Leyendo el Suspiria de Profundis de De Quincey encuentro en la Segunda Parte un pasaje borgiano: "Vierte en una clepsidra romana cien gotas de agua; déjalas correr como las arenas de un reloj de arena; cada gota mide la centésima parte de un segundo, de manera que una hora representa trescientos millones de gotas. Cuéntalas al caer; mientras esté pasando la quicuagésima gota, cuarenta nueve ya no son porque han perecido, y cincuenta no son todavía porque aún están por venir".
De Quincey habla de la inasibilidad del instante, de lo quimérico que resultan nuestras mediciones del tiempo. Su cita nos está diciendo que siendo matemáticamente rigurosos a la hora de calcular el tiempo, éste se afantasma, se convierte en una materia sutil en la que es imposible determinar el punto exacto en el que nos encontramos. Recuerdo que Deleuze decía que el presente es una órbita rodeada de partículas de pasado y de futuro en formación (el devenir constante).
Días después de leer este pasaje de De Quincey, me acuerdo de que mi hermano me regaló una cámara digital minúscula. Salgo a la calle y compro la conexión adecuada y unas pilas. Instalo el disco del programa de la máquina en el ordenador y hago un par de fotografías en mi habitación. Fijo el objetivo sobre un maniquí que recogí de la basura, sobre la mesa donde tengo el ordenador, sobre el suelo de la estancia, sobre unas cajas arrumadas contra la pared.... Al pasar las fotos al ordenador, la sensación que tengo al verlas apenas segundos después de ser tomadas, es entre mágica y melancólica. Las imágenes las tengo ahí, claras, potentes, coloridas, las he obtenido sin ningún esfuerzo y a pesar de la rapidez y de la efectividad técnica, no experimento acontecimiento alguno. Esas imágenes las tengo ahí como podría tener miles o no tener ninguna. A penas hechas las fotos, son viejas. Es imposible retratar el instante. No podemos sino retrotraernos a un punto que se ve emplazado a su vez a otro punto más lejano, y éste a otro todavía más lejano, y así de modo infinito. El instante es y apenas es, ya ha sido, y es otro instante el que viene a continuación que tampoco podré grabar o capturar sin que se convierta en una imagen remota. Esto es lo increíble: el instante es remoto en cuando pretendo fijarlo, calcularlo, apresarlo de alguna manera, para representar con esa imagen el presente.
Quizá la forma en que hacer fotos resulte menos penosa sea fotografiando objetos, eludiendo los rostros. Pero los objetos familiares también tienen historia, la de nuestra intimidad.
Es curioso que la cámara fotográfica que tengo sea tan pequeña: es como si con su tamaño quisiera retraerse de la misión para la que la han fabricado. La máquina se hace pequeña, la imágenes fotográficas se diluyen indistintamente en un continuum, tal y como minúscula es la gota de agua, e infinitamente divisibles los segundos que esa gota de la clepsidra referida por De Quincey, porta espectralmente en su caída continua.
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