DIARIO DE DUELO
Roland Barthes
Barthes se resistió a escribir poesía, aun tras ser arrasado anímicamente por la muerte de su madre (digo esto no sólo a propósito del carácter estetizante de su discurso, sino porque al parecer, en los últimos años de su vida proyectaba escribir algo semejante a una obra teatral) ; pero las notas que constituyen el diario que llevó durante dos años después del deceso, transmiten en su escuetez, el naufragio de un alma, la suya, que se agarra, precisamente, a la escritura para poder sortearlo. Y tanto es así, que en esta tesitura, como en ninguna otra, Barthes comprueba el carácter benéfico de escribir, reconoce su poder "dialectizador", ante el socavón afectivo en el que se encuentra. En estas notas Barthes es, como siempre, claro, preciso, revelador, y nos confiesa su dolor, un dolor, que aunque pueda atenuarse o ceder, deja un impacto que persiste para siempre: "No, el Tiempo no hace pasar nada; hace pasar solamente la emotividad del duelo", es decir, que la ausencia del ser amado no se restituye: más o menos aniquilante, más o menos opresiva, permanece para siempre, y la aflicción es su expresión concreta.
Barthes describe el duelo no como una continuidad que tuviera un principio y un fin definidos, una linealidad descendente que se fuera diluyendo en el tiempo, sino como una irregularidad, como un vaivén: tras momentos en que el dolor parece ser menos duro, por cualquier motivación inesperada puede abrasar de nuevo, como si fuera el primer día.
Barthes habla del carácter opaco, no narrativo de la muerte, del vértigo de la ausencia definitiva del ser querido, habla de la necesidad de silencio, de no estar, de no volver sino allí donde estuvo su madre.
Uno podría preguntarse cómo escribir en y durante el duelo, y que lo haga quien se encuentra sumido plenamente en ese estado. Pero la descomposición que se vive con el malestar no supone la extinción de las facultades intelectuales y de su ejercicio, al contrario: ahora no hay disquisición gratuita, la palabra emerge no para definir laberintos foráneos, sino motivada por el atenazamiento propio de quien la expresa. El deseo de Barthes es poder controlar en lo posible el dolor y la angustia, diciéndolos, definiéndolos, ubicando su alcanze aplastante, aunque esto implique un distanciamiento imposible, ya que es el herido quien nos explica el avance de su herida: "Lo irremediable es a la vez lo que me desgarra y lo que me contiene".
Además, Barthes no escribe un ensayo sobre el duelo - palabra que rechaza, prefiriendo la menos oficial de "aflicción"- sino que logra encarar la tribulación, precisamente, gracias a la escritura, la única estrategia con la que consigue surcar este momento de agonía. En una de las notas, Barthes nos da, quizá sin darse cuenta, una definición ejemplar del duelo, en la que convergen las dos significaciones de la palabra - período de pena y combate -, es decir, la razón originaria del concepto antes de que adquiriera significaciones escindibles en el uso: "Lo que me hace soportar la muerte de mamá se parece a una especie de gozo de libertad".
Gozo de libertad... Barthes no puede ser más interesantemente explícito. Sufrir el dolor supone un enfrentamiento con el mismo, una lucha ética, psíquica, física, espiritual, la lucha más dura, cuyo transcurrir se traduce en una compensación interior y profunda: la victoria del duelo es el duelo mismo, experimentarlo, pasarlo, remontarlo sin dejar de sufrir. El duelo es pues, una intermitencia de pesar y de victorias sobre ese pesar, con el telón de fondo de una ausencia que no podrá ser ya recuperada.
Destaco una de las anotaciones que figuran entre los fragmentos no fechados y que si no fuera por las circunstancias dramáticas, parecería, por su mezcla de obviedad y agudeza, el chispazo de un aforista humoristsa: "Suicidio. ¿Cómo sabría que ya no sufro si estoy muerto".
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