Alguna
vez soñé con un autor en cuya obra convergiera, como un prisma fascinante, la
musa barroca y simbolista. Todavía estoy sacudiendo la cabeza, sin acabar de
creerme que tal autor es superado por alguien sorpresivamente real: Lezama Lima.
En
lo que se refiere a la producción de ensayos escritos por poetas, este libro,
que recoge una frondosa selección de los ensayos largos de Lezama, sería para
mí el ideal entre todos, la Suma Poética por excelencia.
Una
Suma, en el fondo, arbitraria, pues como digo, es una antología de textos y no
una obra concreta, pero cuyas incursiones trazan tan densa urdimbre de
conexiones que la unidad temática surte como efecto del propio movimiento de
las invocaciones iluminadoras.
Me
abstengo de emprender minuciosa reseña o comentario extasiado, para no resultar
redundante. Las mañas, las reacciones del propio Hacedor, se hacen visibles a
través de las sedes de la naturaleza, del verbo y de la historia. Lezama señala
estas derivaciones, la lógica de las fulguraciones, con una palabra que
zigzaguea, comprendiendo trayectos luminosos, definiendo laberintos.
Ya
hablé en otro punto de este libro-red (blog) sobre mi perplejidad acerca de la tímida
gloria que disfruta el autor por estos lares. Los lectores lo respetan, saben
que es uno de los más grandes autores en lengua castellana, y que tiene ese
puesto primero en la historia literaria, pero no parecen haberlo disfrutado de
veras como sí ha sucedido con Borges o Cortázar, por ejemplo. Su presencia se
agita ante la masa de los lectores potenciales como esa asignatura pendiente
que no acaba de expedirse.
Lezama,
más que crear una teoría poética que se reduzca a doctrina y produzca adeptos,
resume funcionamientos arquetípicos, explica, a la luz de los desenvolvimientos
modernos de la poesía y el lenguaje, qué mecanismo es el que a través de las
conjunciones temporales de la vivencia y la asistencia metafórica, funda la
imagen. Lezama expone lo que sucede en la retorta demiúrgica de la creación, sin
olvidar que, finalmente, el papel del
azar consiste en permitir la convergencia de los elementos que intervienen en
el proceso poético.
La
tensión entre la causalidad y lo incondicionado deja un testigo de las fuerzas
en liza: el poema. En
la lectura de la obra de Lezama, resulta preferible ir dosificando
observaciones, filtrar el detalle suntuoso de la reflexión tentacular, ratificar fascinaciones,
pues un solo dato ya implica a la integridad pululante y magnética que se reúne
en la definición de la imagen.
Se
me dirá, que la poética de Lezama es sólo
una entre otras. Sí, claro, pero sólo el
descuido más sospechoso puede obviar la aventura sacral y diamantina de su
escritura en el ámbito de las literaturas escritas en español.
Casi
diría que, por fin, alguien se atreve a escribir utilizando la imaginación de
un modo contundente y selecto, justificando desde tales capacidades la
descripción de los mundos y poéticas, sintetizando en bellas
formulaciones, la densa historia de las evoluciones del verbo.
Estos
son los ensayos de un poeta, por lo que nos encontramos con obras maestras de
prosa y pensamiento, resúmenes de los albores de un decir y de los mundos que
le corresponden.
Lezama
es riqueza, y su lectura hace emerger riqueza. Por ello, yo, como lector
moderno, enfrentado a las miserias de la crisis económica, a las confusiones
actuales de la poesía y a los desquiciamientos con los que los poderes
pretenden robotizarnos a través de la información, no puedo sino defender este
libro y celebrar como un bien precioso la obra de Lezama.
(Las
piezas que recoge este volumen, editado en Barcelona en 1971, son un rosario de
meteoros: Las imágenes posibles, Exámenes, Introducción a un sistema poético,
La dignidad de la poesía, Preludio a las eras imaginarias, La imagen histórica,
A partir de la poesía, Introducción a los vasos órficos, Las eras imaginarias:
los egipcios, Las eras imaginarias: la biblioteca como dragón, Confluencias)
No hay comentarios:
Publicar un comentario