Leyendo
a…¡Rimbaud!, ni más ni menos, a
estas alturas. Leyéndolo culpablemente, por no haber cumplido, a penas, con mi
destino de poeta y no haber puesto patas arriba esta maldita sociedad que nos
limita y nos consume, y… Rimbaud no fue esquizoide, sino consecuente con su poética.
Pero no sé si su enseña: hay que ser
absolutamente modernos, incluía abandonar el ámbito de la palabra para traficar
con especias o con armas. En este sentido, Rimbaud fue derrotado por el tenor
de las circunstancias y por la sociedad. Dijo: de acuerdo, este mundo no tiene
remedio, no tengo otra que largarme de aquí y dedicarme a esto para sobrevivir.
¿Hasta qué punto abandonar las letras y Europa supuso una renuncia dolorosa
para él, y no una continuidad lógica de su postura vehementemente radical?
Leo a Anne
Sexton. Si se puso a escribir poesía por recomendación de su terapeuta
y no por decisión propia, por vocación, hay que considerar que su inteligencia
aprovechó notablemente el medio que se le ofrecía para intentar mantener a raya
sus obsesiones psicóticas. ¿Se podría de este modo descubrir, hacer saltar a
probables poetas y poetisas de sus trincheras emocionales, descubrir gente que
hasta ese momento no hubiera escrito una sola
línea, pero que por exclusiva recomendación de un profesional pudieran
articular una obra considerable? ¿Qué es lo más extraordinario en Sexton, la
intensidad aniquilante de su enfermedad o la poeta que tal enfermedad provocó
casi accidentalmente? Evidente e inextricablemente ambas cosas funcionan
juntas.
Leyendo las Memorias
del estanque de Antonio Colinas. Con respecto a
escritores y poetas que tuvieron complicadas veleidades políticas, - Neruda,
Pasternak,
Pound
– dice que ya los juzgará la historia, como si no lo hubiera hecho ya. Neruda
escribió un ridículo elogio a Stalin; a Pound lo “justifica” su locura; Pasternak consagró su altura ética
cuando le impidieron recoger el premio nobel. Parece que Colinas diga lo que
dice porque renuncia a pronunciarse, cosa que a estas alturas resulta un poco sorpresivo,
o bien lo hace por puros motivos económicos de escritura, prisas por acabar la redacción del día.
Leyendo el libro de Antonio
Gracia, Cántico erótico. Un
poco decepcionado. Creía que era una obra actual. Se trata de una colección de
poemillas, como los define el propio autor, escritos a lo largo de toda su
vida. Ahora bien, los poemicas, todos redondos y ardientes, cono era de esperar
de la pluma de un poeta que debiera poseer un eco más allá del reconocimiento
autonómico valenciano. El final del prólogo, escrito por el propio poeta,
resulta desternillante: hablando del amor, de los enamorados, de la poesía y el
cosmos, Gracia no pierde ocasión (otra vez) para reivindicar su inocencia en la
polémica del premio Loewe y denunciar el maltrato recibido.
Leyendo fragmentos de
la Física de Aristóteles. La
traducción no sé si será fiable, es de una edición de 1935. Sea como sea, las
reflexiones sobre cuándo hay espacio vacío y cuándo no, y en qué consiste el
vacío o su llenado, resultan hipnóticas, casi surrealistas. Cuando la reflexión
adquiere esta minuciosidad especulativa, abrimos los mundos de lo posible. He pensado
también en los textos delirantes de Alfred Jarry y su patafísica. Y tal calidad
filosófica tiene los cientos de años que ya sabemos. Cómo es que se produjo ya
entonces semejante sofisticación intelectual. Si ahondamos en esto,
desarticulamos todo el mito progresista de la civilización, basado en el
desarrollo tecnológico, en las cuestiones acumulativas y no cuantitativas. Lo
del “milagro griego”, una verdad como una casa.
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