Estoy
leyendo una selección de ensayos literarios de Elisa Gabbert. No la
conocía de nada, pero observé en la contraportada que era una escritora joven, norteamericana y que vive de publicar reseñas
de obras poéticas en el New Yorker. Ahí es nada. Vamos a ver cómo piensa una
joven de treinta y pocos años en pleno apogeo de las redes sociales y el
pensamiento políticamente correcto, viviendo como vive en el centro neurálgico
del nuevo Vaticano que es EEUU. Los ensayos que leo son breves y audaces. Nos
dice que actualmente en Estados Unidos nadie lee a Faulkner. Realiza
apreciaciones interesantes sobre el aforismo. Elogia a Javier Marías. Nos habla de las estrategias para
autoestimularse y atreverse a escribir narrativa. Leyéndola pienso: ¿tendremos
los poetas actuales cómplices secretos
en plenos Estados Unidos que defiendan la poesía? Esa es la razón por la que he
adquirido su libro.
Leyendo
la obra poética de Guillermo Carnero
en una edición de Cátedra que alcanza hasta 1990, aunque conozco todo lo que ha publicado recientemente, en los últimos años. Carnero resulta impecable en
cuanto a fidelidad a sus temas y órbitas estilísticas. Admirable. No ha cedido
a tendencias, politizaciones o similares. Él a sus palacios dieciochescos
italianos o franceses, mundo clásico, purezas rebosantes del verbo y artistas europeos
desconocidos del XIX que han efectuado una obra casi secretamente exquisita. Necesitamos
poetas entregados a mundos como estos, aun teniendo en cuenta todo lo
acontecido en la pululante fuente mágica del arte y la literatura de los dos
últimos siglos. Su especialización clásica y estética es garantía de altura
poética.
Han
publicado una selección de las memorias de Augstus
Von Platen. Se trata de un poeta y aristócrata alemán de principios del
XIX. Un auténtico esteta, en búsqueda real del ideal que huye de su Alemania
natal para buscar la belleza en el Sur, en este caso, Italia, tal y como solían hacer los románticos del norte. El añadido a su compleja personalidad es la
homosexualidad, íntimo condicionante que iría a asegurarle largos ratos de
angustia y sufrimiento, a la inquieta espera del amante perfecto. Selectivo en
sus amistades y selecto en su gusto común por la vida, sus memorias nos
confiesan las estrategias que se vio obligado a desplegar secretamente para
moverse con acierto en el espacio social. La escritura poética fue su gran
lenitivo a la hora de sublimar amores imposibles. Leyendo, he encontrado un
breve pasaje aparentemente insignificante que me ha hecho viajar en el tiempo, precisamente por esa sencillez. Von Platen se acerca a un estudiante que le
gusta tras un concierto. Le pregunta, para romper hielos, qué le ha parecido la
velada musical. Él, el deseado, responde: Bien… Von Platen ataca de nuevo y le
pregunta sobre el tipo de interpretación de los músicos. El chico le contesta:
Me ha gustado. No sé, esta nota tan superficial, llega a fascinarme. Esas
fueron las palabras exactas que dos personas cultas “mantuvieron” una tarde de 1818 en una ciudad de Alemania,
a la puerta de un teatro. Parece que lo estoy viendo.
Leo
poesía de Jenaro Talens. Aunque su
nombre es ya histórico e importante en los circuitos poéticos y universitarios,
no es precisamente un poeta muy conocido y menos, famoso. Talens es un autor
todoterreno. Tiene una obra prolífica, estupendamente resuelta e inteligente y
posee un plástico repertorio metafórico para cualquier motivo que toque. Leyéndolo subrayo mucho porque la riqueza de
su verso creo que se camufla en la abundante escritura que expende. Por su
experiencia y grado de veteranía, Talens tiene asegurada una musa ágil y audaz,
siempre reveladora. Es por estos detalles por los que me gusta y sorprende.
Hablando de sorpresas: al ir a leer un poema suyo, advierto que se lo dedica a
Silvana Solivella, hija de un ciudadano de Orihuela, amigo de la familia.
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