Roland Barthes por Roland Barthes.
Recuerdo lo caro que me pareció el libro
cuando lo compré y lo físicamente pesado: la edición que tengo está hecha en
papel couché o en un tipo de papel
semejante, por lo finas y rígidas que resultan las páginas. Por cierto, no he
encontrado ningún libro de la editorial Paidós con estas características.
En
esta obra, Barthes intenta escribir la novela que nunca se atrevió o pudo
escribir, convirtiendo la vida propia en
materia narrativa a través de recuerdos, fotografías y anécdotas.
Podríamos
decir que este descarado narcisismo se justifica por el original análisis de la
vida que realiza. Cualquier motivo, cotidiano o no, banal o complejo, chocante
o conceptual, se aprovecha para ilustrar las singularidades de la existencia de
un ciudadano particular que se entrega a este experimento para demostrar o
insinuar, al menos, lo literarias y entrañables que pueden ser nuestras vidas
si sabemos colocar sobre sus distintos aspectos el visor de un pensamiento
preciso.
Se
suele hablar de “la novela de la vida”. Este libro es la confirmación positiva
de tal dicho, de que desiderativa e intelectualmente contemplada, a través de
sus fragmentos cruciales, como en una tira de viñetas emocionales, la vida es un
trepidante concurso de aventuras y aspiraciones.
Sin
embargo, Barthes no resulta exhibicionista. Su conjunto de observaciones tiene
la exquisitez estilística del semiólogo convertido en escritor y la discreción
de quien pese a todo, mantiene las distancias,
fascinado con lo que el examen de una biografía puede sacar a flote. Además,
Barthes parece ofrecernos un modelo tranquilo de autoespeculación, porque su
ensayo no se presenta como algo exhaustivo. La observación del microcosmos del
sujeto se realiza fragmentariamente, considerando implicaciones concretas y
contextos. Del análisis del flujo azaroso de la vida extraemos un material que
es espejo de la vida toda. Podríamos decir que lo nos presenta Barthes es una
serie de pruebas prácticas de un existir con intención inductiva, es decir, lo
analizado aleatoria y puntualmente, es
ejemplo de una implicación conceptual más amplia, objeto de la búsqueda del
autor. Cualquier aspecto social determinado por la economía, por el
inconsciente, por la cultura se ejemplifica en reacciones y experiencias
individuales.
Las
fotografías que el autor ha elegido para comentar, tienen un tratamiento
entrañable y ensoñador. La vida es un misterio que fluye, pero sobre todo
un misterio con un protagonista
ineludible: nosotros.
En la península Ibérica. Benedetto Croce.
Croce fue uno de los pocos filósofos coetáneos de Borges,
que se ganó el interés del autor argentino, en concreto, por las implicaciones
de su estética. El autor e hispanista italiano visitó España el año 1889 y llevó
un formal y breve diario de itinerarios, visitas a museos, catedrales, ciudades
y fondas en las que se hospedó. Croce deseaba viajar a España. Su interés
previo al conocimiento del país, le supuso alguna que otra decepción: hubo
aspectos que contrastaban con lo que creía iba a encontrar, pero recorrer la
vieja piel de toro también supuso agradables sorpresas y descubrimientos. Croce era un hábil conocedor del arte español
y aquí, a pesar de su juventud, esgrime juicios rápidos sobre altares y
naves, pinturas barrocas y palacios. En su diario, habla sobre algo característico de la idiosincrasia de entonces: las comitivas
espontáneas de gente que le acompañaba en sus visitas guiadas a iglesias y
museos, personas de los alrededores que se sumaban espontáneamente a los
lugares que quería ver. Croce tan
pronto elogia lo que le parece soberbio en fachadas de casas aristocráticas
locales y arte sacro como denuncia las fealdades arquitectónicas y lo sombríos que resultan ciertos templos. También anota todo lo que le parece grotesco o chocante: las mujeres
con bigote en las calles de Andalucía, por ejemplo, o los cuarteles militares,
en Barcelona, rodeados de prostíbulos. El bueno de Benedetto pasa por delante
de uno de ellos, y la madama, en este caso “una mora con una sonrisa horrenda”,
le llama a entrar. Benedetto decide huir de allí antes de hundirse en los
voluptuosos fangos de la perdición. A pesar de su brevedad, este diario es un
curioso testimonio de la España de la época y del grado de mejorable conservación
del arte nacional.
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