sábado, 16 de septiembre de 2023

OTROS DIARIOS DE LECTURAS

 


 

Recuerdo cómo en la adolescencia disfrutaba con la poesía surrealista y dadaísta: Breton, Peret, Tzara, Apollinaire… Uno buscaba la sorpresa metafórica, la imagen delirante a través del instrumento más sofisticado: el lenguaje. Hoy el disfrute de la poesía lo experimento de forma múltiple, pero se impone uno esencial: cuando compro un libro de poesía tengo en cuenta que adquiero un testimonio sutilísimo de alguien especialmente capacitado  que sufrió, amó, vivió en una época y en un país, determinados. En parte, aquí emergería la divisa machadiana crucial a la hora de ubicar y descifrar la obra de alguien: la palabra en el tiempo.

 

 


Leo de Arthur Prior Ensayos sobre filosofía del tiempo. Prior fue un agudo filósofo de Nueva Zelanda, muy infrecuente por estos lares. Se trata de un lógico que no duda en analizar proposiciones complejas, qué es una proposición, si pueden perder veracidad con el tempo. Los ensayos me hacen recordar a Borges por su sofisticación y altura intelectual y claro, por su literaria temática. Prior analiza el pensamiento de San Agustín y el de los antiguos griegos. También hace incursiones brillantes y breves en el pensamiento medieval. Sus conclusiones no se presentan como tal. Hay que saber leer filosofía para advertir las sutilezas que una mínima variación lingüística puede suponer. Los títulos de alguno de sus ensayos prometen desarrollos suculentos:   

 

 

 

Todos los días pienso cosas últimas: la muerte que se aproxima, la muerte que se ha llevado ya a personas conocidas, amigos, parientes muy cercanos, lo difícil que resulta que a determinada edad la vida te ofrezca nuevas alternativas, no poder  hacer ya nuevos amigos y que sean importantes para ti, etc…

 

 

Recuerdo lo que con chulesco desdén dijo Duchamp sobre el viaje que hizo en su tiempo a Argentina: no he tenido la suerte de encontrarme con nadie que se interesase por el pensamiento. No cayó en la cuenta de que el argentino o los argentinos que sí se interesaban por el pensamiento, si hubieran sabido del paso de alguien como Duchamp por allí, también se habrían lamentado de la mala suerte de no toparse con el francés.

 

 

Leo con sumo placer a Guillermo Carnero. Es el poeta ideal: exquisito, complejo, exclusivo. El poeta vivía, por lo menos hasta hace unos pocos años en Alicante. Yo vivo en Orihuela y jamás he contactado con él ni lo conozco.

 

 


 

Echo un vistazo a una edición de aforismos de Rabindranath Tagore aparecida en Ariel. El tempo de la escritura revela hondura y majestuosidad. Otras cosas que he leído del escritor indio me han parecido menos brillantes. Gitanjali no acabó de impresionarme, seguramente porque entonces yo vendría de hacer lecturas más barrocas. A Borges no le hacía mucha gracia. Criticaba su indefinición… Tagore escribió contra los ingleses, desconozco si lo hizo sobre los intocables, una injustica rotunda y detestable de la sociedad india. Lo que me gusta de Tagore es su rostro: es exótico pero la calma de su mirada y las facciones suaves casi lo occidentalizan si no fuera por la barba y los ropajes. Qué difícil imaginar un personaje como él ahora. La admiración por el talante ético de los autores ha desaparecido. Ahora existe el culto idiota y fugaz por el famoso. Cuando Gabriel García Márquez visitaba su pueblo de nacimiento, era todo un acontecimiento. Había fiesta. Ortega y Gasset llenaba teatros cuando iba a dar conferencias.

 

 

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