Flaubert y Chopin fueron contemporáneos, pero me
cuesta imaginarlos ocupando coordenadas espacio-temporales semejantes: el
primero tan elocuente y expresivo y el otro, tan tímido y callado, sublimando
su silencio a través del sonido musical.
Gabriel Miró siempre me ha parecido misterioso. Abordó el misterio poético desde la prosa, desde la consideración de la narrativa . Miró parece atravesado por un legado o por una revelación gravosa, melancólica, hondamente entrañable. Contemplo su rostro y ya no veo al sujeto histórico sino a un alma compleja, enmarcada, ciertamente, por el aura de un tiempo en transición, rico en tradiciones y lenguaje. Lo crepuscular en Miró es densidad lingüística, evolución paulatina de un mundo que estaba casi finiquitado.
Leyendo la sandunguera correspondencia de Flaubert con su amante, hay momentos de insólita explosión, de transformación del texto: esos instantes en que entre confesiones y explicaciones, incluye la descripción de su entorno, es decir, cuando aporta una imagen. Tras exponer su pasión y su amor a su prometida, nos describe en un par de líneas el paisaje urbano que se ve desde su ventana abierta, las terrazas de los otros edificios, el haz de callejas solitarias, la niebla que emerge del horizonte tapando casas y chimeneas.. Es ahí que resulta, súbitamente, cercano, como si nos enviara un daguerrotipo que nos impactara en los ojos. Tras una regularidad de elementos abstractos, el texto se materializa, se metamorfosea a través de estas imágenes aisladas y nos arrebata colocándonos, literalmente, en el ambiente de la época.
Escucho
a Chopin y lo comparo con Satie para analizar las diferencias. Chopin
parece, durante la mayor parte del tiempo, como más…arcaico, más lejano, más
autosuficiente en su lenguaje que chorrea melancolías y evanescencias
fascinadoras. Chopin parece una herida que brotara voluptuosa y continuamente. Satie
ofrece una cercanía melódica compleja de definir. Su música es atomizada
también, como la de Chopin, pero su toque melancólico al ser epocalmente más
cercano a nuestra sensibilidad resulta conceptualmente más huidizo y
sofisticado. Su humor es más literario que musical, pues algunas de sus piezas
al sonar pueden diluirnos en el mar del tiempo con suma facilidad. La música de
Satie nos habla de un paraíso que apenas hace un instante se nos fue o hemos
perdido. Este último detalle plantea un problema bastante gordo. Pues si el
mundo encantador que perdimos fue el de la bohemia, el del París de la Belle Epoque, que empieza a antojársenos
algo remoto, ¿qué grado de sensibilidad profética tuvo que tener Satie para
comunicárnoslo si él mismo vivió en plenitud aquellos años?
Ponerse a escribir unas memorias es fastidioso, porque parece que ya cierras un trato con el mundo, cuando todavía estás perfectamente lúcido y vivo. Es un fragmento de tiempo en el que tu vida fue o se desarrolló con el que tu escritura se va a afanar, acotándolo, observándolo, rediciéndolo a una serie de relaciones e imágenes y sospechando una estructura, es decir, en definitiva, un sentido a todo ello. Y todo esto, si no nos damos prisa en despacharlo se torna artificioso, pues seguirás teniendo trato con ese mundo de cuyo pedazo quieres distanciarte.
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