo disfrutado unos instantes de la beatitud. Son dos historias distintas pero que presentan una tesitura semejante: la temporalidad de la fama y la temporalidad, ni más ni menos, del éxtasis.
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Los muertos no pueden suicidarse y El infinito no se cansa de serlo, (se me ocurrieron el otro día) son frases que, en principio pueden parecer ingeniosas, pero que en realidad, pertenecen a ese tipo de inventiva mecánica y previsible que juega con la paradoja fácil. Borges y Bioy Casares, se cansaron de escribir relatos policíacos juntos cuando la técnica se impuso a creatividad. Y de un modo incisivo y alarmante, a un tiempo, Umberto Eco, examinando los aforismos famosos con que Oscar Wilde divertía a sus contemporáneos, descubrió semióticamente, la maquinaria, relativamente trivial y manipulable, con que los engendraba.
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La poesía todavía puede hablar del mundo, sencillamente, porque es el lenguaje de la transformación continua. Incluso ese "todavía" es un condicionante patético absolutamente prescindible y retórico, pues la fuente de la poesía no sirve a ningún discurso: su autenticidad se define por la realidad multidimensional de la experiencia.

martes, 18 de octubre de 2011


SURREALISMO COTIDIANO
Paseando por Murcia, atravieso una plaza, un tanto desolada a media tarde, pero rodeada de pubs que anuncian un cambio de ambiente contundente, horas más tarde. En el extremo de esta plaza, incrustada en el rincón de uno de los bloques que la circundan, veo una tienda de ropa, pequeña, de aspecto humilde y no muy bien iluminada. Pero al pasar, tengo que pararme y darme media vuelta ante el escaparate que, literalmente, hace de bisagra con el edificio siguiente. No sé si este escaparate ha sido diseñado a conciencia, el dueño colocó lo que tenía más a mano, o si el aspecto que ofrece obedece a cierta e interesante configuración que si resulta azarosa, no es en modo alguno, caótica, porque viene a ser toda una fugitiva demostración de la nueva estética que ya todos hemos asumido sin acabar de comprender del todo. Hay que reconocer la límpida estructuración de la escenificación. La combinación de sencillez y extravagancia es ejemplar. La mitad del maniquí - el torso de abajo con los pantalones puestos - se relaciona con la ilustración impactante de los órganos internos del cuerpo humano: fragmentaciones que convierten el cuerpo en un conjunto mecánico, en trozos de un robot, alusiones a la alienación contemporánea y a la percepción de nuestro propio cuerpo como algo extraño, todo un estereotipo. Y para ilustrar el misterio de estas extrañas articulaciones, ahí está colgando la escueta luz de una lámpara, símbolo del conocimiento. La silla parece estar puesta para que nos paremos a reflexionar sobre lo que el escaparate mismo nos ofrece, puesto que su función decorativa es un tanto dudosa y prescindible. Un escaparate típicamente surrealista, de manual, o sacado de un cuadro metafísico De Chirico, que a pesar de su familiaridad, no deja de ser inquietante si fijas tu atención en él. En un local en el que vamos a comprar tranquilamente ropa, su escaparate más lateral y alejado de la puerta, nos recuerda el complejo bioquímico que somos, el autómatra disfrazado que late bajo nosotros. ¿Cómo es que este mensaje perturbador se ha colado y nos asalta en plena calle?

viernes, 7 de octubre de 2011


POÉTICAS
Ciertamente, como apunta Deleuze, la escritura también es asunto del devenir y de un modo especial. Lo muestran, por ejemplo, las ediciones revisadas y aumentadas de obras literarias o ensayísticas, cómo retocamos los poemas que ya tienen cierto tiempo y cuya eficacia expresiva nos parece roma o pobre, etcétera. Piénsese en la reescritura a que Juan Ramón Jiménez sometió sus poemas. Que hasta a última hora este hombre estuviera enfrascado en "reticular las gasas azules del sueño", es algo que, personalmente, me entusiasma, y estimula a sumirse con devoción en la escritura como un proceso sin fin de definición y producción de territorios, aunque sean, fundamentalmente, siempre los mismos.
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Pienso en el adusto glamour de los poetas, en la complicada misión que les ha tocado en este mundo borrado por el espectáculo, preocupado por otras cosas, por la economía, por la crisis. De pronto, de modo automático, me viene: temporeros de la muerte
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A una hora inusual, las monjas clarisas del convento cercano a mi casa, empiezan a tocar alocadamente las campanas. Me asomo, un tanto extrañado, con la frase en mi cabeza: "tocan a arrebato", pero compruebo que puertas de la iglesia y ventanas están cerradas a cal y canto. Tampoco se ve a nadie por los alrededores, no es festivo y no se trata, al menos que yo sepa, de ningún aniversario local o relativo a esta orden religiosa. Sensación extraña. Es como si la comunidad de religiosas viviera un éxtasis del que excluye al exterior, al que, sin embargo, invade con su jolgorio de campanas. Interioridad absoluta explotando en la exterioridad física. Como un repentino agujero en el espacio. Absurdo.
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Dice Jung que el niño disfruta del aspecto exotérico de las fábulas - personajes, situaciones - antes de llegar a interesarse y comprender la moraleja que ilustran. Esto me ha hecho recordar unas reflexiones de Walter Benjamin : "¿Y si el gusto por el mundo de las imágenes se alimenta de una oscura oposición al saber?" (Walter Benjamin, Sueños, Abada Editores). Yo no diría oscura, sino más bien, lúcida resistencia a la uniformidad intelectual. Qué es si no la embriaguez de imágenes del simbolismo o el superrealismo: un distanciamiento del control, de la implacabilidad no de la razón, sino del racionalismo que es la sistematización alienante que la sustituye. Ahí está un Lezama Lima. La imagen, según él, es el hallazgo luminoso, el producto resultante de la convergencia del azar y la imaginación poética a través de la escritura, trémulo registro de lo esporádico maravilloso. La imagen podría ser, de este modo, una revelación profana del ser del mundo, es decir, un conocimiento intuitivo de la dinámica cósmica. Recordemos a Schopenhauer : "Todo pensar originario se da en imágenes".

martes, 4 de octubre de 2011









De la deliciosa jornada del sábado, no me queda apenas sino un recuerdo remoto, en este triste lunes sin acontecimiento ninguno. Estas fotos, hechas el sábado, no sé si refuerzan la idea de que toda evocación del pasado se tiñe inevitablemente de literatura, que cada día daría para unas obras completas de Proust distintas y similares a la vez. Pero dar cuenta de la realidad es hacerlo de la superrealidad, de lo mítico, en definitiva. Recordemos lo que para los surrealistas y un Walter Benjamin era la ciudad: el espacio de lo fantástico. En ese sentido, las fotos, la multiplicidad de sensaciones y pensamientos de un día configuran otro laberinto, tan espeso e intrincado como el urbano, y además, son "verdad", y más si logro expresar conjunta y harmónicamente en un poema, en una imagen lo que percibí en décimas de segundo.

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet

Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un e...