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DOS MENTES Y UNA SOLA ESCRITURA.
DIARIO.
Jules y Edmond de Goncourt.
A lo
largo del tiempo, en artículos, ensayos o reseñas me he ido encontrando con
múltiples referencias de esta “obra”: los diarios de los Goncourt.
Intelectuales de los más distintos signos, investigadores, escritores, solían
ultimar la exposición concreta de sus pesquisas consultando estas páginas, a la
búsqueda del detalle curioso, de la información especial. La idea que me fui haciendo de estos diarios
fue la de una suerte de texto omnímodo, en el que la gran mayoría de las personalidades
literarias, políticas y sociales del XIX
francés se daban emocionante cita.
En este
voluminoso diario escrito al alimón por los dos hermanos durante una serie de
fecundos años de colaboración, se hacía uno a la idea de poder encontrar el
dato curioso, el chisme culto más o menos grotesco, chocante o revelador sobre tal o cual
personalidad ilustre de la pléyade literaria. Y efectivamente nombres como los
de Victor Hugo, Gautier, Flaubert, Saint-Beuve o Gavarni surcan entre otros
muchos los agudos y minuciosos apuntes de los Goncourt.
Hace
unos años, internet me dio la posibilidad de adquirir una traducción parcial
del diario en la editorial Alta Fulla. Se trataba de una edición de muy
principios de los ochenta y que yo sepa, en el mercado español hasta esa fecha,
una de las pocas o la única existente hasta entonces.
Tiempo
después ha sido la editorial Renacimiento la que, siguiendo con su interesante
idea de dar a la luz piezas biográficas y memorias, nos ha ofrecido una
suculenta selección de este interminable e inabarcable diario literario. Ha
sido esta edición la que ha atravesado, gustosa, mi lectura hasta su vibrante final. Vibrante
porque el traductor ha elegido el fin de su selección de este primer volumen
(el segundo y último acaba de aparecer en las librerías) en el momento en que
uno de los hermanos muere. Este instante resulta crucial en los diarios, aunque, sin embargo,
no supone el fin de una escritura destinada a seguir sumando reflexiones, anécdotas y crónicas, ya
que el hermano sobreviviente continuará con dicha labor hasta su fin propio.
Es
por ello que comienzo mi reseña por el final del libro. Si no me equivoco, es
Jules de Goncourt quien muere con 39 años y le sobrevive Edmond, quien continúa
escribiendo el diario. El tono, la autenticidad y patetismo de las últimas
páginas describiendo el penoso proceso final, ese talante nada mixtificador, esa
franqueza, es lo que caracteriza a todo el diario, pues no estamos ante meras y
asépticas anotaciones estadísticas: la escritura de los Goncourt es precisa,
atenta a la verdad del fenómeno, pero no exenta del acuse anímico de lo que
sucede y de cómo interpreta el mundo que le rodea.
Esta sinceridad
en las observaciones, esta desmitificación de personajes y ambientes, esta
mirada imparcial e inteligente a la realidad es lo que hace que el texto del
diario se convierta en el documento intrahistórico de un período
particularmente brillante en la cultura del país galo, lo que permite que sea
leído tanto tiempo después, con interés, como si un espía del futuro, se
hubiera filtrado, colocándose escondido en la fronda del tiempo y nos hubiera
legado el testimonio secreto de sus indagaciones.
Se ha
calificado al siglo XIX como el siglo en que la subjetividad emerge en todos
los planos, pero singularmente en el ámbito literario. Los diarios íntimos nos
hablan de una sensibilidad bullente que necesita de un testimonio propio para
confirmar los nuevos desasosiegos que pulsaban en el sujeto. Los diarios de
Goncourt se escriben en el corazón de esta época de interioridades tempestuosas
en la que los deseos inconfesables, las obsesiones, frustraciones y amarguras
de la reflexión todavía podían sublimarse con el ejercicio de la pluma.
Algo
como un diario se suele leer con facilidad, ya que lo que se cuenta son hechos
concretos y confesiones directas que salvo en casos virtuosos, se ven libres de
profundizaciones especulativas. Resulta,
pues, fácil hallar aquella convergencia
entre texto y lector que tanto ha buscado como definido la crítica, aludiendo a
la figura del lector ideal. Recuerdo este aspecto del universo textual: podemos
confiar en los diarios de los Goncourt. La lectura fluye a través de una
sucesión de chismografía culta, rápida semblanza de personajes, madeja
autobiográfica y lirismo urbano sublimado en pinceladas siempre significativas.
“Lo epocal” es para los Goncourt tanto experiencia personal como objetivo de
análisis. Pertenecen irremediablemente a una sociedad y a una cultura que aman
tanto como conocedores se muestran de sus resortes camuflados.
Esta implicación
ineludible y el distanciamiento crítico ante ella simultáneamente, hacen de los
diarios una puerta secreta en el túnel del tiempo, un acceso inmediato a las
espesuras secretas del acontecimiento. Los Goncourt están dispuestos a
contarnos la verdad de lo que vieron y de lo que sintieron ante lo que vieron. Cierto
es que no estamos ante un monumento voluntariosamente literario como puedan
serlo las Memorias de Ultratumba, de Chateaubriand, obra en la que el escritor
ejerce de inopinado sacerdote de la historia, pero tenemos a nuestro favor la
autenticidad, la veracidad del detalle anotado tras instantes de haberse
producido en la percepción de una sensibilidad que no desea hacer literatura
porque la sustancia de lo real ya lo es, tal cual lo expone.
Los
diarios de los Goncourt son tanto documentos como, más significativamente,
memoria de la historia literaria y psicológica; son una expresión directa,
punzante, urdida al abrigo de los doseles de interior, con un deje amargo, a veces
y no exentos de anotaciones sorpresivas, sobre momentos públicamente huidizos
de la alta cultura.
Los
hermanos Goncourt suponen un misterio evidente, valga la contradicción, en la
historia literaria. No sólo convinieron en vivir y escribir juntos, sino en compartir las
tesituras internas de la vida a través de la escritura común del diario. Es
curioso observar cómo un hecho biológico, el ser hermanos, determina tanto un
modo de vivir como también de imaginar y vivenciar el mundo.
Las novelas que escribieron parecen producidas
por alguien anónimo, ese sujeto de la escritura surgido de la colaboración
intelectual de dos mentes en una.
La
gracia natural de ser hermanos les sirvió para algo más que preservar la
concordia ante las ficciones que decidieron llevar a cabo, y de este modo,
compartir la estancia secreta de la intimidad, de las perplejidades interiores.
Naturalmente, cuando uno lee estos
textos no se para a considerar quienes de los dos hizo tal o cual entrada.
Jules y Edmond constituyen un tándem tan insólito como herméticamente eficaz.
Escritura
no paralela sino convergente, una sola escritura con dos mentes actuantes
sumidas en un solo sentir, emergidas en el mismo juicio… Casi diríamos que los
diarios suponen un súbito experimento que salió notablemente bien. Resulta
interesante comprobar que el contexto estético del que parten ubica muy
certeramente el tipo de escritura que sale a flote en los diarios: un
naturalismo central rodeado de todas las inquietudes fugaces pero acosadoras
del romanticismo, lo que provoca un juicio diáfano sobre lo brumoso y complejo.
He hablado
de la complicidad con el lector del futuro como elemento definitorio de la
genialidad de los Goncourt, como efecto indirecto en la elaboración de estos
diarios. La creatividad, cuando es evocada sin remilgos, abre las espitas a
toda percepción y ahí, desde luego, el sentido del humor puede no estar exento
de un juicio sobre la realidad que se vive. La psicología de los Goncourt es la
del burgués del XIX francés, dotado de una plástica racionalidad pero también
hijo de su época.
Hay anotaciones donde se desmitifica al artista de turno o se describen sus virtudes más notables y ocultas, otras en las que quien habla es el yo angustiado del homo urbanus de las grandes ciudades, el flaneûr que busca refugio en las multitudes errantes por las calles, o bien, pasajes en los que nos encontramos reflexiones sobre la naturaleza, la política o sobre el destino de la novela y el de la propia escritura.
No
hay persona discernible en estos textos: la escritura de dos sujetos crea un
tercero que es quien emerge de esta estos diarios, un prototipo, una
sensibilidad mórbida y anónima, que confiesa sentirse como una extraño en su
patria, que juzga de decadente algunas reuniones literarias de escritores muy creídos
de su singularidad, o que cree recorrer un paisaje onírico al visitar las
inmediaciones de alguna de las instalaciones de la Exposición Universal. Ambos
hermanos constituyen una suerte de visor dirigido al teatro de la vida: la suma
de sus anotaciones crea un espejo que refleja desde su posición oblicua las
características insólitas, bellas y excesivas de la existencia.
He preferido sondear el misterio de una escritura como esta, la de los diarios de los dos hermanos, cómo funciona o siente, antes que demorarme en citas. Para ello, es preferible la lectura de estos jugosos fragmentos para reflexionar con los detalles cedidos por los Goncourt en uno de los momentos más exquisitos de la literatura francesa.
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