ALEJANDRA PIZARNIK.
DIARIOS.
Al tiempo se le vence con el
tiempo mismo. A esta conclusión se llega, al menos, cuando se repara en que
sólo con el paso del tiempo y armados de paciencia, por otro lado, asistiremos
a una edición verdaderamente definitiva de los diarios de Alejandra Pizarnik,
porque lo que nos advierte Ana Becciú, gestora de esta edición, es que se ha visto obligada a hacer, en un par de cuadernos concretos entre los muchos en los que Pizarnik consignaba sus experiencias diarias, una selección de pasajes y
no a publicarlos íntegros, teniendo en cuenta la delicada materia, demasiado
alusiva, de tales notas. Al parecer, la familia y un abanico de
nombres de personas concretas, todavía vivas al día hoy, han sido la diana a la que Pizarnik dirigía esas
notas tan explicitas que Becciú ha decidido no publicar, posponiendo, en
nuestra imaginación, otra edición, quizá esta sí, total y definitiva, de estos
estupendos diarios.
Resulta curioso que
considerando la envergadura del volumen que alcanza las 1.100 páginas, haya que
pensar que todavía falta texto…
El itinerario de los diarios
ha sido accidentado, aunque el tenor de las circunstancias explique tal accidentalidad.
La misión de preservar los documentos durante la dictadura, hizo que se
decidiera sacarlos del país. Julio Cortázar se convirtió en albacea temporal al
residir en París, pero pronto falleció. Desde ese momento los diarios no
acabaron de estar seguros hasta que la universidad de Princeton los compró
junto con los archivos. Hay que celebrar, pues, que tal cantidad de
material haya, finalmente, adoptado la apariencia de libro bajo la que
gozosamente, nos acercamos, confidentes silentes y emocionados a una de las
voces más singulares de la literatura de las últimas décadas en español. Tenemos ante nosotros el vivido documento de
un alma compleja, un verdadero diario de escritora, como la autora prefería
definirlo, en el que además de las lecturas de obras y autores que van formando
la singladura de la formación literaria
de Pizarnik, se nos da la oportunidad de escuchar las confesiones de un
espíritu que conoció la intensidad, la pasión, el extremo, el sumirse
riesgosamente del “otro lado”. Precisamente, de
ese lado brumoso e insondable es de donde procedían las voces que de
modo insidioso y constante le tentaron toda su vida a salir de la misma como
numinosa solución a su dolor incurable, al soterrado acecho de la locura.
En las primeras páginas del
diario aparecen menciones a un absoluto y mayestático EL, entreveradas de
reproches, dudas y esperanzas. Algo
después, más bien pronto, estos "ires y venires" con la divinidad, sintético
producto de la pasión adolescente, cambian el trato irónico por la ausencia de
toda nominación directa. También muy precozmente hace su aparición en estas
páginas un antipático sujeto que se autoinvita a la fiesta y se dedica a acosar
a nuestra poeta, reclamando anodinamente su ser total. Se trata de don Suicidio quien, emergido del
inconsciente y proveniente de no sé qué ensortijadas eras remotas, traza un
anillo de Moebius fatal en la vida de Alejandra, y como si reclamara a la
poeta como cosa suya, se presenta como solución última en los primeros años de
vida libre, consiguiendo lo que deseaba, llevándose a una Alejandra
intelectualmente pletórica de 36 años, en 1972. Bibliografía abundante y específica, filosófica, psiquiátrica, pide este eje
central, este motivo definidor en la vida de Alejandra, pues el porqué de su
suicidio no sólo presenta interrogantes tanto de tipo biográfico como más abiertamente intelectivo, sino que casi
parece un enigma, teniendo en cuenta que signa definitivamente el destino y el
desenlace de su obra poética y de su figura humana. Aún así, personalmente, me
molesta que el suicidio, en el caso de Alejandra Pizarnik, sea el garante de no sé qué exactamente,
cuando mucho de su obra poética, junto a sus escritos patafísicos o críticos no
necesitan de ningún sacrificio para ser lo literariamente efectivos que son.
Como en todos los diarios,
hay una proliferación de iniciales. Sería
de agradecer que esta edición hubiera identificado tan sólo a alguno de
los personajes citados para comprender mejor lo escrito por Pizarnik. Condenada, por un lado, a un destino poético solitario, la poeta trajina en su vida
profesional y sentimental con un gran número de personas. Si ese destino
poético la lanzaba a un viaje en solitario a las estrellas de la locura, en el ámbito de las
relaciones íntimas cambia su cifra única y vamos comprobando en las anotaciones
diarias cómo se suceden los variados y
numerosos contactos sexuales, cómo se producen y decrecen los amores por unos y
por otras, y hacia el final de su vida, cómo influyen catastróficamente, los
amores que fracasan, cuando su malestar más secreto le obliga a necesitar
urgentemente de la seguridad de una compañía afectiva.
La “autenticidad” de
Alejandra, creo, radica en el carácter altamente literario de su persona. Solo en
clave arduamente poética es posible calcular la totalidad de su entrega a algo:
la índole de su pasión, su virtuosismo son lingüísticos. Como dice en una
entrega de sus diarios, las grandes nociones como Dios, la Naturaleza o el
Universo le son inalcanzables, precisamente porque a tales entes les es
indiferente la existencia de su persona. Fuera de servidumbres conceptuales o discusivas, todo viene a reducirse a la trabazón
íntima, al conflicto interior donde la vida sexual, el amor y el inconsciente
son los navíos fundamentales de toda experiencia. Tanto temáticamente, en su
obra poética, como vitalmente, en su
existir cotidiano, esto se corrobora con contundencia y estos diarios nos
surten de jugosas confesiones al respecto. La complicada vida sexual de Alejandra,
la hondura de su viaje poético, su lucidez en cuanto a la problemática de su
estado conforman una rígida telaraña que solo puede leerse en clave de
intensidad.
Hay algo que se publicita
poco sobre la vida de Alejandra y que me ha sorprendido conocer. Si no he leído
o comprendido mal, durante sus años de estancia en París, sufrió un aborto. En el
caso de que hubiera tenido ese niño, creo que Pizarnik ya no hubiera sido la Pizarnik
que conocemos todos. Cómo habría cambiado, qué condicionamiento hubiera
transformado lo salvaje de su vivir. Pero nos es muy difícil, por no decir,
imposible, imaginar a Pizarnik entregada a las necesidades y deberes de una
vida maternal, verla inserta en esa “normalidad” , desempeñando el papel de
madre…
Subrayo la curiosidad literaria de
alguna de sus observaciones críticas. Por ejemplo, lo que dice sobre
Juan Ramón Jiménez es justo lo que yo he pensado siempre. Se trata de un poeta
entregado obsesivamente a su mundo de sombras, sueños, azules y demás insomne
repertorio simbolista-modernista. Pero, no llega a ser un gran poeta precisamente
por ese carácter confuso, o lo es pero deja de serlo cuando naufraga en
metafísicas rebosantes de líricas especulaciones.
Los diarios de Pizarnik están
surcados de anotaciones vibrantes sobre un cuerpo y una mente ávidos de belleza
y plenitud, el cuerpo y la mente de la poeta. Aunque sus juicios literarios
siempre sean agudos, lo que aquí más abunda es el registro de su convulsiva
subjetividad y es importante recordar, en cuanto a la historicidad de ideas y
sensibilidades, que estamos hablando del sustancioso diario de una poeta.
He disfrutado mucho con la
lectura de estos diarios, diarios que temía, prejuiciosamente, visitar. En algunos
momentos muy precisos he sentido una gran empatía, yo diría, ternura, por la
amanuense. Por ejemplo, cuando en una sesión, lee en público una generosa
selección de sus “textos de humor”, producción que la autora valoraba como lo
más propio suyo y lo mejor ejecutado, anota escuetamente: Nadie rió. Cómo comprendo la situación, pues he conocido, también
en recitales, momentos de idéntica y lamentable desconexión.
Algunas de las anotaciones
finales sobre sus intentos de suicidio- tentativas de ahorcamiento, asfixia- me
golpean la cabeza como imágenes viles. Episodios tremendos, también, entre lo
cómico y lo trágico, son sus luchas nocturnas con los vecinos. Yo desearía no
perder de vista la sustancia del sujeto poético de estas líneas, la verdad profunda
de la poeta que sueña porque aspira a que esa felicidad se cumpla de alguna
manera y que podemos encontrar con intelectual pureza en este apunte: Yo sólo sería feliz en un mundo de esfinges.
Sin palabras. Sólo la música, el vino y los ojos más intensos del universo
contemplándome.
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