En la Red, veo un programa grabado
por la televisión mejicana en 1981. Se trata de una tertulia entre Borges,
Octavio paz y Salvador Elizondo. Hablan sobre el tiempo y la poesía como
testigo privilegiado del mismo. Lo que enseguida choca es pensar que este
programa se emitiera en horario de máxima audiencia. Hoy sería impensable que,
con el jolgorio de cadenas buscando reclamar audiencia, se lograra tal cosa con
un tranquilo debate filosófico sobe el tiempo. Y ello no sólo por cuestiones
mediáticas sino por el propio contenido: actualmente las prioridades
tertulianas son esencialmente de índole política. El acoso mediático sobre la
realidad es de tal calibre que cuesta imaginar que un debate puramente
filosófico pudiera satisfacer el interés multitudinario de la audiencia. Resultaría
anacrónico e insólitamente ilusionante a la vez.
En cadenas privadas o locales,
en programas radiofónicos pueden darse tertulias de este tipo pero no rellenan
sino las casillas fugaces de temas varios que las grandes cadenas dejan a sus
flancos deslizarse. En cuanto a las sensaciones
específicas del visionamiento de este debate entre los tres grandes autores,
experimento como dos pulsiones: por un lado celebro verlo, me gustan los
escritores ahí reunidos, lo que dicen y cómo lo dicen; por otro, uno percibe
que el tiempo hace surgir nuevas realidades y nuevas formas de interpretar, por
ello, quizás, la brillantez expositiva de los contertulios supone, a veces,
juicios algo expeditivos.
Si no hablas el lenguaje de
las nuevas tecnologías – facebook, wasap, twitter, etc – eres un marciano y, lo
que es peor, estás fuera de onda, fuera de la comunidad virtual de hablantes.
Bueno. Da igual. La realidad es siempre más compleja e insólita. La actitud a
seguir por el disidente relativo sería la de saber utilizar en la medida de lo
necesario todas estas herramientas y no rendirles ningún culto, porque entonces
sí se produce un intercambio de esencia y el instrumento modifica lo que se
comunica a través de él.
Ante el cuasi avasallamiento
tecnológico la soberanía individual debiera radicar en la no delirante actualización
de lo que se oferta, domeñar la
maniática puesta a punto del equipo personal.
Si es necesario, fingir indiferencia. Lo que vuelve loco hoy, mañana está cubierto de telarañas.
El capital del reino actual
es la información – de todo tipo - . Pero en ámbitos filosóficos, el exceso de
información es contraproducente para el conocimiento. Es más, no basta. La
información es como un paquete de contenidos relacionados y ordenados sintéticamente
que se añade a relaciones y nexos igualmente engrosable y ordenados de ese
modo. Para el pensamiento la información es meramente un conjunto de datos
archivables, algo estático que le falta la relación con la vida, es decir, con
lo que la hace verdaderamente eficaz y justificable, con un contexto.
Ninguna moda o tecnología en
alza pueden afectar a nuestra soberanía. Lo que sí resulta inadmisible es el
poder de opresión de la estupidez.
La teoría pura precisa del
contexto, del conjunto eventual de las circunstancias para hallar su contraste
y justificación, para comprobar su eficacia y verdad. El contexto corrige la
teoría, aunque en casos extraordinarios también ocurra lo contrario. No todo lo
que ocurra lo sabe ya la teoría. Si la teoría calcula variaciones y conjuntos
de variaciones, puede que no sospeche cuándo nos podemos cansar de sus vaticinios.
Si pudiéramos analizar, en
el curso de un acontecimiento breve, moléculas de tiempo, apenas entrado en el
análisis de la primera, ésta se desplazaría fatalmente al pasado o al futuro
inmediato. ¿Hasta qué punto una molécula de tiempo analizada aguantaría en el presente
mientras es estudiada? O quizá sea una virtud del tiempo en tales medidas no corresponderse estrictamente con
ninguna forma de tiempo concreto estando un poco en todas.
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