miércoles, 6 de junio de 2012

LIBROS DE VIEJO





EL ÁNGEL DEL SEÑOR ABANDONA A TOBÍAS
Juan Benet
La Gaya Ciencia, 1976.

A Benet se le podría aplicar aquello que Luis Cernuda le "reprochó" a Lezama Lima en una carta: "no le pone usted las cosas fáciles a los lectores" (si consideráramos que las expectativas de un conjunto de presuntos lectores fuera la prioridad que condicionara el libre decurso y desarrollo de la mismísima e  indomesticable creatividad). Y digo "podría" porque no creo que los meros apelativos de advertencia sobre su prosa - oscura, compleja, compacta, englobante - solucionen la cosa colocando a Benet donde le corresponde. Creo que ha sido, precisamente, el nivel de exigencia que la lectura de Benet requiere, lo que le ha singularizado tanto negativamente como positivamente: un raro en las últimas letras españolas. Llamarlo el "Faulkner español" quizá sea una imagen que le perjudique más que le defina, porque implica la subyugación de su obra a la de un estilo, escuela o "maestro". Para eliminar prejuicios - o confirmarlos - lo que he hecho, tras leer artículos y cuentos del autor, ha sido zambullirme en la espesa piscina de este ensayo y de paso, resolver en parte cierta cuenta pendiente. Cuando he llegado al final del texto he experimentado un vibrante placer que podría definirse como una mezcla de compensación y vislumbramiento, como si hubiera remontado un desfiladero o alcanzado la cumbre de un pináculo. Por ello, y teniendo en cuenta al tipo de autor con que nos encontramos, tendría que hablar, por un lado, de las impresiones que el texto me ha producido, y por otro, del análisis o comentario de los contenidos específicos,  asunto algo arduo porque Benet liga, insensiblemente, motivos y temáticas en un solo flujo de pensamiento, y como él mismo dice en este libro, las partes de algo suelen ser artificios lingüísticos que se operan sobre la dimensión ininterrumpida de lo real.
El motivo germinante del ensayo justifica exposiciones y desarrollos progresivamente inextricables: cómo explicita el lenguaje lo percibido visualmente. Partiendo de las distintas  formas con que podría titularse el cuadro de Rembrandt "El ángel del señor abandona a Tobías", debido a la posición flotante del ángel en la pintura, es decir, los distintos modos de percibir la situación de las figuras, y traducir tales percepciones lingüísticamente,  Benet urde una ramificante, vigorosa y dilatable reflexión sobre el lenguaje, sus conexiones o no, con la realidad; la pertinencia o no del aparataje semiótico; la fatuidad totalizante de la empresa científico-linguística; el tiempo,  el hombre, el espíritu.... Con una sagacidad sorpresiva, un "profano" cuestiona que la semiología y linguística internacionales puedan cerrar el círculo de sus conocimientos sobre los origenes del lenguaje, los signos y el hombre, satisfactoriamente. En este aspecto coincide con Barthes, quien, a pesar de haberse servido de la semiología como instrumento de investigación, negaba la posbilidad de una semiología "científica" por el simple hecho de que la significación de los signos varía con el tiempo.
La posición de Benet es la del artista, la de quien gustando de toda empresa cultural, descree, finalmente, que el saber que se erige como científico pueda consignar sin fisuras esa continuidad espacio-temporal que es la realidad. Como escritor, Benet sabe la vida que se le arrebata a las palabras cuando  son objeto de una taxonomía sistemática, convirtiéndolas en reflejos mecánicos de la realidad a través de la supuesta lógica que legitima tal reflejo. Cuando Benet señala la insuficiencia de la gramática para expresar todas la variaciones de la temporalidad y reivindica la oposición entre imagen y palabra, es decir, entre lo sensible y el formalismo del concepto, está defendiendo no la confusión sino ese índice de ambigüedad que tan fecundo ha sido para la poesía y para toda la literatura contemporánea, el ámbito que le es propio, en realidad, a toda creatividad.
La minuciosa tarea de lingüistas y semiólogos encierra, finalmente, para Benet cierta pretensión quimérica no por la ineptitud de los profesionales sino por la inevitable tendencia del instrumento a crear su propia logosfera: la lengua no es para Benet una proyección de la realidad sino un doble de ella. Si el mundo de la lengua es un ente propio, simplemente paralelo al de la realidad, las famosas distinciones entre significante y significado en que se ha basado la definición del signo lingüístico desde la súbita bajada del ángel a Sausurre, se vuelven inoperantes y prescindibles: "Con los ojos del verbo contempla el ocaso como el ocaso es reengendrado por el verbo. El verbo tiene el mismo potencial que el mundo sensible." La lúcida indistinción entre mundo y palabra no es sino convergencia generadora, el manantial del poeta. El lenguaje al calcular los pasos de la realidad y exponer lo que ha calculado de tales pasos, crea inevitablemente su propio plano sintáctico, su mundo de reglas y órdenes gramaticales: demiurgias de las fusiones sensoriales e intelectivas.
La prosa ensayística de Benet produce la impresión de esa espiral con que se sintetiza la imagen del ADN: elementos ascendenes-descendentes-ascendentes que se imbrican unos en otros, subordinaciones irremontables que pueden incluir añadidos entre paréntesis o entre guiones, y que yo he sorteado extrayendo tales contenidos informativos del bloque del párrafo y leyéndolos después. Este afán totalizante apelmaza el ritmo de la lectura, pero creo que Benet sólo es consecuente consigo mismo, con la capacidad de una frase expansiva que no es sino la puesta en escena literaria de un juicio extraordinariamente riguroso. Comprendo el disgusto que para algunos supone el estilo benetiano. Digamos que sólo podrás disfrutarlo a condición de poder "calzártelo. El placer literario-intelectivo que Benet promete, lo hace exigiendo esa labor de seguimiento que por los temas que abarca y los recovecos que triza, puede hacer naufragar al aturdido lector. En este sentido, esto perjudica la valoración puntual de alguno de sus textos, pues observaciones incisivas se pierden en la masa general del flujo de palabras.
" .. el espíritu que clausuró el caos al abrir la temporalidad sabía que su único ámbito sería en lo sucesivo la memoria".
"El día que todo el misterio fuera despejado por las luces de la ciencia, el conjunto del saber total- el logos - se convertiría instantáneamente en misterio, en analogía con el instante cero del proceso entálpico que seguirá el día de la muerte del universo por el equilibrio termodinámico entre todos sus elementos". 
"Sólo la ambiguedad tiene capacidad para hacer historia".
El ejemplar que he leído es del año 76, pero sólo por motivos cronológicos he situado la obra en el apartado de "Libros de viejo". La edición es exquisita. Podría haber salido la semana pasada.

1 comentario:

Blanca Andreu dijo...

Gracias por enviarme la referencia. Desde luego, José María, como bien dice Vicente Hernández, eres un crítico excepcional-o lo que es lo mismo, un lector/escritor excepcional, ya que en el buen crítico tiene que darse el maridaje.

A Benet le habría encantado tu artículo, te lo aseguro.

Blanca Andreu

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