Vi este fin de semana 20.000 leguas de viaje submarino, el
film clásico producido por la Disney en 1954. De nuevo, vuelvo a comprobar el
acierto del famoso enunciado: qué grande es el cine. Grande, entrañable y
universal, desde luego. Qué hermoso y esperanzador cuando los hombres deciden
hacer algo grande y unen sus inteligencias en la consecución de un mismo fin,
como es el caso ejemplar del cine. Esta versión de la obra de Verne es tan
redonda, tan narrativamente perfecta que las imágenes de las tranquilas evoluciones
submarinas del Nautilus, son una constatación plástica de la seguridad con que
es llevada la ficción fílmica: Barthes definía la imaginación de Verne de este
modo, la de alguien que acomoda el universo a los límites de su habitación.
Con respecto al capitán Nemo y su
ambigüedad ¿Es bueno o malo? No he leído la novela de Verne, me guío por la
película que supongo, por su estilo canónico, procurará ser fiel al texto. Se
nos dice que el capitán descubre una isla remota donde se explota a una serie
de personas de forma inhumana, y en donde se trafica con esclavos. Que al
denunciar la situación su mujer y su hijo son asesinados por los explotadores.
Desde entonces el capitán luchará contra cualquier navío con el que se
encuentre, convencido de la maldad de la humanidad para quien sólo importan el
poder y enriquecerse del modo que sea. La cuestión aquí es que no se nos aclara
quiénes son los explotadores de aquella isla, es decir, de qué nacionalidad son,
por ejemplo. Pero la película tiene un modo audaz de sugerírnoslo. El capitán
tiene un encontronazo con un barco. Al preguntar qué bandera lleva y
comprobarse que no lleva ninguna, el capitán dice que para él, el navío que no
lleva bandera es un barco pirata. Poco después, en el transcurso del film, una
serie de buques acorralan, finalmente, a
Nemo en su guarida. El capitán vuelve a preguntar qué bandera llevan y un
marino le contesta negativamente, no llevan bandera. De este modo, el director,
guionista o el propio Verne, nos están señalando que los explotadores, los que,
al fin, dan captura y acaban con Nemo, son todos y ninguno en especial, que
todo país o nación, que cualquiera puede ser el explotador que esclaviza al
planeta, que todas las naciones pueden ser piratas. Si los barcos que acosaban
a Nemo y lo matan hubieran sido provistos de una bandera que identificara su
origen o nacionalidad, el film se hubiese convertido en una protesta
antiesclavista o anticolonialista dirigida contra un país en concreto y no sé
si su cariz de aventura se habría difuminado o determinado por ello, si la
película habría cambiado de signo. En este tipo de cine una
implicación político-ética clara – la colocación de banderas e identificación
de los verdaderos malos – quizá no convendría al género de aventuras. La ausencia de
banderas se convierte en un modo elegante de acusar a cualquiera sin aludir a nadie.
Del mismo modo que la democracia
permite en el seno de la sociedad tendencias en contra de la propia
democracia, todo artefacto artístico contiene en sí elementos que se oponen o niegan formando
parte del desarrollo de la obra artística en cuestión. La ambigüedad del
capitán Nemo no desaparece del todo – se le llama loco e incluso asesino – y
sólo parece dispersarse con el advenimiento de su muerte que viene a decir que
los verdaderos locos y asesinos son las potencias nacionales que explotan la
tierra.
Es a través de la voz y testimonio del
profesor Aronnax, es decir, a través de la ciencia, como el relato de la vida y
destino de Nemo se dará a conocer al mundo. Verne apuesta por la clarividencia
del progreso científico. El profesor Aronnax es el vehículo aquí de la razón,
quien discute y debate con Nemo sobre sus “métodos” de hacer justicia. El
profesor comprende a Nemo pero critica su decisión última. El profesor Aronnax
pertenece a la ciencia romántica. Su creencia en el monstruo marino que luego
resultará ser el extraordinario submarino del capitán Nemo, no obedece a ideas
mágicas sino a su convicción de que la naturaleza todavía alberga dimensiones
desconocidas que la ciencia debe abordar. Pero compañeros suyos de aventura no
comparten tales ideas. El arponero no cree en monstros marinos pero sí en la
posibilidad de hacerse rico robando a Nemo. El poder del creador, del
novelista, del artista es la de incluir en su ficción los personajes más
opuestos o adversos a su propia fantasía.
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