De
pequeño, yo descubrí el mundo con Mi
pequeña Enciclopedia, obra escrita e
ilustrada en 1961 por Herbert Pothorn, arquitecto y dibujante alemán. La obra
constaba de un volumen introductorio, dividido temáticamente y otros diez,
ordenados alfabéticamente, lo que convertía esta enciclopedia infantil en una
suerte de infinito diccionario enciclopédico. Publicada por Plaza y Janés en
1965, esta obra, - particularmente, el espléndido primer volumen
- , se convirtió en una fuente de fascinación continua a esa edad en que el
mundo es siempre bueno, bello, enigmático e inabarcable. No sé si a aquella fascinación contribuyeron de modo
específico las ilustraciones de Pothorn, o, si, en el caso de que las ilustraciones hubiesen sido otras, mi
disfrute de las páginas de la Pequeña enciclopedia, hubiera variado. La cuestión
es que hoy asocio los primeros años de la década de los sesenta, los pantalones
de pitillo y las zapatillas de los personajes dibujados por Pothorn a una
suerte de Arcadia no ya meramente pictográfica, sino sentimental y mágica. El acierto del trabajo de Pothorn se
debía a un dibujo sencillo pero efectivo y a un texto algo sorpresivo, con un
ligero toque de humor que inducía al niño a percibir los contrastes de las cosas.
Las
ilustraciones en las que me gustaba demorarme, tanto que incluso ahora me
siguen gustando y estimulando, eran las referentes a las estructuras de las
casas y a los diseños urbanísticos. Libros como La poética del espacio o
Especies de espacios, por ejemplo, la primera de Gaston Bachelard y la segunda
de George Perec, se convocarían aquí al son de este gusto infantil por los
escondrijos, lo laberíntico, las estructuras, los entramados, las habitaciones,
etc.. Es ya un tópico, pero a propósito de las obras citadas, no dejo de
acordarme del pensamiento de Freud, para quien este gusto por deambular o
esconderse por los mil y un escondites de una casa reproducen el placer intrauterino
del niño fluctuando en el seno materno.
Viendo estas ilustraciones, imaginaba la vida de cada personaje, cómo eran sus destinos según sus profesiones, en un imaginario país que era cualquiera, un país universal.
La fascinación por la casa moderna: el laberinto doméstico. El gusto por perderse: desde el desván, donde se guarda el caballo de madera, hasta el sótano, donde casi nunca se baja. Fascinación por el orden , por la colocación de los objetos, por la ubicación de los espacios que van a habitarse. El mundo como un puzle. Esta ilustración me gustaba, particularmente, al tiempo que me producía cierta leve desolación.
La fascinación por la casa moderna: el laberinto doméstico. El gusto por perderse: desde el desván, donde se guarda el caballo de madera, hasta el sótano, donde casi nunca se baja. Fascinación por el orden , por la colocación de los objetos, por la ubicación de los espacios que van a habitarse. El mundo como un puzle. Esta ilustración me gustaba, particularmente, al tiempo que me producía cierta leve desolación.
Festejar la vida de todos los días a través de secciones temáticas. La biblioteca como un pulcro espacio de fruición interior.
El mundo de la gran ciudad. Universo de pasadizos, pasajes subterráneos, puertas y compartimentos. El dinamismo del mundo exterior tenía terminaciones activas bajo tierra. La exactitud del dibujo subrayaba el orden de la distribución de estos espacios múltiples.
Esta era mi ilustración favorita. Mundo de ventanas, de interiores iluminados. Sobre el placer de pasear al crepúsculo y detenerse ante un edificio con ventanas iluminadas, imaginando quién vive y se mueve dentro, han escrito Strindberg y Leopardi.
4 comentarios:
Creo que esas ilustraciones son la puerta para acceder al mundo imaginario .
Me quedaba fascinada mirando e imaginando , hasta que mi madre me llamaba y me hacía volver de golpe al mundo real .
Fantásticas sensaciones que aún perduran ...
Saludos
Tú también "alucinabas" con los libros ilustrados...
Gacias, Elena.
Hola; me trae Google aquí porque de repente me acordé de aquella enciclopedia.
Creo que nos hizo ser diferentes, tener algo diferente como modelo. Algo ordenado, como dices. Limpio en sus líneas. Moderno (y eso que ya era una estética de otro tiempo).
Recuerdo una historia de un panadero, creo, que una mañana decidía no levantarse temprano e ir a hacer pan, porque tenía sueño. No le apetecía hacer su trabajo, así que no lo hacía. Más tarde, cuando se levantaba y salía a la calle, todo lo que iba a buscar para él no estaba disponible: el del bar no había podido hacer los desayunos porque no tenía pan, la peluquera trabajaba mal porque no había podido desayunar en el bar, el arquitecto no construía una casa porque la peluquera no había atendido a la gente...
No eran esas profesiones, pero era algo así. El panadero no había hecho su trabajo porque no le apetecía, y luego el boomerang venía de vuelta. Ese tipo de cosas aprendimos con esa enciclopedia: tienes que hacer tu trabajo, porque otros dependen de él; no hacer tu trabajo tiene consecuencias, también para ti.
Esas referencias morales y esas referencias estéticas de las ilustraciones que tanto agradezco que hayas publicado, de otro país imaginario y mucho mejor que no era el que vivíamos, me formaron muchísimo más de lo que supongo que su autor imaginaría que podría influir en un niño.
Tristemente sigue siendo así: sigue siendo ése un país imaginario, de gente mucho mejor, que el nuestro de hoy en día.
Gracias de nuevo.
Yo también tuve la suerte de tener esta obra pues, tras la visita de un comercial que fue a promocionarla a mi colegio, mi padre decidió, con acierto, comprarla. Constaba de un diccionario ilustrado, dividido en cinco tomos, además de la citada enciclopedia. Yo solo conservo dos tomos del diccionario y la enciclopedia, los tres volúmenes en un razonable buen estado de conservación, teniendo en cuenta que mi madre los utilizaba para distraer a sus nietos.
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