ESPECTÁCULO
Y OCIO EN ORIHUELA
Hace
unos años me hablaba mi madre de la vida social y cultural que registraba el
casino de Orihuela, de los espectáculos, obras de teatro, variedades y cine,
que se producían en el Teatro Circo,
del ambiente que había en el bar Llanes
y en el Hotel Palas; de la vaquilla
que le brindaron en una ocasión en la plaza de toros, de las visitas secretas
de Sara Montiel al barrio donde
vivió (su casa estaba y sigue estando, a enfrente de la que fue nuestra, y en
la que vivimos parte de los sesenta hasta el año 1974, en la calle Bado)…. Recuerdo
que conforme hablaba, mi madre se iba entusiasmando más por unos tiempos idos
para siempre, mientras que yo me quedaba algo pasmado de la actividad de entonces.
Con razón en aquellos días de juventud,
mi madre fue feliz y la necesidad de salir de la ciudad para
expansionarse no era tan apremiante como lo fue décadas después.
Del
mismo modo, la crónica de ocio que Sijé cubrió para la publicación Destellos, me ha procurado alguna que
otra sorpresa. Una de esas sorpresas ha sido el visionamiento que se hacía
entonces en el Teatro Circo de películas rusas. Durante la dictadura
franquista, claro está, el visionamiento público de películas “soviéticas” era
imposible por la ruptura de relaciones entre la U.R.S.S. y España. Hasta bien
entrada la década de los setenta, del mejor cine de vanguardia ruso, apenas se
conocían un par de nombres, los ya clásicos. Recuerdo que hasta mediados de los
ochenta, el cine ruso era un misterio, una rareza: quizá en televisión, y sobre
todo en los cineclubs que organizaban las cajas, era posible ver cine tanto de
las primeras épocas como del momento, relativamente reciente. En la época de Sijé, lo que podía verse con
regularidad en el Teatro Circo era cine norteamericano, cine alemán, algo de
cine francés y cine ruso. Sijé cita a Stenka Razin, por ejemplo, una de
las primeras producciones rusas, que poco después se volvería inhallable. También
resulta chocante que Sijé cite una película que hoy es de culto: Nosferatu,
la famosa cinta de Murnau, a quien
acusa, sorpresivamente, de haberse vendido al mercado norteamericano cuando
abandonó Alemania.
También
“suenan” muy actuales algunas observaciones que Sijé recoge de los espectadores
acerca de la calidad de recepción de las películas en la sala. Las copio tal
cual porque reflejan con una curiosa semejanza las quejas que he escuchado de
amigos y parientes cuando han ido a ver alguna película y las condiciones no
eran las óptimas:
Un espectador- ¿A
qué se debe esta oscilación fastidiosa, que hace imposible leer los rótulos y
aun darse cuenta de la misma película?
Otro- ¿Y por qué no
desaparece ese ruido-música que nos embota la sensibilidad auditiva?
También
resulta muy actual otra cívica observación que hace, al parecer, una señora: ¿Cuándo se va a cumplir ese cartelito “Se
prohíbe fumar en la sala” tan visiblemente colocado en todas partes?
Dentro
de las valoraciones de las películas en cuestión, Sijé no evita comentar las
actuaciones concretas de los artistas. Por ejemplo, del famoso galán español de cine mudo, Ramón Novarro, Sijé dice que ha estado
bien en su papel, y en otras ocasiones lo llega a tildar de “ridículo”.
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