La
verdad es que me esperaba una poesía muy distinta cuando al descubrir el libro,
constaté que se tildaba a Fonollosa, sin más, como poeta urbano. Creo yo que más exacto resultaría considerarlo como
el poeta emergido de las consecuencias éticas y estéticas de una concepción
vital de lo urbano, pues la voz de este poeta no nos habla de los embelesos del
que atraviesa ciudades marcando como un destino específico la belleza de las
mismas. Más que detenerse en singularidades arquitectónicas, en descripciones
paisajísticas o en la idiosincrasia particular de los ciudadanos de las
distintas ciudades y países que visitó, la voz de Fonollosa nos habla desde la
literalidad de una subjetividad dolida y exasperada, nos habla estrictamente de
sus ausencias y deseos, de sus frustraciones, sin explotar prioritariamente la imagen,
es decir, sin detenerse en otros motivos que no sean los directamente
denunciadores de una circunstancia moral.
El descaro,
la acidez, el cinismo de Fonollosa nos recuerda a veces al Baudelaire más desesperado o a un Céline que de pronto, empleara, eventualmente, la poesía como
discurso de amarguras obsesivas. Lo que no entiendo es cómo Fonollosa no se
sintiera, acaso, incómodo con la etiqueta formal de poeta, pues deja bien claro
en sus calculados y contundentes versos que no busca ninguna belleza ideal,
ninguna teoría o ideología como refugio o motivo inspirador: lo único que realmente importa, lo único
que reamente le interesa es practicar el sexo y tener dinero, o sea, el sueño
certero y egoísta del más orgiástico de los Charles Bukowsky imaginables.
Fonollosa
confiesa que está obsesionado con las curvas femeninas, con sus contoneos
callejeros, con sus excitantes indumentarias, que detesta a sus vecinos, a sus
amigos, a su familia, a media humanidad y que experimenta placer imaginando que
mata a alguien, sintiendo, a la vez, un violento desprecio por la víctima.
Toda
escritura puede ejercer una labor terapéutica importante en quien la ejerce. Supongo
que Fonollosa, un maldito voluntario de nuestras letras, se automaldijo,
previamente, valgan las redundancias, al atreverse a desnudar su probable musa
de todo impedimento verbal y temático y lanzarse a una suerte de catarsis a
través de la poesía y el silencio en que estuvo envuelto casi toda su
existencia, que quiso renacer en secreto desalojando todo lugar común, toda
belleza formal de su crítica y de sus obsesiones que pudiera obligarle a ser
insincero sobre su estado anímico real. fonollosa decide escribir sólo desde lo
que le falta y desea, haciendo de ello la perspectiva visionadora de todo
evento y realidad, de toda alma y tesitura.
Semejante
determinación no hace de la poesía de Fonollosa algo agradable de leer. Su supuesta
sinceridad, su denuncia constante de la fealdad, de la vulgaridad y de la
abundante miseria moral del prójimo, nos mantienen pegados a la lectura y ante
tal descargo contra todo y contra todos, experimentando a la vez cierto
malestar, esa fricción irritante que su verso constantemente desencantado y acusador
de crudezas, produce.
Leopoldo María Panero, tenía, quizá, la justificación de la locura para maldecir
el universo mundo que le rodeaba y enfangarse en la putrefacción como única vía
de lo orgásmico; Fonollosa contempla una sociedad cuya modernidad consiste en
el impudor y patetismo con que muestra su indigencia espiritual y humana, y decide
exaltar solo lo instintivo, el mínimo resquicio vital que le queda al cuerpo que
intenta escapar de la finitud y de la muerte. Y esta realidad fatal se muestra
a las claras en el espectáculo urbano que dan las calles de las ciudades más
populosas y también más crueles. Para Fonollosa, pues, lo urbano es el espacio mitológico y real de
la condenación y de la exuberancia, el escenario en el que se exhibe tanto la finitud del
hombre como el deseo compulsivo de las almas anónimas en busca de un cuerpo al
que asirse y amar. Decididamente, Fonollosa no quiso producir belleza, solo
poesía: su testimonio, huérfano en ediciones. A veces los poetas nos dan imágenes
esplendentes de la totalidad; en otras, de la parcialidad como única expresión
de una totalidad tremenda.
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