Escuchando
por casualidad música de chunda –chunda. Hasta en esta “música” se cuelan
momentos de melancolía, el velado romanticismo de los adictos al éxtasis y a
las anfetaminas discotequeras.
En
estos tiempos en que la poesía no disfruta, precisamente, de un primer papel en
la sociedad, me interesa cada vez más la poesía, tanto su experiencia, la
calidad documental de su registro, como las poesías que han sido, el mensaje
que han dejado del tiempo que fue y que a nosotros, lectores confusos y
entusiasmados, nos toca descifrar. Qué cambiaría en la percepción y en la
interpretación de la realidad si recuperáramos la intensidad, la plenitud
expresiva de la poesía.
Leyendo
a José Antonio Ramos Sucre.
Revolviendo cajones me he encontrado con un notable volumen publicado por una
Universidad de Costa Rica, en 2001, en el que figuran ensayos sobre la obra de
Sucre, cartas, semblanzas biográficas, textos inéditos, y varias obras suyas,
completas. La famosa Las formas del fuego, que cuando
Siruela la publicó hace unos cuantos años y que entonces no pude adquirir,
funcionó como una reivindicación del autor venezolano, se encuentra aquí, junto
a otras. Es un placer leer a Sucre. Sus poemas en prosa o sus prosas poéticas
son exhibiciones de escritura. La utilización maestra del adjetivo me ha hecho
recordar a Borges. Internándome en
una obra notable como esta y aparentemente tan olvidada por estos lares, he experimentado
el misterio que a veces encarnan las obras literarias: son como grandes
fotografías de mundos complejos que han sido, vectores de universos que sólo a
través de la palabra escanciada de la poesía, recobran su existencia en el
entramado del tiempo. Leo, por ejemplo: Yo
decliné mi frente sobre el páramo de las revelaciones y el terror, donde no se
atreve el rocío imparcial de la parábola. Qué fascinantes que se vuelven los tesoros
escondidos en el piélago del tiempo, y qué agradable sorpresa que esos tesoros
hablen nuestra lengua.
Releyendo
el diario del escritor húngaro Géza
Csthat, el don Juan oscuro. El buen hombre aprovecha su posición de médico
de un balneario para seducir a una paciente tras otra, incluyendo a las
camareras del centro. Morfinómano y
erotómano, Csthat es el autor de la conocida colección de cuentos titulada Cuentos que acaban mal.
Comprobando
la relativa facilidad de sus aventuras eróticas, he llegado a pensar que las
relaciones sexuales no dependen tanto del marco o época cultural donde se den
como del lugar concreto y las circunstancias cotidianas donde convivan
determinados núcleos sociales que por tales características las faciliten o las
coarten. El procedimiento de Csthat para conquistar a las damas es descarado y
egoísta al tiempo que sutil y astuto. Estando prometido, fornica alegremente.
Sólo le importa su bienestar. Csthat es uno de esos tipos que aunque utilice el
noble arte de la palabra, resulta de lo menos recomendable, es decir, la
literatura apenas le sirve para sublimar sus obsesiones. Su comportamiento
recuerda a los maltratadores actuales. Este dejarse llevar por la fuerza de los
instintos tuvo un final trágico: se suicidó después de asesinar a su compañera.
A
propósito del personaje anterior, haciendo memoria me doy cuenta de que casi
todos o la gran mayoría de nombres o autores húngaros que conozco son
gente…intensa, digamos. Atila Josef,
el poeta húngaro, de notable temperamento que se suicidó; Bela Bartok, el extraordinario compositor, hombre también, de gran
atractivo psíquico y magnetismo; Arthur
Koestler, el escritor de insólita andadura intelectual, que también acabó
suicidándose; Bela Kiss, el “famoso”
asesino en serie de principios de siglo; la Bathory, la famosa princesa sangrienta de Pizarnik, aristócrata y psicópata asesina….
Cada
vez que leo a Simmel, me parece más
interesante e insólitamente actual. Sus reflexiones sobre la moda o sobre las
ruinas engarzan con el pensamiento que subraya lo estético como uno de los
procesos más importantes y determinantes de la modernidad. Su texto Sobre la aventura también resulta de lo
más jugoso. La aventura no es meramente
un fragmento peculiar de nuestra vida sino un período o una experiencia que
posee dinamismo y compacidad propios y que resulta independiente del resto de
la existencia. Frente a la pasividad y la aparente homogeneidad de la vida
cotidiana, la aventura es lo que, precisamente por su naturaleza, se opone a
tales características. Los conquistadores españoles, los conquistadores amorosos
como Casanova, serían aventureros por excelencia con ciertas vinculaciones
finalmente místicas. El aventurero trata
lo incalculable de la vida de manera idéntica a como nosotros nos comportamos
con lo calculable. Por eso, es el filósofo el aventurero del saber, escribe
Simmel.
La
aventura como universo propio, como emprendimiento individual, me ha hecho
reflexionar sobre algunos de los momentos de mi vida, pero también he ido a
acordarme de los payasos de la tele
y del programa que emitían los sábados por la tarde a finales de los setenta.
Si recordamos, el programa estaba divido en varias partes diferenciadas por los
distintos números o tipos de actuación que se daban en ellas. La parte de mayor
duración, la que contaba una historia divertida, se llamaba, precisamente, La aventura. Era lo mejor y lo más extenso del programa. Y
me llama la atención que de igual modo que el programa infantil, la definición
fundamental de aventura dada por Simmel se adecúa a ella: momento o secuencia
de la vida, de significación específica y circunstancia totalmente autónoma con
respecto al resto de la vida. La aventura como la aventura de los payasos es un
momento vital de imprevisibilidad pura, de riesgo total, un momento en el que
todo puede pasar, un instante en el que todo suceso puede producirse, incluso
los de mayor riesgo. Y lo sorprendente es que quien se aventura a la aventura,
lo hace con una relativa pero suficiente seguridad: se lanza a territorios
nuevos pero con tranquilidad, como si ese espacio que por su atrevimiento se le
va a abrir de experiencias nuevas, fuera su hábitat natural (hasta que la
aventura cese). En el año 81 ingresé en un convento franciscano no por vocación,
sino porque era la única opción de vida que entonces se me antojaba posible al
abandonar el instituto y sentirme en fiera lucha contra todo lo que la sociedad
me ofrecía. Pasados un año y pico, la fuente de novedad que la estancia y la convivencia
en el convento suponía, cesó. Entonces regresé a la vida social y civil, al
mundo laico. Aquel fragmento de mi vida es totalmente independiente del resto,
conserva en mi memoria su plenitud y su peculiaridad, adecuándose a la
definición básica que da Simmel de aventura.
Sigo
con la relectura del diario de Géza Casht. Compruebo algo que hoy no cesa de
salir en el discurso feminista. Con respecto al hombre, la posición social y
económica, siempre inferior, que ha ocupado la mujer. Gasth después de haberse
satisfecho con una y otra camarera, el personal de limpieza del balneario del cual
es el médico, les suele dar a estas mujeres, dinero, consciente de lo limitado
de sus salarios, y otras veces, por pena, como confiesa. ¿Qué pena es esa? La
condenación fatal de aquellas mujeres a una precariedad insalvable, ante lo
cual, la más óptima y única solución era el matrimonio. Pero es que al darles
ese dinero se les estaba llamando, en definitiva, prostitutas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario