jueves, 30 de diciembre de 2010


VOCES DE PAPEL - LUCES DE HIEL:
MEMORIA LUMINOSA DE MIGUEL HERNÁNDEZ

El otro día me traía, por fin, Rosana Solivella, el libro Voces de Papel, que recoge los textos e ilustraciones que han constituído la exposición Luces de Hiel, realizada en el Instituto Cervantes de Lyon, en homenaje, - en doble homenaje, en suma - a la memoria de Miguel Hernández. Para facilitar el trabajo de artistas y escritores, se escogió el poema "Carta" del poeta oriolano como punto de partida y eje vertebrador de las creaciones plástico-literarias. Certera elección de un poema tan emotivo y evocador como particularmente significativo en el contexto de esta era de las hipercomunicaciones internáuticas. El resultado final ha sido tan exquisito como entrañable. Todo el trabajo y coordinación del proyecto, selección de obras y colaboradores, diseño de la publicación, etcétera, ha corrido a cargo de las hermanas Rosana y Silvana Solivella y sólo ellas saben lo que ha costado sacar adelante proyecto tan especial, plural y complicado. Las distintas fundaciones e instituciones que se han sumado al homenaje conforman una larga lista: ALCE (Agrupación de Lengua y Cultura Españolas de Laussana), Fundación Martin Bodmer, Librería Latinoamericana Albatros, Club del Libro Español de las Naciones Unidas en Ginebra, Facultad de Letras de la Universidad de Géneve, Instituto Cervantes de Lyon...
El libro también fue presentado en el IVAM de Valencia, y sobre la gestación y andadura del homenaje hay una amplia información disponible en el programa de Radio Tres En la nube del día 21 de este mes, con entrevistas a los colaboradores y protagonistas artífices del proyecto. Consúltese el podcast de ese día.
Quedan pendientes dos importantes presentaciones más: en la ONU, colofón de recorrido, y otra, obligada, en la ciudad de nacimiento del poeta, aquí, en Orihuela, probablemente en el colegio - antigua universidad - de Santo Domingo.
Ya que en los homenajes recordamos el nombre de alguien celebrándolo, siendo íntimamente justos, especialmente con las ideadoras y promotoras de esta gran exposición, no podríamos evitar el nombre de Alfredo Solivella, quien, aunque ya no esté con nosotros, ha sido el inspirador, desde la infancia, del amor de sus hijas por el poeta, amor que de este brillante y cosmopolita modo ha florecido para todos nosotros. Vaya desde aquí un saludo a esa memoria andante de la Orihuela profunda que fue Alfredo Solivella.

miércoles, 22 de diciembre de 2010


EL JAMÓN INFAME


Escuchando distraídamente la radio, me parece entender que en no se qué instituto, un profesor ha agredido a un alumno musulmán con un jamón, pero no: resulta que el profesor, por hablar de jamones en clase, ha sido denunciado por la madre del chico, acusado de ofensa religiosa y daños psicológicos. No se cuál de las dos versiones resulta más surrealista.

jueves, 16 de diciembre de 2010


LÍNEAS


Un relámpago lentísimo.


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Hay algo oscuro en un poema recitado en una plaza en pleno mediodía.


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La rosa se ahoga sola.


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La frecuencia de aquella rareza.


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Las horas vividas son estancias de mí.


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Las páginas del libro se abren como las piernas.


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Te amo, te destino a mí.


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Hoy eres indefinidamente tú.


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Tu persona es mi jurisdicción afectiva.


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A través del beso, ingreso partículas de ti a mí.


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Soñé una curva recta. Yo era un enano errando por tu cadera.


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Soñé que el muerto no paraba de hablar. Si parara, quizá resucitaría.


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Leer: mi forma erótico-secreta de acceder a un mundo.

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El universo: no cabe otro adjetivo.


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La esencia de la quintaesencia no es, por cierto, la sextaesencia.


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El tiempo no existió mientras leíste esto.

martes, 14 de diciembre de 2010


INCISOS CONCISOS

Hoy, al parecer, se festeja a San Juan de la Cruz, patrón de los poetas. ¿Nescesita la poesía de los auspicios de un defensor ultraterreno, del mismo modo que el ciudadano puede solicitar ayuda al Defensor del Pueblo? El defensor de la poesía es el propio poeta, en tanto que es quien la produce (y los lectores, en tanto que la rescatan de ser mero texto inerte). René Char afirmaba que él era hermético para defender la poesía. Su estrategia es comprensible. Quería decir que establecía un territorio, el de su propio decir, para diferenciar y guarecer la poesía de las agresiones empobrecedoras de otros lenguajes, ideologizados y comunes. Miguel Hernández, en su poema Oficio Adánico, escribe admirablemente: "Vigilar la blancura, ese es mi oficio", es decir, mi oficio originario, mantener la castidad, el manantial vivo, la plenitud no marchita a través de la palabra. Ambas posiciones, la de Char y la de Hernández, son la misma: el poeta, gracias al manejo privilegiado del lenguaje, se convierte en el guardián del mayor tesoro, frente al caos y "la suciedad" del entorno.


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Todo genio poético habla su propio lenguaje, aunque lo haga en un mismo idioma: eso pasa con Lezama, con Borges, con Mallarmé, con Char.


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Un texto es un fragmento de universo en el que puede producirse la paradoja de que la parte contenga al Todo.


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La muerte de Miguel Hernández siendo tan joven, es un símbolo. El mensaje entrañable de su vida y de su obra quizá no podría autentificarse o alcanzar el grado que tiene, sin esta condición. Lo que implica esto en nuestra interpretación del mundo, resulta tremendo. Finalmente, lo numinoso del símbolo - de lo simbólico, en definitiva - sigue haciendo frente a la muerte y al paso aniquilante del tiempo. En qué espacio, en qué mundo se resolverán las significaciones de lo simbólico es demasiado para nosotros, objeto no ya de un proceso hermenéutico tan interminable como lo son los productos culturales, sino de una suerte de gran metafísica profana. Como dice Eco, el símbolo se percibe, se disfruta, no se descifra.


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Acabo de leer El ano solar, de Bataille, librito que vi en la librería Diego de Marín de Murcia hace siglos. Bataille se ganó el repudio de Breton quien le criticaba su amor especulativo por lo sórdido. Pero, lo que viene a decir este texto, creo que lo suscribiría un Lezama Lima sin problemas. Salvo un par de imágenes deliberadamente exasperantes y muy del estilo malditista francés, el mensaje de la cópula universal de todo con todo, la vinculación de lo luminoso con lo oscuro, de lo exultante con lo aniquilante, de lo bello y de lo repulsivo, activa una función metafórica universal de las cosas que no se contradice con la poética de Lezama.

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Frase soñada: las eclosiones bípedas hacían su agosto en el aserradero de las mandrágoras. Al escribirla, no puedo evitar una carcajada.

jueves, 9 de diciembre de 2010


UN EXPERIMENTO CON EL TIEMPO.
J.W. DUNNE
Se dice que, a veces, la poesía no se encuentra en la poesía, sino que surge de otros campos del saber, de la naturaleza, o del hacer humano; del mismo modo, Dunne, sin ser filósofo plantea - obliga a plantear - con su libro Un experimento con el tiempo, una revisión sorpresiva de nuestro concepto de tiempo, utilizando la naturaleza temporalmente multidimensional del sueño como punto de partida e inspiración de una exposición impecablemente lógica. La primera noticia sobre la existencia del libro la obtuve, naturalmente, a través de la reseña que Borges hizo en su tiempo (Inquisiciones), y digo naturalmente porque me parece que fue Borges quien llamó la atención en el mundo de habla hispana sobre tan notorio "experimento". Si Borges escribió sobre el libro, no tiene que ser moco de pavo el asunto, me dije. Salvo un par de artículos que se enfrentan al tema de modo más o menos adecuado, las críticas del libro que podido encontrar en la red - porque publicadas no conozco ninguna - son superficiales o denotan escasa implicación del informante. Desconocía que hubiera edición española. Al saberlo, me apresuré a comprar la obra, picado por la curiosidad y por aquellos elogios borgianos. Me pareció chocante la faja publicitaria que envolvía el volumen con una recomendación de Javier Sierra (¡) porque desde luego el libro no tiene nada que ver con esoterismos ni con literatura ocultista y para este tipo de lectores la obra puede resultar más un escollo que una grata evasión.
Dunne fue ingeniero aeronáutico y uno de los primeros diseñadores de aviones militares, aparatos que fueron utilizados en la Primera Guerra Mundial, un verdadero hijo del imperio británico. Un buen día empieza a tener sueños que se cumplen después en la vigilia. Dunne, atónito ante las características, cantidad y precisión de tales sueños, se dice: yo no tengo facultades extraordinarias ni las busco, pero compruebo que sueños que estoy teniendo se cumplen posteriormente en la realidad, luego, si esto es cierto, algún tipo de excepcional y fugitiva anomalía en el mecanismo del universo se está produciendo y de la cual soy testigo ocasional. De ahí Dunne deduce que el hecho de que el futuro se haga visible antes de que realmente se produzca, quizá, no sea algo extraño sino "normal" y que la posibilidad de que cada uno de nosotros lo capte es más habitual de lo que se reconoce. Y que sea en el medio onírico donde el futuro "se revele", es decir, que sea en la naturaleza del sueño donde sea posible avistar, más que el desmantelamiento de nuestro concepto lineal de tiempo, la confluencia del pasado y del futuro, da a Dunne la clave de cómo pensar una dinámica no sucesiva de tiempo e iniciar su investigación.
Dunne postula un concepto serial de tiempo: los flujos temporales que son las vidas de los sujetos integran un concepto mayor de tiempo, del cual serían ramificaciones individuales y autónomas. Para ello, utiliza una elocuente imagen metafórica. Un músico que interprete una partitura musical, o alguien que lea un libro, no lo harán sino de un modo lineal y continuo de izquierda a derecha. No leerán o interpretarán dos líneas o párrafos al mismo tiempo, ni lo harán al revés, de derecha a izquierda hasta llegar al principio de la partitura o del libro, que entonces se convertirían en el final de la obra. Ese orden de la lectura o de la interpretación musical representa la marcha habitual del tiempo en nuestra vida, la línea sucesiva que construye el pasado y el presente, y supone el futuro. Un observador externo que examinara la actividad del lector-intérprete se vería libre de tal articulación unidireccional al no estar sometido a las condiciones del observado y por las que discurre su (la) existencia. Ese observador externo simbolizaría la autoconciencia. Y Dunne afirma que podemos participar de ese observador, ser nosotros tal observador, vislumbrar nuestro pasado y nuestro futuro y que la muerte es sólo la sutura, el fenómeno que define la serie temporal. El conjunto de observadores que pueden surgir - quién observa al observador externo que nos observa a nosotros - es lo que se utilizado para criticar a Dunne. Borges cree que Dunne comete el error de espacializar el tiempo, aunque no esconde su asombro ante los posteriores desarrollos de la teoría dunniana. Dunne, a quien no se le escapa ninguna de estas objeciones, dice que hipostasiar el tiempo quizá no sea sino la vía más adecuada para hacernos una idea de la multiplicidad del tiempo. Aunque la temática que el libro despliega y pretende dilucidar termine pareciendo ciencia-ficción, hay que reconocer el rigor metodológico que Dunne utiliza: la limitación al desarrollo lógico de las hipótesis presentadas y la ausencia de toda divagación fuera de tales hipótesis. Para hacer más inteligibles las distintas suposiciones y con una tenaz imaginación científica, Dunne emplea gran cantidad de diagramas y dibujos. La geometrización de los flujos temporales no intenta sino buscar la simplificación explicativa, que la fórmula gráfica ayude a la comprensión de la exposición teórica. Es en esta parte del libro, precisamente, la más esquemática, donde me he perdido un poco (un poco bastante). Pero, lo dicho. Es notable que Dunne no teorice alegremente e intente de forma matemática cursar cada uno de sus pasos.
Creo que la clave para ceñir el libro de Dunne no radica tanto en la comprensión de conceptos abstractos como en saberse ubicar en la compleja dinámica de las perspectivas temporales - los hipotéticos observadores (u observaciones) englobados por otros (y por otras observaciones) - que enhebran su poliédrica teoría del tiempo. Cuando esto se logra, sea ayudándose de los dibujos o de alguna luminosa distracción, se articulan los circuitos y surge la sorpresa, ya que nos sería difícil , en último término, deslindar si hemos tenido una súbita revelación o si a lo que asistimos es a una elaborada creación estética. No olvidemos que, a fin de cuentas, todo esto no es más que "un experimento".
Aunque Dunne parezca absolutizar el tiempo convirtiéndolo en una máquina de desplazamientos inauditos, los asertos de su libro no son vislumbramientos fácilmente desechables. Dunne no explica el misterio del tiempo, ni acaso su funcionamiento, pero la teoría que desmadeja es tan seductora como estimulante, ofreciendo, hay que decirlo con toda la incredulidad por delante, cierto grado de esperanza a la trascendencia. En realidad su teoría no se halla lejos de ciertas visones místicas - la omnisciencia o unidad de la temporalidad vivida - aunque, francamente, no creo que fuera su intención trazar analogías semejantes.
El libro de Dunne expone una teoría del tiempo a veces excesivamente brillante, atrevida, fantástica, pero incontestable dentro del marco teórico en el que se presenta. Otra cosa es lo que esta teoría pueda humanamente implicar, tarea ya ajena a Dunne, pero propia de teólogos, metafísicos o taumaturgos.

jueves, 2 de diciembre de 2010


TRATADO SOBRE LOS VAMPIROS. AUGUSTIN CALMET.

Ediciones Reino de Goneril.

Con un libro como este saltan enseguida dos opciones que vienen finalmente a converger en una sola: ¿disfrutamos del libro leyendo todo lo que nos cuenta como si fuera literatura, como si fueran cuentos de terror, o el suponer que se trata de hechos reales, tal y como el libro, originalmente, pretendió, nos lo hace todavía más sobrecogedor y lo leemos por tanto como documento histórico? El factor tiempo contribuye a la fascinante confluencia de ambas perspectivas.
Augustin Calmet (1672 - 1757) fue un monje benedictino nacido en Lorena. Publicó una obra enciclopédica sobre exégesis bíblica, fue profesor de teología y filosofía y ostentó cargos de autoridad en su orden y en varios monasterios. Pero su curiosidad le llevó a territorios tan novedosos como inquietantes. Lo que en primer lugar llama la atención en esta obra, su Tratado sobre los vampiros, es el interrogante que Calmet se plantea, expuesto en su prefacio, y que incide en una reflexión mayor sobre las peculiaridades intelectivas y sociales de la temporalidad. Calmet inicia su Tratado señalando el hecho de las diferencias de unas épocas y otras, de unos países y otros, recordando los motivos que en un momento concreto experimentan una prioridad por su novedad e influencia. Descartes impone la experimentación en el ámbito de la física; cuando Newton define la ley de la gravitación universal, el eje intelectual del mundo gravita - nunca mejor aplicado - sobre su descubrimiento; y ahora, de pronto, viene a preguntarse Calmet, ¿qué razón tienen de ser los casos de ataques de vampiros y de apariciones de muertos que sufren Hungría, Silesia y Polonia? Ese porqué ocurren estas cosas ahora y qué son en realidad, que se plantea Calmet, es no sólo la reacción naturalmente inquisitiva de un talante científico y curioso, sino que supone la ubicación histórica de una reflexión específica sobre lo extraño.
Calmet aborda el tema directamente, registrando sucesos y noticias, enfocando su reflexión desde sus conocimientos filosóficos y teológicos, pero sin que ello suponga prescindir de los casos más increíbles e insólitos. De hecho, su procedimiento no puede ser otro ni más racional: su texto es fundamentalmente, una crónica de las anécdotas y sucesos que han llegado a sus oídos y de los que ha podido informarse con cierto índice de veracidad. Calmet es precavido y cauto, pero no rechaza la realidad de lo extraño. Aconseja asegurarse de que la persona enterrada esté muerta de verdad y no en un estado de muerte aparente, prefiere explicar los sucesos a través de causas físicamente naturales, o bien, exponer que ha habido alguna confusión en la recogida de datos o en lo relatado. Llama la atención que sólo ante supuestas resurrecciones invoque a la Divinidad como única en poder realizarlo, y que otros casos los refiera sin despejar su misterio. Como buen investigador culto, Calmet se sumerge en la heterogénea bibliografía existente a su alcance, e intenta buscar precedentes a toda la fenomenología espectral en fuentes romanas, griegas, egipcias y hebreas, encontrando, efectivamente, casos semejantes, aunque sin la virulencia de los que se están produciendo en el centro y este de Europa.
El tratado vampírico de Calmet es un intento pionero en la investigación de lo inexplicable, pero es también la expresión de un paulatino cambio de mentalidades: los sombríos laberintos góticos irían a dar al fatalismo romántico. Su encanto arqueológico - leer el libro como literatura - no supone la tranquila liquidación de los datos positivos de ciertos casos que aporta, y que, en ocasiones, Calmet recoge de primera mano, de los propios testigos, conocidos suyos, como nobles y clérigos, aunque también explore el contenido de leyendas o creencias antiguas, buscando un marco cultural mayor que ampare o justifique algunos de los hechos extraordinarios. A partir de este magma de mitos y hechos increíbles supuestamente acontecidos, uno puede establecer correspondencias con investigaciones, tendencias o fenómenos parecidos en la actualidad. Por ejemplo, la idea defendida por los pocos espiritistas que todavía quedan, de que tras la muerte del individuo, el alma permanece un tiempo junto al cuerpo, se remonta a Platón y a Demócrito. Calmet recoge en su libro algún caso de los hoy comúnmente denominados "poltergeist" por los parapsicólogos, con ruidos y arrojamiento de piedras y otros objetos en torno a casas o individuos concretos, así como casos de bilocación: la presencia de una persona en dos sitios al mismo tiempo. También son numerosos los avistamientos a plena luz del día, de personas fallecidas días o semanas antes. Calmet cita casos de este tipo localizados en la antigüedad griega.
Lo dicho. Lo cautivador de un libro como este es que podemos disfrutarlo doblemente. El comprobar que hechos extraños producidos hace cientos de años guarden una semejanza, cuando no, un paralelismo indiscutible con los que presuntamente se producen actualmente, establece la inquietante correspondencia de un misterio persistente que sufre la oscilación difuminadora de las interpretaciones confusas u opuestas, y por otra parte, la explotación esotérico-periodística. ¿No hay nada nuevo bajo el sol? Probablemente. La cuestión es que no conocemos todavía qué es o en qué consiste lo que no es nuevo pero que está ahí desde el inicio de los siglos.

lunes, 29 de noviembre de 2010


SUEÑOS ESCRITOS


Yo y un grupo de caballeros somos elegidos embajadores de la ciudad de Magenta (creo que se trata de una alteración de la ciudad de Maguncia). Visitamos el país. El salón del palacio real es de una profusa decoración árabe, pero tal identidad no es expresada en el sueño, es típica de esa nación no árabe. Nos sentamos a la mesa para negociar con el rey o príncipe. En cada ángulo de la mesa hay un piloto encendido. La propuesta que le presentamos al rey es como un crucigrama. El rey debe concluir las casillas para que el informe se haga inteligible o se concluya. Mientras le exponemos el asunto me doy cuenta de que hay eunucos en la corte. Uno asoma tras las cortinas de un habitáculo que se encuentra al fondo del salón. Tiene una cara densa y boba, grisácea. Estoy perturbado.

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Vamos errando por el bosque en algún punto de una Europa remota. Encontramos una posada y entramos. Nos sirven algo para comer. Yo y mis compañeros tememos que nos estafen al comprobar que somos extranjeros. De pronto el terror se apodera de nosotros : los dueños de la posada y los parroquianos que se encuentran allí, todos son vampiros.
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Nos enteramos de que Mario Vargas LLosa no existe, que toda la vida alguien se ha hecho pasar por él o ha inventado al personaje. Aunque sus libros estén publicados, este hecho los invalida automáticamente, todas sus obras son falsas y se produce una gran escándalo mundial. Una reflexión que el sueño no plantea es que, si Mario Vargas LLosa no existe, quién es el genio que ha escrito sus novelas, ensayos y artículos.


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Unos niños jugando en un jardín a mediados del siglo XIX, se encuentran un extraño objeto en la hierba: un cubo de plástico anaranjado.

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El futuro de la humanidad consistirá en la reproducción de vida en invernaderos y piscifactorías. Como el fin del mundo se acerca, nos afanamos en ponernos manos a la obra. Voy a una piscifactoría para cumplimentar cierto proyecto. La piscifactoría resulta ser un pantano en medio del bosque y rodeado de una valla. Quien dirige el trabajo allí es una especie de chamán. Sus conjuros logran que los peces que van naciendo no se petrifiquen en los sedimentos helados del fondo del pantano.


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Soy invitado junto con un grupo de personas a contemplar la primera radiografía que se hizo en la historia. Vamos a un museo o a una especie de gran laboratorio. La radiografía consiste en un grabado antiguo del siglo XVI o XVII en el que se reproduce el sistema nervioso y se ven las redes de venas y tendones. Pero el grabado está como vivo, mejor dicho, el hombre "radiografiado" se agita dentro del marco, como dolorido y angustiado de verse así, como si lo hubieran despellejado vivo.

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Lucrecio está terminando de escribir su obra De la naturaleza de las cosas. Lo visitamos en su torre, frente a un lago, donde reside. Entramos en la torre y subimos las escaleras en espiral. Conforme vamos subiendo vemos que en las paredes hay colocados grabados sobre las formas geométricas de los átomos, el flujo de la savia dentro de los tallos de las plantas, y un profuso muestrario de otras figuras ilegibles. Cuando por fin llegamos a lo más alto, donde se encuentra Lucrecio, nos topamos con él. Lo que vemos es una miniatura medieval del tamaño de un hombre, representando la imagen de un escriba. La figura se mueve como si fuera un dibujo animado, pero lo hace en otro tiempo, no en nuestro presente desde el que lo contemplamos, sino en una época antigua circunscrita por los límites de la pintura misma. Luego, bajando las escaleras, al irnos, vamos comentando, penosamente, que su cuerpo se encontró entre unos matorrales, a la orilla del lago, tras suicidarse. Yo, costernado, me pregunto cómo es que las personas que han visto la belleza, puedan suicidarse después. Me digo que hay misterios de índole patética que no resolveremos en esta vida.

jueves, 25 de noviembre de 2010


DIARIOS (1847 - 1894). LEV TÓLSTOI

No nos abandonan los aniversarios. Este año que está a punto de desvanecerse en otro - el siguiente (y éste en otro, y así hasta el final de los tiempos) - se cumplen 100 de la muerte de Tólstoi.
La orfandad de una aristocracia intelectual activa en Europa, la necesidad de confiar en un discurso honesto, unido todo ello a la crisis ideológica, podrían explicar la "recuperación" de figuras como la de Tolstói, más allá de la mera novedad editorial. Ante el desamparo o la pobreza del mundo, los grandes autores están ahí como fuentes seguras de sabiduría a las que acudir de vez en cuando para fundamentar o estimular perspectivas tras nuevas lecturas de sus viejas obras o sabrosos descubrimientos de inéditos. Ahora bien, independientemente de toda nostalgia o extrañeza ocasionales, la figura de Tólstoi "está bien elegida", encaja con tiempos de confusión interior y sobre todo, responde a una secreta necesidad individual de equilibrio ético ante el obstinado curso caótico que adquieren las cosas.
Para quien Tólstoi pueda parecerle un autor algo lejano, estos diarios publicados por ediciones El Acantilado, son una ocasión ideal para aproximarnos al pensamiento y a la vida diaria de un personaje envuelto en trazas épicas y desasosiegos interiores, infrecuentes en autores actuales. Yo tenía una visión algo tosca y borrosa de Tólstoi, pero la lectura de estos diarios me ha revelado una personalidad notable y no exenta de torturantes contradicciones: incómodo con su condición de noble, crítico con la guerra después de haber sido combatiente, independiente en su pensamiento moral hasta conseguir la excomunión de la Iglesia ortodoxa rusa, naturaleza religiosa y racional que rechaza la idea simple de un Dios al que se le pueda hablar directamente, y que declara que a la pasión perturbadora se la combate con otra pasión harmonizadora. Leyendo en estos diarios las cuitas y los inquietos recovecos de las reflexiones de Tólstoi, me he acordado de la secta de los klysty, a la que, al parecer, perteneció Rasputín, y que profesaban como terapia máxima del alma el pecar mucho para arrepentirse después. Tóstoi se encapricha por una zíngara o una cosaca, se acuesta con ellas para lamentarse poco después por haber cedido a la tentación; profesa el pacifismo, habiendo abatido al enemigo, furiosamente, en la guerra de Crimea; se manifiesta contrario a la servidumbre, teniendo en casa casi una docena de criados; cree que "no existe una vida fuera del amor", pero su mujer se queja de la dureza con la que le trató hasta su muerte. En fin, este rosario de incoherencias aparentes que tiene su punto cómico-dramático quizá no constituya sino la vida misma, ya que Tóstoi no se oculta, no es hipócrita: "Quien es feliz tiene razón. El hombre abnegado es más ciego y cruel que los otros". Quizá para ser virtuosos haya que haber pasado por el pecado como catarsis imprescindible, tal y como creían los klysti. A fin de cuentas, esto recuerda cierto consejo budista: no se puede renunciar a los placeres de la vida sin antes haber disfrutado de ellos.
En una de las anotaciones Tólstoi nos da una interesante observación antropológica a desarrollar: "El tipo ruso, demasiado puro por falta de contacto con la vida". El 24 de agosto de 1854, agudamente, escribe: "Todas las verdades son paradojas. Las deducciones directas de la razón son falibles; las conclusiones absurdas de la experiencia son infalibles...".

martes, 23 de noviembre de 2010


SABIDURÍA DEL INCONSCIENTE
UN POEMA
Este poema lo escribí al amanecer, el día 25 de diciembre de la temporada pasada. Lo había olvidado y como no se va a publicar en ningún sitio y, desde luego, no va a ganar ningún premio, se me ocurre colocarlo aquí.
ALBA DE NAVIDAD
Despierto toda la noche de Nochebuena,
asisto fascinado y aturdido
al despertar lento del día de Navidad.
¿Por qué es tan melancólica el alba?
El alba despide una época
iniciando otra,
borra mundos que se repetirán
con personajes nuevos.
Qué pereza y qué esperanza volver a nacer de nuevo.
Al alba veo lo inútil que es abarcar la historia,
comprender el universo.
Es al alba cuando los días de la vida cumplidos
se desvanecen como si nada,
y el inextricable pasado
es ya irrecuperable o nunca ha existido.
Apenas puedo solucionar una migaja de este misterio:
al amanecer, una era se ha clausurado
y otra,
emprende, dubitativa, su andadura.
La luz iniciará, como si fuera la primera vez,
la ruta del mundo.

jueves, 18 de noviembre de 2010


ANIVERSARIO BARTHESIANO

Se cumplen treinta años de la muerte - un poco absurda y prosaica - de Roland Barthes (fue atropellado por la furgoneta de una lavandería). Ubicar a Barthes en el estructuralismo o en las corrientes semiológicas que fructificaron en las décadas de los años 50, 60 y 70, uno de cuyos representantes sigue en activo hoy, Umberto Eco, no es hacer justicia con un autor que, precisamente, negó el carácter científico de toda semiótica, y que fue más un lúcido esteta del pensamiento, un enamorado de esa práctica artística que es la escritura. Con Barthes me ha ocurrido algo misterioso, eso que también he experimentado con los escritores, artistas o músicos, que me han fascinado por alguna razón, antes de descubrir verdaderamente su obra, como por ejemplo, con Paul Hindemith o con José Lezama Lima. Digamos que a Barthes lo intuí antes de haberlo leído, realmente. A lo primero que tuve acceso de Barthes fue a un párrafo de apenas ocho líneas de El grado cero de la escritura, citado en una publicación de carácter divulgativo de la editorial Salvat. Lo que decía ese párrafo y el hermético título bastaron para capturarme. El aspecto físico del propio Barthes desprendía un aura selecta que hacía juego con el misterioso epígrafe. Lo que me sorprende ahora, es que cuando fui leyendo sus libros, éstos fueron confirmando lo que yo había imaginado, más o menos, que consistiría su obra: no la de un lingüista, ni la de un filólogo exactamente, ni la de un filósofo, sino la de un escritor situado en un terreno medianero, colindante a todos estos.
Si lo que estructura nuestro pensar es el lenguaje, no fue sino éste el objetivo, la obsesión estético-teórica de Barthes. Se podría pensar que tal pasión lingüística es típica de la escuela racionalista gala. Pero en la obra de Barthes hay una elegancia, una permeabilidad, una implicación personal, una conciencia de la práctica erótica de la escritura, que la convierte antes en una brillante sucesión de pasajes ordenados que en un tratado, en una metapoética, al fin y al cabo, que en el discurso emanado de una sistematicidad que no cuente con las incidencias legítimas del sujeto como elemento pertinente en la interpretación. Por ello, sus textos brillan cuando aplica el pensamiento a cosas, es decir, cuando reflexiona sobre una película, sobre una novela, sobre cualquier objeto concreto. La semiótica no es, exactamente, un estudio de los símbolos, sino de las clases de signos. Barthes no se declara un hermeneuta, sino que se limita a la captación del flujo lógico de los signos. Pero es en el ámbito de la articulación de la significación y de la estructuración del lenguaje donde Barthes se permite aplicar su visor de sutilezas. Y para ello, puede servirle de excusa el examen de un grabado del siglo XVIII, la textura musical de una obra de Schubert, analizando lo que se siente al salir del cine, las impresiones que suscita en un occidental la escritura japonesa, o lo que ha significado históricamente la irrupción de la fotografía tanto en nuestro mirar como en nuestra relación con el mundo, la temporalidad y la muerte.
Obras tan atípicas como Fragmentos de un discurso amoroso o La cámara Lúcida no sólo demuestran la originalidad de su práctica reflexiva, sino que rezuman modernidad, son nuestros temas. Mi simpatía e interés por Barthes radican ahí: el hombre de ciencia que, cortésmente, descree de la jerarquía científica - "la monología del saber" - advirtiendo la movilidad de los códigos que ordenan nuestros conocimientos, combatiendo nuestra incansable tendencia al estereotipo; quien dice que "la claridad" en literatura es una aspiración tan retórica como lo es la de la "oscuridad", quien define demiúrgicamente el lenguaje como "un conjunto heteróclito y disparatado", o que sabiéndose condicionado por su pertenencia a una clase social, a una intelectualidad, evoca un concepto paradójico como refugio de su libertad interior: "La atopía, el habitáculo a la deriva".

martes, 16 de noviembre de 2010


MÁS MÚSICAS

Carlos Saura acaba de filmar su última película: Flamenco, Flamenco. Se trata de un nuevo musical de este director. En una entrevista en Radio Nacional, hablaba ayer de la fama mundial que goza el flamenco, y señalaba que, dentro del espectro de las músicas populares, el flamenco y el jazz eran los dos únicos tipos o estilos que podríamos calificar de universales. Escuchando esto, me incomodé un poco. Por razones de distanciamiento político e histórico, seguimos desconociendo la espléndida cultura musical de esa cosa abstracta que hemos convenido en llamar, de forma aglutinada y un tanto despectiva, "los países del este". La impronta fatal del comunismo y su fracaso, parecen ser las pobres excusas con que se pretende dar por concluidas las expectativas creativas de más de media Europa. Todos los países que pertenecían al orbe soviético o sufrían su influencia, desde Ucrania hasta Serbia, desde Hungría o Polonia hasta Lituania, conforman una riquísima constelación musical que permanece muda, es decir, que aquí no suena o lo hace infrecuentemente. Occidente ha ahormado un canon que se supone universal y el resto parecen ser opciones periféricas, propuesta que gravitan como satélites alrededor del planeta madre, buscando un mismo grado de aceptación. ¿Dónde radica "El misterio de las voces búlgaras", sino en una belleza que hasta hace poco desconocíamos?
Es cierto que el grado de permeabilidad y adaptación que ofrece el jazz facilita su difusión mundial, constituye un lenguaje a disposición de todos, y que el flamenco tiene a su favor la puesta en escena y la afición japonesa o incluso coreana (en realidad, no sabremos lo que un oriental puede ver en un espectáculo de flamenco, quizá les haga recordar algo de lo arcaico de sus propias raíces, solapadas por la occidentalización reinante). Pero conozco bien la música de países como Hungría, Rumanía, Bulgaria y Ucrania y se trata de una música surcada de una gran variedad melódica y que presenta, un virtusosismo instrumental, a veces, espectacular. Las músicas que nos traen el grupo polaco Motion Trio, el húngaro Kálman Balogh, o los conjuntos rumanos Fanfare Ciocârlia y Taraf de Haiduks, son músicas de alto voltaje, trepidantes y de un trabajo musical tan notable como impactante. Si hoy en la UNESCO han sido aceptados como partes integrantes del patrimonio cultural de la humanidad el flamenco y los castells, no veo porqué no va a pasar lo mismo con las csárdás húngaras, por ejemplo, que tanto inspiraran, en sus rapsodias, a Brahms y a Lizst. Seguramente, nosotros nos sabemos vender mejor. He oído decir a algún comentarista radiofónico decir que Goran Bregovich es "excesivo". ¿No es excesivo el flamenco, también?
Todos los años, en el festival "La mar de músicas" de Cartagena, asistimos a las últimas novedades de música africana o latinoamericana, mientras que no tenemos la más mínima noticia de qué tipo de música se está haciendo en Chequia, Eslovaquia, o en la mismísima Rusia, es decir, en esa otra Europa que se ha condenado a la rareza. No comprendo esta obstinada ignorancia, teniendo en cuenta que es todo un continente sonoro de alta calidad el que permanece en el limbo y que nos estamos perdiendo.

jueves, 11 de noviembre de 2010



INCISOS OTROS


Ediciones varias de una obra literaria, suponen otros tantos libros distintos.
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Antes a los locos se les perseguía por la calle, los niños les tiraban piedras. Ahora hay tanto loco suelto que no se les hace caso.
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Un hexágono tenía sed.
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Es cierto, fatalmente somos libres.
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El chunda-chunda de la música electrónica es el reloj enloquecido de la modernidad, el frenético marcador de un tiempo que se aproxima cada vez más velozmente a su explosión, a su apocalipsis.
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Las árabes son mujeres que van en pijama por la calle.
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Un sol dentro de un iceberg.

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Qué complejo de culpabilidad: leer, un oficio de ociosos
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¿Un enjambre de vacíos o el vacío, simplemente?
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Borges odiaba su voz, oscura y débil en oposición a la claridad y rigor de su prosa. Lezama Lima fluctuaba voluptuosamente en su gordura, reflejo orgánico de su vasta capacidad analógica. Byron arrastraba con disimulo su pata rota por los laberintos venecianos, contrapunto de su imagen fulgurante de héroe romántico. André Breton detestaba la corbata, aunque se apresura por aparecer en casi todos sus retratos con una bien hermosa, puesta, signo contradictorio del coqueto amante del anarquismo mundial. Kafka refleja su concepto de sí mismo asimilándose a un escarabajo, Leopardi especula generosamente sobre el pesimismo tras comprobar que su joroba será un impedimento serio entre él y el prójimo, sobre todo las mujeres.
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En un programa televisivo sobre el misterio, un profesor de ingeniería genética de la Universidad de Zamora, relata lo que vio sobre un puente, junto con un amigo: una especie de gran triángulo luminoso estático en el cielo, junto a unas esferas que salían del agua y se introducían dentro. La visión es fascinante. Me hace recordar las formas simbólico-geométricas que Platón asigna a cada elemento natural: icosaedro para el agua, triángulo para el fuego, rectángulo para la tierra, etcétera. Antes que pensar en una prosaica visión ovni, es como si este profesor hubiera sorprendido a los arquetipos realizando alguna mistérica operación.

lunes, 8 de noviembre de 2010


NELLIE BLY
LA VUELTA AL MUNDO EN 72 DÍAS

La periodista norteamericana Nellie Blye emprende, por encargo profesional, en noviembre de 1889, la vuelta al mundo con la intención de realizarla en 74 días. Obviamente, el referente de este viaje es la famosa novela de Julio Verne, y Nellie intentará demostrar que la vuelta al mundo se puede hacer en menos de ochenta. Todo libro de viajes es un relato a través del espacio y del tiempo. Ahí radica su encanto. Ahora bien, a Nellie no le ocurren grandes aventuras: todo el viaje se lo pasa en barco: "Es increíble lo infantiles que podemos llegar a ser a bordo de un barco", escribe a propósito de los pasatiempos a los que se ven obligados a entregarse los pasajeros. Para llevar a cabo su empresa, se enfrenta a dos dificultades verdaderamente serias: hacer la vuelta al mundo con tan sólo dos mudas de ropa y lograr introducir el tarro de crema hidratante para la piel en su bolso de mano. Sorteados estos dos obstáculos, inicia su ruta, y lo extraordinario radicará en lo exorbitante de la meta que se propone y la exultación personal, de resonancias sociales, que supuso llevarla acabo en su tiempo. El interés del relato estriba, pues, en el carácter pionero de este tipo de retos "a lo guinnes", con la singularidad añadida de que el protagonista es una mujer.
El entusiasamo por batir records, el desasosiego por circunvalar continentes o planetas, parece ser el delirio moderno por retar a la naturaleza y dominarla. De ahí que el hundimiento del Titanic se haya convertido en una suerte de fábula moderna sobre el enfrentamiento entre la técnica y la naturaleza salvaje, cuya sorda moraleja nos advierte de los peligros de intentar superar o domeñar a las fuerzas naturales, de querer emular, en definitiva, a la divinidad. Como ya digo, el viaje de Nellie no ofrece grandes aventuras, obligada a bajarse de un barco para, a continuación, subirse a otro, y así una y otra vez, hasta su regreso a Estados Unidos. Pero la periodista es joven, animosa y buena observadora. Denuncia lo molesto que resultan los ferrocarriles ingleses, cuyos compartimentos se cierran con llave hasta final de trayecto, obligando al viajero a no moverse del cubículo junto con los extraños que les haya tocado en suerte como compañeros de viaje. El aspecto enjuto y oscuro de las carnes de un curtido capitán de barco hindú, le hace pensar en arenques ahumados. Los chinos son sucios, los japoneses son limpios. Un individuo cuyo camarote se ha inundado, intenta achicar agua con una pitillera. Analiza los distintos tonos de los silbatos de tren estadounidenses y británicos, y se queda horrorizada al observar un extraño objeto metálico y con plumas que flota en el agua, hasta que al aproximarse lo suficiente, resulta ser una boya.
Hay otras observaciones que resultan chocantemente actuales. Por ejemplo, y como efecto rentabilizador de la colonización por parte de los colonizados, la conversión de lugares sagrados de chinos e hindúes en sitios turísticos (para los europeos, se entiende, claro).
Siendo ella norteamericana, los encuentros con británicos tienen un ligero matiz de extrañeza: "Vi a un inglés del grupo lanzar una mirada furtiva a la Union Jack (la bandera estadounidense) que ondeaba por encima del consulado británico, pero de manera dubitativa, como si temiera que yo pudiera verlo".
Al llegar a Francia, Nellie no tiene más remedio que hacerle una visita obligada a Julio Verne. Al ir a despedirse de la señora Verne, equívocamente escribe: "Tuve que sofocar mi inclinación a besarla en los labios, tan dulces y rojos como eran, y mostrarle cómo lo hacemos en Estados Unidos. Mi carácter travieso suele causar estragos en mi dignidad". La jovencita Nellie dispuesta a aplastar sus labios contra los de una distinguida y algodonosa viejecita. Jugosillo pasaje cuya interpretación reclamarían hoy con gusto proselitista determinados colectivos.

miércoles, 3 de noviembre de 2010


CRUCIFIQUEMOS A DRAGÓ

Conocemos bien los defectillos de Dragó: donjuanesco, parlanchín sin fin sobre sí mismo - habla él más que los invitados a su programa en Telemadrid - , así como también sabemos de su viraje ideológico-estetizante a la derecha, efecto directo del discurso suicida que ha tomado Europa, según su conclusión, ratificada, por otro lado, por más de un intelectual bien alejado, en principio, de Dragó.
Ahora, por sus torpes declaraciones sobre aquel par de lolitas orientales con las que ligó, la nueva inquisición pretende quemarlo en la hoguera y retirar su programa de televisión. Entiendo, contextualizando el asunto, que se le juzga más por lo que ha dicho que por lo que, supuestamente, hizo. Si su affaire japonés lo hubiera ventilado hace unos cuantos años ¿hubiera levantado el mismo revuelo que ha levantado hoy? La tiranía sobre en qué consiste y es la realidad, es una de las razones por las que comulgo totalmente con un Agustín García Calvo cuando denuncia el adoctrinamiento con que los medios tiranizan nuestra atención. Y, por desgracia, los casos de abusos a menores que están saliendo a la luz , estimulan la industria mediática y focalizan la producción de noticias hacia esa dirección. Tal industria mediática más que escandalizarse, se frota las manos ante declaraciones como las de Dragó y semejantes.
Evitemos juicios sumarísimos. Lo sucedido en Japón fue hace más de cuarenta años, Dragó es sobre todo un escritor y no sabemos hasta qué punto lo que cuenta participa más del amaño imaginativo que de la realidad. Por otro lado, parece ser mala hora para los librepensadores. Michel Houellebecq se ha tenido que largar de Francia y refugiarse en Irlanda, por decir claramente lo que piensa del Islam.
Las palabras de Dragó han sido una fanfarronada y sobre todo, ahora, han resultado lamentablemente "inoportunas". Pero insisto, tengamos en cuenta cómo se desplazan los objetivos de la industria mediática y sobre todo, porqué enfatizan sobre unos, olvidando otros igual de importantes. Y esperemos que su programa no desaparezca, porque visto el paisaje, el suyo sigue siendo, a pesar de todo, si no el mejor, uno de los mejores. Si bien el personaje Dragó puede resultar cargante a alguien, ha sido en su programa donde hemos podido asistir a amplios debates sobre Heidegger, las drogas, la globalización, la literatura actual escrita por gitanos, las nuevas espiritualidades y tendencias filosóficas, y un largo y notable etcétera de personajes entrevistados y temáticas diversas y complejas, que en otros programas culturales se enfocan de modo menos directo, incisivo y personal.

miércoles, 27 de octubre de 2010



SUEÑO

Se dice que tenemos o bien sueños jungianos , o bien sueños freudianos. Yo he tenido éste que se me ocurre colocar aquí.
Visito la casa de Claude Lévi-Strauss. No se trata de una visita a su persona, sino de una suerte de exploración por las dependencias de su casa, convertida en una especie de museo. Voy acompañado por un grupo de estudiantes y de jóvenes durante una ausencia temporal del antropólogo. La casa de Levy-Strauss consiste en tres construcciones o módulos aislados entre sí y ubicados en el campo, lejos de la ciudad. En realidad, se trata de tres grandes bibliotecas, por las que yo y el grupo de jóvenes, vamos curioseando, sacando y examinando volúmenes de las estanterías. Hay todo tipo de publicaciones , revistas, folletos, libros sobre los temas más dispares: historia, simbología, mitología, dispersos sobre grandes mesas alargadas o amontonados uno encima del otro, formando columnas entre los espacios libres que hay entre una estantería y otra. Yo reparo en un pequeño volumen con fotografías originales del siglo XIX pegadas en las páginas, es decir, no impresas, que trata sobre los buscadores de oro en Norteamérica. Me sorprendo al comprobar que está escrito en español. Su título es "El libro del sueño" (se se sobreentiende que quiere decir "El libro del sueño americano").
Este grato perderme por la casa-biblioteca de Levy-Strauss me hace recordar, dentro del sueño, cuando de pequeño curioseaba fascinado la biblioteca del despacho de mi padre. Hay un detalle elocuente que confirma la semejanza. En el sueño veo libros viejos de gran tamaño, de tapas semiacolchadas pero sin ninguna indicación o título en las portadas. Esto me comunica cierta deprimente pobreza, como cuando de crío retiraba la sobrecubiertas de algún gran volumen y descubría que las tapas estaban desprovistas de títulos o ilustraciones, lo que contrastaba con el contenido del libro, repleto de fotografías y de alto contenido informativo.
En nuestra visita nos guía un hijo del antropólogo por cada casa por la que pasamos. En el sueño, Levi-Strauss tiene tres. Uno de ellos delgado, con gafas, medio calvo y con gesto serio, intenta atendernos lo mejor que puede. El otro un poco más grueso, desaparece por los pasillos. El tercero está en la tercera y última casa que visitaremos. Hay un momento en el que me detengo ante una mesa en la que se se encuentra un montón de fascículos dedicados a crímenes famosos. Yo empiezo a seleccionar ansiosamente una cantidad de ellos para llevármelos, pero una mujer mayor encargada del mantenimiento de la casa, me llama la atención. Yo, humillado, me excuso diciéndole que pensaba devolverlos después de haberlos visto, y antes de que Levi-Strauss regresara. A propósito de esto, le pregunto a alguien cuándo volverá y me dice que murió hace pocos años. Yo me sorprendo de no haberme enterado de la noticia. Continúo examinando estanterías y montones de libros y llego a la tercera casa. Me encuentro en un pequeño salón en el que personas sentadas en círculo frente a una puerta vieja, acristalada al modo modernista - rombos verdes y anaranjados - parece que esperan algún tipo de acontecimiento o la comparecencia de alguien. Encabezando este grupo de personas sentadas, se encuentra un hombre joven, con chaqueta negra, de aspecto distinguido. Lo rodeo y descubro que se trata de Pierre Henry-Levy, el filósofo francés, el tercer hijo de Claude Levi-Strauss.Está esperando la entrada inminente de las cámaras para dar una conferencia o iniciar un debate televisivo.
Las dos sensaciones más intensas que he sentido en el sueño han sido: ese cuasi uterino y fascinado navegar entre la multiplicidad de libros y publicaciones de todo tipo y el bienestar anímico que me producía estar en un ambiente con personas famosas de gran nivel cultural, sentirme "adulto" entre los adultos sin pesar, sin malentendidos al compartir un mismo lenguaje.
Este sueño central ha venido acompañado de otros dos episodios oníricos, no sé hasta qué punto independientes.
Me encuentro con dos individuos de aspecto siniestro, en una miserable covacha a la orilla de un río. Estamos a mediados del siglo XIX. Parecen dos tipos del lumpen británico de la época, dos personajes dickesianos, empleados de pompas fúnebres o dedicados a algún escabroso negocio que tenga que ver con la manipulación de huesos o esqueletos.
En el otro fragmento onírico me encuentro también el siglo XIX, divisando una parte de la ciudad de Orihuela. Es como si yo fuera un viajero extranjero que pasara por mi propia ciudad y me impresionara su escaso atractivo. Le comento a alguien que me acompaña lo triste que sería vivir siempre en Orihuela, confinar la vida en un pueblo tan pobretón. Lo único que destaca es la torre de la catedral, y percibo, dentro del sueño, cierta agonía e ironía por el autoreproche que me lanzo, ya que es la ciudad en la que resido.

lunes, 25 de octubre de 2010


MIGUEL HERNÁNDEZ +JOSÉ LEZAMA LIMA.
A PROPÓSITO DE HOMENAJES Y CENTENARIOS

Las librerías de Orihuela y Alicante rebosan de publicaciones sobre Miguel Hernández: biografías, reediciones de su obra poética completa, epistolarios, adaptaciones infantiles sobre su vida y su poesía, etcétera. Además el número de conferencias, exposiciones, mesas redondas y encuentros en su nombre se producen casi a diario. Demasiado sigilosamente está pasando el otro centenario, el del poeta cubano José Lezama Lima. Inadvertido, habría que decir. No he visto nada en la prensa - habrá sido una extraña casualidad - sobre esta efeméride. Y esta suerte de silencio, es tanto más sorprendente teniendo en cuenta que pocos autores han festejado el lenguaje poético como Lezama. Si por hacer justicia con las cronologías celebramos a Hernández, hagásmolo del mismo modo con un poeta al que también le ha llegado su centenario y que, encima, es hermano de lengua y tradición literaria, y autor de una obra cuya ubicación en la historia de la literatura todavía trabajan los filólogos.
Lezama, podríamos decir, es el "maldito" del boom latinoamericano, el autor que se quedó fuera del reconocimiento y de la fama que disfrutaron Cortázar, García Márquez o Vargas Llosa. Siendo la obra de Lezama una de las mayores aventuras verbales en español, el que su reconocimiento haya resultado tardío y titubeante, es todo un signo de la escasa capacidad para el lujo intelectual de nuestro estimado y agitado orbe. Me atrevería a decir que Lezama es según la terminología barthesiana, un logoteta, es decir, un creador de lenguaje (como quien crea un idioma propio), pero que a diferencia de otros autores que han engendrado modelos referenciales, resulta difícilmente imitable. Pongo un ejemplo. Cioran dijo que lo malo de Borges es que le habían pillado el tranquillo, es decir, que su propia genialidad traicionó a su misterio: legión son los textos que han imitado-estereotipado el estilo y las temáticas literarias de Borges. Pero, tal y como Luis Cernuda recriminó al propio Lezama, el múltiple cubano no le puso las cosas fáciles a los lectores. Si lo comparamos con Neruda, el hálito del chileno es oceánico, pero resulta claro y lineal en su totalidad; mientras que Lezama, sumando las armas de los depósitos barrocos y simbolistas que en el mundo han sido, lleva a cabo una empresa literaria torrencial en la que la imagen se convierte en expresión suprema de un sistema que integra el azar en una lectura órfica del mundo. La lectura nerudiana fluye, la de Lezama no lo hace sino exigiendo al lector que se introduzca en el magma del lenguaje con el avituallamiento cultural ya deglutido sobre sus espaldas. Lezama es el poeta como demiurgo, un demiurgo no estático: cada verso suyo, cada línea, cualquier artículo o ensayo está magnetizado por esa demiurgia cuya complejidad reside en afrontar la totalidad en movimiento, aliando singularidad y significación estética. El resultado de ambas cosas es la imagen poética.
Conocimiento y sensorialidad, alusión cultural y expresión metafórica, convergen en las aristas de un móvil diamante: el que configura la palabra poética investida de sus más delicadas y laberínticas potencialidades.
Celebremos, pues, ambos centenarios que nos ofrecen la ocasión de redescubrir y afirmar dos tesoros literarios. La vida y la obra de Miguel Hernández son un ejemplo de integridad para un mundo escaso en heroicidades. De Lezama, el ejemplo a seguir es total y converge con el de Hernández: ratificar que, pese a los vaivenes de la sociedad, los poetas deben seguir ahí, guardando el lenguaje, siendo los médiums mal pagados de los misterios y de las confidencias más entrañables.

martes, 19 de octubre de 2010


LA GIGANTA

Nos llueven imágenes alimentadas por una genealogía mistérica que de este modo se regenera o vuelve a cuestionar imaginarios, pulsar devenires. La alienígena aquí presente no enseña el muslamen porque sí, sino porque asume un modelo, está dispuesta a satisfacer determinadas representaciones de nuestros movedizos mitos sexuales. No sé si esta imagen confirma la consabida fantasía edípica - la mujer gigante y poderosa es la Madre arquetípica en torno a cuyas formidables piernas se arremolina el pequeñajo ansioso de mimos y blanduras, que es el fantaseador -; pero si esta imagen existe es porque confirma la realidad de esa fantasía, de esa proyección. Las mixturas, si no son demasiado chirriantes o teratológicas, producen atractivas pulsaciones de nuestro secretamente convulsivo inconsciente. La generosidad de carnes se contradice tentadoramente con la falta de ternura, con la fuerza bruta de la opulenta mujerona, amante, quizá, de un cíclope. Con respecto a la cronología de la imagen, como podrá comprobarse por el estilo de peinado, es de mediados de los ochenta, es decir, del futuro pasado.
A propósito de esta imagen, recuerdo un sueño que se ajusta a la fantasía de recorrer las carnes infinitas de un ser solemne. Hace años soñé que ayudaba a Tina Turner a subir la pendiente de una montaña. La cantante medía unos tres metros y yo, que le llegaba a las rodillas, le acariciaba con disimulo los muslos al empujarla.

miércoles, 13 de octubre de 2010


CITAS INOLVIDABLES


"Las flores se vuelven feas sobre las tumbas, como viejos rótulos de cabarets de mala nota"

Jules Renard, Diarios 1887-1910


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"En determinada oportunidad, doscientos monjes benedictinos, bajo la dirección de un padre, cuyo nombre sonaba parecido a "Starkievicz", se juntaron como almas en mi cabeza para encontrar allí su aniquilación"

Daniel Paul Schreber. Memorias de un enfermo de nervios

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"Sauvage (Nosologie Méthodique) afirma que una joven le confesó haber ingerido con infinito placer las cortezas que se formaban en los retretes".

Jhon Gregory Bourke.
Los excrementos y su presencia en las costumbres, usos y creencias de los pueblos.


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"El éxtasis no repite sus símbolos"
Jorge Luis Borges


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"... que hay en la naturaleza precipicios ávidos de viajeros, rayos que odian a los pastores, y arroyos hipócritas que de continuo marchan mansamente y, en una noche tormentosa, destruyen campos y poblados".

Silverio Lanza. La Antropocultura


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"La tarde fabricaba una soledad, como la lágrima que cae de los ojos a la boca de la cabra"

José Lezama Lima. Paradiso.

lunes, 11 de octubre de 2010


EL SEXO QUE RÍE

Recuerdo un artículo de Juan Benet en el que hablaba de un viaje que hizo a Estados Unidos, y en el transcurso del cual, en un bar de ambiente country, había visto a una bailarina, famosa entonces por aquellos lares, hacer lo que nuestra encantadora brujita Elvira ejecuta sobre estas líneas. El comentario de Benet, lúcido para algunos, pedante para otros, venía a ser una crítica no tanto de ciertas expresiones del humor norteamericano, como de los estereotipos y contrafiguras que ha producido la cultura moderna. Si no recuerdo mal, aquel girar loco de los penachos adheridos a los pezones le parecía decadente y le auguraba poco futuro a la sociedad receptora y productora de unas chanzas que se han vuelto contra ella. Y la verdad es que hay una pregunta que, a pesar de su obviedad, no acaba de despejar el enigma: la chistosidad continua alrededor del sexo, esa tonelada de literatura casi ensañándose contra el tema. Es como si nuestros órganos, sexuales en este caso, no fueran nuestros, como si se les hubiera adjudicado una función tan delicada como engorrosa, cuando resulta que forman parte - parte alienada - de nosotros mismos. Pero como sugería Benet, ¿el juego de los pechos giratorios es una muestra de la plástica gozosa del cuerpo, de esa liberación del peso de la palabra sagrada, o es un deleznable signo más de la banalización del sexo?

martes, 5 de octubre de 2010


INTERNÁUTICAMENTE


Hay cosas que no puedo escribir ni en este blog. Adquieren automáticamente un carácter frívolo y cargante que me molesta. Sencillamente, el blog no es el lugar de determinadas confesiones. ¿Dónde, entonces? En el estricto diario íntimo, en un poema, en el silencio...


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LLevar un blog me hace recordar la famosa sentencia de Heráclito: "No te bañarás dos veces en el mismo río", es decir: el ritmo de la red exige que la actualización de la información sea prácticamente diaria, que los contenidos sean sustituídos por otros a la velocidad de la luz. De lo contrario, la cosa no funciona y el internauta pierde interés. El lúdico pragmatismo, la inmediatez de la consulta en la red - una pulsión que sobrevuela textos e imágenes - se opone a la demora placentera de la lectura tradicional del libro. Por ello, su dinámica se parece a la de las aguas heraclitianas: la información se renueva cada día, la lectura avanza sin volver sobre las mismas páginas, todo fluye. Esa es su ventaja y su inconveniente. El hipertexto (el "texto" virtual conformado por todos los textos que se encuentran en la red) es información en constante crecimiento, una masa de datos en ramificación continua. Una página, un blog no actualizados, son - siguiendo la metáfora filosófica - como agua estancada.


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En la red el continente sí afecta al contenido, es decir, a la percepción de ese contenido, ya que lo que nos atrae o divierte de internet es la novedad del formato en que accedemos a la más diversa información. A ello se añade la interactividad, la posibilidad de que aportemos nuestros propios puntos de vista, obsesiones, fobias, afectos... Internet se convierte por ello en el depósito sin límites de nuestro imaginario.


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El blog, naturalmente, tienta nuestro exhibicionismo y narcisismo. Ahora bien, esto se ha normalizado de tal manera que a lo que asistimos es a un nuevo papel del individuo en la configuración de la sociedad. Recuerda la aparición de la fotografía, lo que supuso ésta como democratización representacional del sujeto en una época en que los retratos pintados sólo eran encargados por gente con dinero. El blog viene a ser la democratización absoluta de la escritura. Para mi sorpresa, apenas me he encontrado con esos blogs mediocres que tanto critican algunos escritores consagrados, cosa que se ha convertido en un cliché negativo que no hace justicia a la calidad y novedad que ofrecen gran cantidad de páginas personales.


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Internet puede ser también una metáfora tanto de la capacidad ilimitada como de la fragilidad de la memoria, del carácter ilusorio de acumularlo todo: un chispazo eléctrico adverso y adiós a todo.

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Lo masivo se torna anónimo. La cantidad de blogs con que nos encontramos en la red acaba por convertirse en la pululante escritura de un autor sin rostro. Lo bueno de este fenómeno es reconocer cierta complicidad en los que escriben, que esta escritura masiva no es uniforme, sino que se trata de una actividad rebelde y necesaria, que constituye el gran signo fluyente de una crítica saludable y alternativa de las cosas.

martes, 28 de septiembre de 2010


IN-CURSIONES, EX-CURSIONES



Miserias del capital( parece una contradicción ¿no?).
Dicen por la radio que en Kenia, la mayoría de los niños están afectados por la malaria, cuando hace ya bastantes años, el médico colombiano Patarroyo que estaba a punto de obtener una vacuna definitiva contra esa enfermedad, vio como le embargaban su laboratorio y se quedó sin medios y sin ayuda. Me entero, poco después, que no fue sino en el año 1992, y bajo presión estadounidense, que los bancos suizos revelaron las miles de cuentas durmientes de clientes judíos que habían sido asesinados en los campos de concentración. Lo increíble sucede.


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No sólo no hay que perder la capacidad de asombro para descubrir bellezas nuevas y aprender cosas, sino tampoco la capacidad de escandalizarse para no perder la lucidez moral.


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Epitafio: Y ahora, ¿qué?



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Pretexto numinoso para islamófobos.
Siempre me ha resultado curiosa la impresión que tuvo Jung al poner pie, por primera vez, en suelo argelino: "Esta tierra huele a sangre".


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Efectos fastasmagorizantes del tiempo.
Recuerdo que la primera noche de mi llegada al convento de Santa Ana del Monte, en Jumilla, al ir a acostarme, me encontré con un hermoso - gigantesco - escorpión agazapado tras la puerta de la celda. Esto fue a finales de 1981. Lo aplasté de un pisotón y como me caía de sueño, lo eché al oscuro y largo pasillo, en vez de tomarme el trabajo de arrojarlo a la basura. Al día siguiente, al despertarme, eché un vistazo al pasillo para cerciorarme de que lo había matado y de que debiera estar allí, pero no encontré rastro del animal por ningún sitio. Recuerdo que comenté el suceso con los frailes, que se sorprendieron bastante, pues nunca había visto uno, ni fuera ni dentro, ni en los alrededores del convento. La cuestión está en que cuanto más pienso en la desasosegante aparición del bicho aquella noche, más y más se me borra la imagen del mismo, hasta el punto de que acabo por no estar muy seguro de si lo vi realmente o si lo soñé todo. Está claro que el paso del tiempo, trastorna mi percepción del hecho objetivo de la aparición del animal. Ésta es, a día de hoy, más "literaria" que real. Del escorpión sólo retengo una imagen remota y confusa y se me presenta en la memoria más como un signo perdido, una suerte de metáfora no descifrada que como un hecho real.


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El símbolo introduce una eternidad en el lenguaje

Roland Barthes

martes, 21 de septiembre de 2010


LA FOTOGRAFÍA COMO MARCADOR DE IMAGINARIOS

En una visita relámpago al FNAC de Alicante, por casualidad, al salir del centro recogí publicidad que se ofrecía en una mesilla. Entre otros folletos y revistas que anunciaban la actividad cultural de la temporada en la ciudad, estaba la reproducción de esta foto a modo de tarjeta postal. Me arriesgo a colocarla aquí porque sin la imagen el artículo es imposible: no hay otro interés al respecto. Lo chocante es que pensé que se trataba del fotograma de un vídeo o bien de una exposición que recrease las formas de investigación astronáutica de hace algunas décadas, tal y como, por ejemplo, Joan Fontcuberta ha hecho en alguno de sus trabajos. El aspecto algo arcaico del traje del astronauta así me lo sugería. Cuando llegué a casa y se me ocurrió darle la vuelta a la foto me quedé fascinado: la fotografía pertenece al fotógrafo Fritz Goro y es de 1962. Sentí un vuelco, una reubicación de perspectiva. O sea, que yo creía que la imagen era una impostación intencionada, la simulación estética de una época, cuando en realidad, pertenecía a la época recreada. ¿Qué quiere decir esto, o qué implica? Pues, sobre todo, la irreductibilidad de la realidad, o más bien, de la vida, a los códigos - visuales, lingüísticos, culturales - con los que nos hacemos la ilusión de identificar infaliblemente su articulación.
Es cierto que las modas nos ayudan a conocer algunas claves del funcionamiento de la sociedad en momentos aparentemente muy concretos, pero la identificación de una imagen cuya fecha ignoramos, no resulta a veces tan fácil.
¿Por qué pensé en un principio que la imagen del astronauta pertenecía a una instalación, que era una simulación? Creo que por dos cosas: la gran nitidez - ese contraste de los colores del traje con el entorno desolado y monocromático- , y la puesta en escena. Ya sé que la nitidez es un mito. Hay bastantes fotografías antiguas de extraordinaria nitidez, no todas las fotos viejas tienen que ser borrosas para conservar su encanto. Ya los fotógrafos pictorialistas de fines del XIX emplearon el sfumatto para provocar una sensación de desmaterialización en sus imágenes. En este caso la nitidez me hizo pensar que la foto era reciente, pero sobre todo, que tal nitidez era utilizada conscientemente, es decir, empleada para crear un aire algo naïf y embriagador; por otro lado, la puesta en escena, la ubicación del astronauta-robot en el mismo centro de la imagen, le da cierta teatralidad, le presta como un aire pedagógico al resaltar la función, el trabajo que está llevando a cabo el personaje, independientemente de toda estética (la obra fotográfica de Fritz Goro viene a ser una ilustración de los progresos que la ciencia ha realizado en buena parte del siglo XX).
En resumidas cuentas, yo había confundido unas formas originales con su recreación. Sólo al conocer la fecha de la foto se me reveló la "verdad" - ontológica, estética, histórica - de la imagen. Pero si hemos estimado que el tiempo no existe, es decir, que es, como señala Borges, un hecho intelectual y no objetivo, será, precisamente, ahí, en lo intelectual, en lo estético, en nuestro imaginario, donde podamos asignarle a la imagen su encanto y significación específicos, conociendo su indistinción final en la suma global del Tiempo.

jueves, 16 de septiembre de 2010




EL GRAN DESIGNIO : LAS EMBRIAGUECES DE LA CIENCIA

Está claro que el lugar de autoridad que la teología ocupaba en otros tiempos, lo ocupa hoy la ciencia física. Como ya no hay almas, actualmente, sino cuerpos, la ciencia, acreditada por su eficacia, ensalza a grado sacro de irrefutabilidad todo lo que presuntamente descubre o diagnostica. ¿Quién se atreve a refutar a la ciencia? O más bien: ¿cómo? ¿Presentando otro tipo de "verdad" distinta a la científica? Ahí están las ciencias humanísticas, condenadas por ese margen final de ambigüedad que se les achaca a no poder competir con la física, aunque el desarrollo de las mismas haya alcanzado un listón de soberbios resultados. Lo que la semiótica, la hermenéutica o el estudio de la literatura comparada han añadido al saber universal moderno es, formal y conceptualmente, tan científico como lo que la ciencia empírica ha obtenido y comprobado en sus laboratorios. De hecho qué es el análisis textual sino la práctica de la ciencia literaria. No es la suma histórica de sus productos lo que establece la diferencia sino la naturaleza intelectual de sus materias y lo que cada una implica modificando el mundo: la ciencia literaria nos descubre los procesos laberínticos de la imaginación, ese complejo bosque de signos que es un texto, y el imaginario social que vehicula; la ciencia físico-matemática nos permite conocer la naturaleza y, sobre todo, dominarla. Ahora bien, es precisamente ese grado de evolución, de sofistificación que la ciencia ha alcanzado lo que la ha convertido en disquisición de temas supremos.
Acaba de ser publicado en el Reino Unido el libro El gran designio, escrito por Stephen Hawking y Leonard Mlodinow. En esta obra se habla de multiuniversos, de mundos paralelos, del origen del Tiempo, de la infinitud de interacciones que se producen en el mundo subatómico, etcétera. Y cómo no, el problema de Dios, de su existencia o no, surge en el transcurso de semejantes investigaciones hasta convertirse en el eje de las distintas aportaciones de los dos autores. Físicos del siglo XXI hablando, a través de otra perspectiva y materia, de lo que dirimían los teólogos del Medievo. Lo que decíamos al principio.
El grado de especulación que ha alcanzado la física teórica la convierte en cuasi literatura. Como dice Barthes, "la estructura del lenguaje es infinita", así que es éste quien, finalmente, posibilita que hablemos alegremente y hasta que se nos acabe la imaginación, de octavas y décimas dimensiones, de viajes en el tiempo, de fractales, de lo que ocurre y deja de ocurrir en un agujero negro, de lo que había antes del Big Bang, de lo hacía Dios antes de ocurrírsele la creación..
A veces pienso si no es, precisamente, el estado de postración física en que Hawking se encuentra, lo que facilita que en sus últimos libros se introduzca por esos derroteros especulativos - eliminado el cuerpo, el vuelo teórico es libre e infinito - y acaben saliendo los devaneos transcendentales con apariencia de rigor científico. Con esto quiero decir, por un lado, que los físicos que se autoconsideran ateos, penetran en unos laberintos que convierten sus investigaciones en reflexiones sobre lo mistérico e inexplicable al fijar su atención en el origen y finalidad de la vida, y por otro, que toda esta serie de fascinantes conceptos que la ciencia ha descubierto o elaborado - no sé si una cosa o la otra -corren el riesgo de convertirse en unidades lingüísticas de orden hermético, en discurso puro y duro, pero que son aceptadas sin rechistar porque provienen del pensamiento científico, considerado y respetado hoy como lo era el oráculo de los antiguos.

CRECIENDO ENTRE IMPRESIONISTAS DIARIOS DE Julie Manet

Hay momentos en la historia de la cultura, episodios estilísticos o simplemente períodos en el ámbito de un siglo, que se revisten de un e...