LA MONJA ILUMINADA
Nuestro barroco confesional es
un abigarrado desfile de beatos, santos y santas, apariciones fantásticas, repentinos
arrobos en laberintos monacales, éxtasis e iluminaciones que cursaron su variopinta
pasión bajo los cánones aparentemente estrictos de una fe reconocible y común.
He ahí la singularidad que describe toda una época y que como tal puede visitarse histórica o
estéticamente: una geografía tan simbólica como real habitada por personajes
propios dotados de argumentos también propios.
Y si tal mundo de mundos
puede visitarse, aquí la crítica no tendría otra función que la de exponer por qué ese mundo fue como fue,
revelándonos confines de la mentalidad, de la sociedad, de las razones de la
gestualidad litúrgica sorpresivamente cercanos.
La figura de Sor Úrsula
Micaela es una integrante más de este desfile de personajes y fenómenos. Ha
sido su persona o su personaje histórico lo que, casualmente, me ha hecho
reflexionar sobre la singularidad cultural de ese período y la tendencia
viciosa a estereotipar fragmentos complejos de historia.
No creo exagerar si recuerdo
que, en nuestro caso, es decir, en el caso de España, el Barroco, es nuestra
inmediata modernidad. Nuestros clásicos literarios, pictóricos y musicales son
barrocos o se producen en distintos momentos de este período. Que nuestro clasicismo sea barroco explica
todavía tanto disparates políticos como las revueltas en el sentir de temperamentos
e idiosincrasias.
Es otro tópico decir que en
nosotros el romanticismo fue más liviano que en otros países, y que casi hemos
pasado de las cuitas de un San Juan de la Cruz o de una santa Teresa, a las
floraciones modernistas, siendo devotos a distancia de la revolución industrial
y emergiendo con fuerza y brillo en la constelación de intelectuales,
escritores y poetas de la Generación del 98 y del 27.
Sorteo con fruición estos
datos con la intención de volver a ubicar a esta fundadora de las clarisas
capuchinas de Alicante y el pintoresco itinerario tanto de su vida como de sus
restos mortales convertidos en objeto de culto y extrañeza.
El proceso de beatificación
de Sor Úrsula Micaela se encuentra todavía no finiquitado. La monja, nacida en
Cartagena, estuvo desde muy pequeña notablemente sensibilizada, sufriendo
ataques y experimentando visiones extraordinarias a lo largo de toda su vida. Mantuvo
correspondencia con Juan II de Austria y escribió una autobiografía que ansío
encontrar publicada en Alicante o en Murcia. Su cuerpo incorrupto desde hace
tres siglos ha sido sometido, recientemente, a un minucioso estudio a la búsqueda de, la
verdad, no sé qué, en sus transcendidas
fibras terrenales.
Y matizo este detalle porque
el “gran atrevimiento” del cristianismo, el no va más del desasosiego teológico
es la exhibición de los restos físicos de algún gran personaje de la fe, quien,
se supone, debe estar habitando contornos mucho menos perecederos, desafiando toda hórrida apariencia de la putrescible materia con la "amenaza" santa de la fulgurante Resurrección. No olvidemos
que la promesa extraordinaria del cristianismo es resucitar en la carne y en el
espíritu al mismo tiempo, como si la sacra avidez por redimir al universo
incluyera no olvidar la más mínima minucia de la creación. Claro, aquí hay una
lógica primaria. Si sor Micaela vuelve a la vida eterna tendremos que verlo
ejecutado desde donde fue su soporte inmediato, desde la materia, y por ello su
cuerpo que reposa en una urna de cristal con un aspecto más o menos
inquietante, se levantará de su reposo mortal, regenerando en un fulgor vertiginoso la integridad de su conformación física; y nosotros tendremos que verlo para dar contundente fe de la
realidad de semejante maravilla.
Independientemente de estos
posibles sucesos fantásticos futuros, lo que ha despertado mi interés por esta religiosa no ha sido tanto el conjunto de su sorpresiva biografía
como el hecho de contextualizarla, es decir, el deseo de
liberarla de las manías encasilladoras de psicólogos e historiadores y
contemplar una vida de este talante como algo típico de un sentir y de unas
convenciones. Es decir, cómo esas convenciones que actúan de limitación vital
son capaces de producir en su seno experiencias arrebatadoras y transpersonales
sin que sucumban a presuntos análisis realizados bajo el mirífico auspicio del
progreso o semejantes.
Es conocido que la
psiquiatría pretende conocer las razones de visiones y arrebatos místicos. Claro que la
confusión está servida, pues qué cosa es consecuencia y qué otra, causa de. Lo que yo digo es que tal pronóstico es
producto de la actualidad cultural y que ello, a pesar de todos sus profusos
análisis y diagramas, no termina de
“explicarme”, las singularidades de una experiencia de lo místico.
Cada época tiene un contacto
específico con determinados símbolos y contenidos, cada época traza su propia
asunción moral e imaginaria y lo que yo pueda presentar como pronóstico
definitivo de la rareza de esas convivencias es mi distanciamiento crítico de
esos mundos y mi incapacidad de sumirme en ellos como no sea literariamente y a
través de documentos. En este punto, sí, yo puedo presentarme como el más
lúcido intérprete del barroco con la condición de no haber vivido allí, de
conocer unas coordenadas que conformaban el espíritu del momento pero que no
han conformado el mío. Y esto es tan de Pero grullo, que me quedo igual que al
principio, pues no puedo hacer otra cosa que manejar documentos de lo que fue
vida vivida y real.
El estudio que hicieron del
cuerpo no sé muy bien a qué motivos obedece: qué es lo creían que iban a
encontrar en unos restos físicos, conociéndose todas las condiciones naturales que
se tienen que dar para que una momificación se produzca.
Qué distancia encuentro
entre el historial de los arrobos místicos, las bondades personales de Sor Úrsula
Micaela y todo lo que ha suscitado su cuerpo momificado que ya no es sor Úrsula,
sino el resultado final de la naturaleza, bien lejos del mundo de la voluntad y
de los hechos humanos. Prefiero la imagen pintada de Sor Úrsula que aparece en
la edición de su autobiografía, estimula mucho más y plácidamente mi imaginación
sobre lo que fue la vida de esta religiosa, pendiente de convertirse en santa, que
el oscuro muñeco que amenaza con escapar de su féretro de cristal y provocarnos alguna pesadilla.
Lo que justificaría la
manipulación del cuerpo de Sor Úrsula sería que se llegara a comprobar que una
vida de alta virtud tiene efectos post mortem sobre el estado del cuerpo. Pero
la llamada ciencia, hasta el momento, se muestra incapaz de confirmar nada sobre semejante cosa.
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