Este
domingo pasado se clausuraba la exposición Memoria y Recuerdo instalada en la Cárcel Vieja de Murcia.
Fotografías,
videos y esculturas componían con sus creaciones un homenaje a ese denso y
fantasmático laberinto que es la Memoria, centrándose en la historia de la
cárcel, hoy convertida en sala de exposiciones.
Personalmente,
lo que sí me hizo viajar en el tiempo con una rara sensación de aventura y
melancolía, fueron las fotos expuestas sobre el motín que sufrió la cárcel en
1977. Me fijé en la apariencia chulesca de los presos subidos a la azotea del
edificio, con el pecho al aire, abundantes melenas, ni un gramo de barriga y
pantalones ajustados de pie de elefante. Recordé que yo en mi adolescencia
vestía así. Por muy alejadas que estuvieran las existencias de unos presos
encaramados a las tejas de una cárcel, de la mía, en particular, convergíamos
en el modo de pertenecer al corazón secreto de una época, éramos los hijos del
Eros del momento.
Recordé
también, por asociación de ambientes, aquellos días de ineludible adocenamiento, de
cuasi promiscuo confinamiento, vividos durante la mili.
Examinando
las imágenes de aquellos presos arremolinados en frágil techumbre, pensando en qué habría sido
de ellos, sentí la emoción quizá algo ridícula de la autenticidad. ¿Qué
autenticidad era esa? La que otorga la encarnación individual del tiempo, el
haber pertenecido involuntaria y radicalmente a un período de la vida, de la
historia. La memoria despliega el mejor film: el que hemos protagonizado
nosotros.
Me
paseé por el resto del edificio antiguo que no es sala de exposiciones,
fijándome en el tipo de construcción, en los ladrillos colocados
horizontalmente formando tristes elevaciones sin gracia, en las ventanas
enrejadas por las que montones de seres humanos anónimos se habrían asomado al
exterior; en las torrecillas de vigilancia, en los netos muros, en los amagos de escalera
sumidos en sombra, en el duro patio que ahora invitaba con lujo escaso a que el
paseante tuviese el detalle de visitar la cárcel.
Sé
que a veces, inventamos inconscientemente, al recordar, como afirmara Juan Benet en un ensayo, que añadimos
gestos e intensidades a algo experimentado o visto hace 30 o cuarenta años,
pero lo que no podemos rechazar ni negar es que en un momento concreto del
continuum que representa gráficamente nuestra vida, hemos pertenecido y sido
memoria, apuntaladores de esa cinta corrediza en varias direcciones y de
dimensiones indefinidas que es el tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario