LA
JUVENTUD ETERNA DE SIJÉ
La
escritura de Ramón Sijé tiene una virtud: la capacidad de comunicarte, de
inmediato, su vivacidad, el entusiasmo intelectual. Apenas se acerca uno al
párrafo de alguno de sus artículos, el don de la síntesis o el arrebato
barroquizante que ensarta frases complejas surcadas de algún que otro
sorpresivo neologismo, saltan la vista e irrigan la percepción. Es sobre todo
en la exposición crítica, en los meandros discusivos donde la fruición teórica
de Sijé brilla, aletea y se permite todos los juegos malabares verbales
posibles. La exaltación escritural de Sijé nos revela una naturaleza tocada por
el ritmo y el concepto, por el amor a la capacidad cognoscitiva de la prosa
como herramienta preciosa del pensamiento. Y el fulgor del pensamiento se
convierte en palabras, en conceptos. Y aquí es donde la juventud de Sijé se
convierte en eterna, porque este brío verbal es el don de la precocidad de un
escritor que apenas sobrepasó en tiempo de vida tal precocidad, al morir con
apenas 22 años.
EL
MARASMO APÁTICO DE ORIHUELA.
Hablábamos
el otro día Vicente Pina, dueño de la librería Códex, y yo, de la legendaria
indiferencia, de la imbatible dejadez de la ciudad Orihuela a la hora de
emprender grandes renovaciones sociales y culturales. Comentábamos que de
Orihuela persiste su melancólica entronización como objetivo turístico por sus
monumentos históricos, y el recuerdo, insustituible y emotivo de un par de
nombres: Miró y Miguel Hernández. Una ciudad que tiene varias sucursales y
cátedras universitarias pero que apenas tiene ambiente universitario o que no
lo acusa como elemento de identidad propia. Los mitos populares siempre tienen
dos caras: son una construcción social, sí, pero que señalan una realidad.
Cuando en la conversación salió la revista Empireuma, la sola evocación de los
más de treinta números de una revista como esta, valdría para rebatir con contundencia
o poner en un serio aprieto al “mito” del derrotismo oriolano.
Después,
hojeando artículos periodísticos de Sijé, el tercer nombre que debiera aparecer
en nuestra memoria a la hora de evocar personalidades ilustres oriolanas, me
encontré con claras menciones a la
abulia cultural de la ciudad. Las referencias negativas a esta actitud, son
varias y bastante directas en los trabajos de Sijé, lo que nos hace pensar que
la decadencia de Orihuela no era sólo ya una obsesión política y social sino un
estereotipo en las mentalidades contemporáneas del escritor y que se
arrastraría desde la expulsión de los jesuitas y la pérdida como entidad
universitaria de lo que hoy es el Colegio de Santo Domingo.
Ante
los titubeos de las instituciones de Orihuela para llevar a cabo una serie de
homenajes a Benavente, Sijé escribe: Orihuela
no puede menos de salir del marasmo apático en que yace y dar la cara… El
artículo de Sijé no tienes pelos en la lengua, lo que demuestra que la lucha
contra cierto inmovilismo o falta de dinamicidad cultural era ya una obsesión
en aquellos años –alrededor de 1930 - .
Ahora
bien, precisamente, que en la memoria común afloren las referencias a
Hernández, a Miró, a Sijé, e incluso a Banca Andreu y Empireuma, ¿no atenúa en
algún porcentaje, el mito negativo de tal apatía, o es que como tal mito es
irremovible?
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