martes, 2 de junio de 2020

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Leyendo a…¡Rimbaud!, ni más ni menos, a estas alturas. Leyéndolo culpablemente, por no haber cumplido, a penas, con mi destino de poeta y no haber puesto patas arriba esta maldita sociedad que nos limita y nos consume, y… Rimbaud no fue esquizoide, sino consecuente con su poética. Pero no sé si su enseña: hay que ser absolutamente modernos, incluía abandonar el ámbito de la palabra para traficar con especias o con armas. En este sentido, Rimbaud fue derrotado por el tenor de las circunstancias y por la sociedad. Dijo: de acuerdo, este mundo no tiene remedio, no tengo otra que largarme de aquí y dedicarme a esto para sobrevivir. ¿Hasta qué punto abandonar las letras y Europa supuso una renuncia dolorosa para él, y no una continuidad lógica de su postura vehementemente radical?




Leo a Anne Sexton. Si se puso a escribir poesía por recomendación de su terapeuta y no por decisión propia, por vocación, hay que considerar que su inteligencia aprovechó notablemente el medio que se le ofrecía para intentar mantener a raya sus obsesiones psicóticas. ¿Se podría de este modo descubrir, hacer saltar a probables poetas y poetisas de sus trincheras emocionales, descubrir gente que hasta ese momento no hubiera escrito una sola  línea, pero que por exclusiva recomendación de un profesional pudieran articular una obra considerable? ¿Qué es lo más extraordinario en Sexton, la intensidad aniquilante de su enfermedad o la poeta que tal enfermedad provocó casi accidentalmente? Evidente e inextricablemente ambas cosas funcionan juntas.




Leyendo las Memorias del estanque de Antonio Colinas. Con respecto a escritores y poetas que tuvieron complicadas veleidades políticas, - Neruda, Pasternak, Pound – dice que ya los juzgará la historia, como si no lo hubiera hecho ya. Neruda escribió un ridículo elogio a Stalin; a Pound lo “justifica”  su locura; Pasternak consagró su altura ética cuando le impidieron recoger el premio nobel. Parece que Colinas diga lo que dice porque renuncia a pronunciarse, cosa que a estas alturas resulta un poco sorpresivo, o bien lo hace por puros motivos económicos de escritura,  prisas por acabar la redacción del día.   




Leyendo el libro de Antonio Gracia, Cántico erótico. Un poco decepcionado. Creía que era una obra actual. Se trata de una colección de poemillas, como los define el propio autor, escritos a lo largo de toda su vida. Ahora bien, los poemicas, todos redondos y ardientes, cono era de esperar de la pluma de un poeta que debiera poseer un eco más allá del reconocimiento autonómico valenciano. El final del prólogo, escrito por el propio poeta, resulta desternillante: hablando del amor, de los enamorados, de la poesía y el cosmos, Gracia no pierde ocasión (otra vez) para reivindicar su inocencia en la polémica del premio Loewe y denunciar el maltrato recibido.




Leyendo fragmentos de la Física de Aristóteles. La traducción no sé si será fiable, es de una edición de 1935. Sea como sea, las reflexiones sobre cuándo hay espacio vacío y cuándo no, y en qué consiste el vacío o su llenado, resultan hipnóticas, casi surrealistas. Cuando la reflexión adquiere esta minuciosidad especulativa, abrimos los mundos de lo posible. He pensado también en los textos delirantes de Alfred Jarry y su patafísica. Y tal calidad filosófica tiene los cientos de años que ya sabemos. Cómo es que se produjo ya entonces semejante sofisticación intelectual. Si ahondamos en esto, desarticulamos todo el mito progresista de la civilización, basado en el desarrollo tecnológico, en las cuestiones acumulativas y no cuantitativas. Lo del “milagro griego”, una verdad como una casa.  

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