No recuerdo cuándo conocí al creador de cómic Robert Crumb, de lo que sí me acuerdo, más o menos, es del momento en que vi por primera vez sus personajes y su modo de dibujo. Enseguida me sedujeron las formas rollizas de sus personajes y sus caras de pasmados. Crumb es el gran historietista del cómic underground de la Norteamérica de los sesenta y setenta, décadas de libertad, revueltas y locuras. Yo creo que sus más atrevidas fantasías no se han materializado sino actualmente con la llegada de las redes. Crumb utiliza abiertamente elementos de su biografía, frustraciones y obsesiones sexuales como materia prima de sus tiras de viñetas. Su dibujo, ingenuo y expresionista a un tiempo, blando y como gomoso y húmedo, surrealista e hiperbólico, capta pronto la mirada y divierte siempre. Esta es la materia que yo sometería a investigación semiótica: su caricatura, antes que guiones o argumento. Estas memorias descaradas y tan sinceras como escuetas, son el último libro que la editorial ha sacado sobre el personaje, que huyó hace años de un estupidizante Estados Unidos para refugiarse en Europa. No sabía que había trabajado con Lynch. Aunque como digo estas memorias no son precisamente generosas en lucubraciones o descripciones, lo que llega a decir junto a la frondosa selección gráfica de sus historias, pueden darnos una idea del extraño mundo que fue y sigue siendo Estados Unidos junto a uno de sus ciudadanos más extrafalarios.
La
edición del diario de posguerra de Rafael
Cansinos-Assens ha sido una atentica sorpresa. No conocía en absoluto que
Cansinos hubiera llevado un diario después de la guerra y de las décadas
gloriosas de las vanguardias literarias y las tertulias famosas. Alguna vez me
pregunté qué es lo que este escritor había hecho tras su trabajo como traductor
de tantas obras clásicas, tras la juventud bohemia y los momentos épicos de los
grandes debates y encuentros que protagonizó en cafés emblemáticos, enfrentado
a Ramón Gómez de La Serna. Supongo que este diario que aquí se publica y que
pertenece a un momento histórico muy concreto del país, tiene una continuación
en los años siguientes, aunque quizá su escritura sea más dispersa. El libro
está lleno de observaciones breves pero interesantes sobre pintores,
escritores, escultores y otros intelectuales que no emprendieron el exilio y
sobrevivieron en la golpeada España del momento, al tiempo que refleja con
claridad el tipo de vida que llevaba su amanuense, Rafael Cansinos. De la
posguerra tenemos una pésima imagen. Personalmente, sólo vinculo a la época un
par de notas de color y humor: las anécdotas que me contaba mi madre vividas en
el molino, donde ayudaba a mi bisabuelo, cuando apenas tenía veinte años.
Cansinos-Assens añade algún que otro dato curioso, relativo a la pobreza y a la
rigidez ideológica. El texto de Cansinos no es un documento uniformemente gris.
Y es que como siempre ocurre, a pesar de las circunstancias conocidas, la
realidad siempre se muestra más jugosa e imprevisible que las leyendas y los
estereotipos.
Alguna
vez hemos discutido Blanca Andreu y
yo sobre Octavio Paz. Según Blanca,
no podemos considerar al autor mexicano como un gran poeta, pues cuando lo ha
leído, no ha encontrado un solo verso que fuera memorable. Yo le contestaba que
han sido tantos los momentos de delicia intelectiva que la lectura de la obra de
Paz me ha regalado, que lo que menos me importa es saber si Paz ingresará o no
en la eternidad del empíreo literario. No hay autor en español que maneje y
articule la información tan brillante,
ilustrativa y pedagógicamente como él. Siempre accesible, claro con lo
complejo, frondoso con lo claro, Paz hace converger aspectos disímiles y
multidireccionales en una exposición unitiva, sorpresivamente iluminadora. Tiene
la virtud de dilucidar rasgos extensos y complejos de la historia política y
cultural en una sola imagen en la que integra la suma de los contrastes. La transparencia
de sus exposiciones resulta de la dinámica asimilación de lo complejo. Que la
historia es un proceso de asimilaciones y aniquilaciones tácitas, un desfile de
metamorfosis, Paz lo sabe bien y utiliza el poder sintético de su prosa para
exponerlo con inteligible elocuencia. Yo he disfrutado, indistintamente, tanto
su obra ensayística como la poética: ambas son vívidas extensiones de una misma
capacidad. El gran recurso de su poesía es la imagen. Aquí, Paz, revela tanto
sus raíces clásicas y barrocas como surrealistas. Hablar de imagen en poesía
supone renovar indumentarias retóricas, explotar la imaginación. Esta edición de su obra poética completa pone
de manifiesto el carácter demiúrgico y lúdico que la poesía reviste para Paz.
Ha sido una estupenda idea incluir la prosa poética, poniendo ante los ojos del
lector obras estupendas como El mono gramático
o la rareza de La hija de Rapaccini. Es un libro de 900
páginas, pero la estupenda y flexible edición de Galaxia Gutenberg hace
agradable el manejo del volumen.
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