Detesto la moda existente en lo que respecta a esos peinados, cortes de pelo y absurdas barbas que se llevan hoy. El corte de pelo me recuerda el tipo de corte que se llevaba en Europa y América por los años treinta y cuarenta (otra época que me resulta igualmente detestable en lo que a modas e indumentarias se refiere). La combinación de ese corte de pelo, que deja abultada la parte superior por la frente, con pequeñas y colgantes coletas ridículas de samurái, y las anacrónicas barbas, le da a la gente un aspecto feroz y antipático, recargado, apostólico y pesado. No sé cómo a las señoras les gustan estas pintas. Los europeos han quedado convertidos en guerreros sumerios antes que en supuestos bohemios de no sé dónde. Trascendiendo cuestiones de gusto, habría que examinar porqué la moda busca lo exasperante y lo bárbaro como seña de identidad. Quizá porque ya no haya naciones cultas sino pueblos errantes, clanes primitivos o grupos. Eso explicaría, en parte, la insólita abundancia de los tatuajes. Si el que se tatúa lo hace para subrayar una identidad, para saberse perteneciente a un colectivo, ese colectivo es ya mundial y nada particular. El tatuaje hoy es puro gregarismo. Todos quieren tatuarse porque quieren verse representados en un grupo, pero como todos padecen la misma ansiedad y la misma desorientación, esta característica común es lo que explica la generalización del tatuaje. Todos pertenecen a un mismo colectivo desconocido.
Examinando
en una ocasión unas fotos de mi padre junto a unos tíos míos, me admiré de la
elegancia con que vestían y se desenvolvían cotidianamente. Chaqueta, corbata y
pantalones, como auténticos galanes de cine. Hoy el europeo, ha sacrificado la
elegancia por la comodidad: ropa deportiva, cuando no, directamente, chándal y
zapatillas. Otra vez, el pobre europeo que vuelve a copiar a los desenfadados
norteamericanos porque de allí viene incorporar tales vestimentas en el día a
día. El europeo, que ha sido el genio de la invención literaria y la sustancia
en la consideración reflexiva de las cosas, claudica de su singularidad ante la
vulgaridad instituida y universal.
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