miércoles, 20 de enero de 2021

INCIDENCIAS FUGITIVAS



No es que la memoria fabule o mienta sino que da forma y unicidad a los recuerdos.


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Cómo han muerto personajes ilustres de las artes y el pensamiento. ¿Se puede hacer una lectura de las mismas, poseen algún tipo de significación especial? El poeta Jhon Keats muere tuberculoso sin haber llegado a los treinta. Percy Shelley, muere ahogado, también muy joven. La muerte por  accidente en los grandes poetas jóvenes ¿indica cierta impaciencia en la divinidad por traerlos a su seno? Irremediablemente, Mariano José de Larra, se pega un tiro. No puede haber una muerte más sumida en el aura de lo fascinador que el suicidio romántico. El fino semiólogo Roland Barthes, entregado toda su vida al análisis exquisito de los signos, es atropellado por una camioneta de ropa sucia. Una muerte cargada de contenido prosaico y vulgar. Qué paradoja. ¿Y el monje trapense y brillante escritor Thomas Merton, maestro espiritual de Ernesto Cardenal? Va a tomar un baño y un ventilador cercano, cae al agua, electrocutándolo. Es como si Dios lo arrebatase de la tierra y se lo llevara consigo.



Tengo puesta la radio y están emitiendo fragmentos de óperas. Dan unos minutos de una obra que no conocía de Puccini. La música es sorprendentemente dramática y agitada, en contraste con lo que conocía del compositor italiano. La ópera que llega y concluye a principios del siglo XX, es lo último que el arte europeo ha producido de verdaderamente sublime. Después, todo se tornará definitivamente violento y el arte se especializará en una estética de la fealdad y de lo grotesco. Qué cerca, qué próximos y, al mismo tiempo, qué distantes, las grandes bellezas de las últimas operas clásicas y la eclosión de las vanguardias, con su experimentalismo infinito y explosivo. ¿Qué ha pasado ahí, en esa brecha sutil entre un hacer del arte y otro?

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Llevando las mascarillas ya sé qué sienten las mujeres musulmanas tras sus velos: cierta seguridad y protección asediados por el ahogo.


En las primeras líneas de su Historia de la eternidad, Borges ya deja claro la incompatibilidad que existe entre la eternidad y el tiempo, es decir, el error de emplear la primera para explicar el segundo. El tiempo es una urgencia real, la regularidad que implica la sucesión de los días; la eternidad es un concepto elaborado por los hombres. No sirve, en principio, para explicar el misterio del tiempo. Aunque me temo que son, precisamente, las respuestas imaginarias y simbólicas, las únicas probables que puedan  responder a los grandes interrogantes.

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En su Historia..., Borges dice, significativamente, que el tiempo precede a la eternidad, ya que esta última es, como se ha dicho, invento o sueño del hombre. Pero entonces el tiempo casi devendría un problema menor, es decir, meramente físico, y le correspondería a la física teórica calcular su origen, mientras que la eternidad se vincularía a la metafísica, a la filosofía compleja al tratar sobre el  destino trascendente del hombre, poniéndose, sorpresivamente,  por encima del tiempo que presuntamente le precedía. 

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Sobrevolando el marasmo teórico sobre el tema, supongo que la eternidad debe suponer  más un modo de vivir y ser que un lugar, aunque, en definitiva, sea complicado dividir ambas cosas, espacio y tiempo.



LOS DOS NIÑOS QUE ARRASTRÓ EL AGUA La imaginación intenta en secreto y con una mezcla de vergüenza y temor, recrear alguno de los episodios ...