Si
no escribo, desaparezco.
No
recuerdo exactamente si fue Cortázar o Carlos Fuentes, quien dijo que para leer
o abordar la obra de Lezama Lima se necesitaba de cierta ingenuidad. Supongo
que se referirían a esa ingenuidad de índole poética que nos hace permeables a
una percepción nueva, fantástica de las cosas. Una ingenuidad que supusiera esa
capacidad de asombro para poder ver en el trazado de un relámpago las eras
culturales que se han sucedido en Europa y que Lezama Lima sabía tan
exquisitamente describir. La ingenuidad necesaria para observar el fenómeno de la
cultura como un acontecer cósmico.
La
oscuridad no tiene lados.
Ya
se sabe que es posible provocar los sueños. Estimulado por ello, hago un
experimento. Antes de acostarme, me pongo la película Odisea en el espacio 2001.
Me fijo, particularmente, en el famoso monolito, que, en la ficción fílmica, es
el perturbador elemento que trasciende el tiempo histórico. La significación
temporal de ese objeto, influye en el sueño que esa noche, efectivamente, tengo.
Sueño
que estoy en Santa Ana del Monte, convento de la ciudad de Jumilla, en el que
ingresé en 1981 como postulante. En el sueño, me encuentro, efectivamente, en 1981. Entro en el
convento junto con otras personas que han venido para visitarlo. Hay turistas
que andan de un lado para el otro. Hace un sol esplendente. Yo observo con
alucinación todo lo que me rodea. 1981 es como una forma más de presente. El
dinamismo y la contundente luz, alejan toda flatulencia melancólica y me
convencen de que no me estoy diluyendo en ningún triste pasado. Pero a pesar de
ello, sé que estoy visitando algo que fue y que no puedo ya modificar, que hay
una barrera leve entre mi persona y la gente que se mueve conmigo. Descubro una
playa cerca del convento, entre los pinares. Hay mucha gente que ha acampado
allí y se está bañando. Miro fascinado a la gente. Se mueven, ríen, hablan, se
meten en el agua, delante de mí, pero esto es algo que ocurre en ese pasado que
de, pronto, visito. Yo ignoraba la
existencia de esta playa, y lo interpreto como una novedad del pasado que aleja
una imagen cerrada, conclusa, triste, de lo que fue. En el sueño, me veo en la incómoda y algo angustiante circunstancia de encontrarme y convivir con los religiosos como si todo el futuro que ya se cumplió en mí, no hubiera tenido lugar.
Los
chistes del tal Guillermo Zapata, por fortuna ya ex - concejal, no tienen nada
que ver con el humor, ni siquiera con el humor negro. Son meras reacciones en
la logosfera internética, saturada, podrida de moda periodística que olvida a
los protagonistas verdaderos, de carne y hueso, de su hemorrágica industria de
noticias. Revelan esa decadencia amarga del postmodernismo más deleznable y
penoso. La frivolidad insostenible de hacer chistes sobre el genocidio nazi o
el terrorismo, no obedece sino a la provocación que la enormidad de tales
hechos produce en un supuesto foro que precisa llenarse no de exposición de
razones sino de enunciados continuos. Nada más gratuito e imbécil que ensañarte
con los tuyos porque sí, es decir, por puro hastío, por confusión en los destinatarios de los mensajes, por el autismo de la escritura.
Por
el delicado velo discurren las pronunciadas arrugas.
Hago
abstracción del mundo para poder comprenderlo
Creía
que el agua se cansaba de ondularse, pero no: era otra ola.
La
fruición se lamenta de las lenguas secas
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