viernes, 5 de marzo de 2010




LIBROS DE VIEJO




Últimamente había llegado a pensar que ya no iba a encontrar cosas interesantes en las ferias de libros de ocasión. El material de un año a otro apenas variaba, lo que antes me atraía ahora no lo hacía tanto, los libros de "ocasión" habían dejado de ser baratos..... Por otro lado, actualmente, han ido apareciendo nuevas editoriales en España, pequeñas, medianas y no tan medianas, que son las que últimamente nos están descubriendo tanto obras como autores interesantes que no conocíamos, de tal modo, que la posibilidad de encontrar una "novedad" en los libros de viejo se ha ido reduciendo. Pero este año la feria de Murcia, aunque algo mermada, pues habían menos estantes que el año pasado, ha supuesto una agradable ocasión para recuperar los ánimos de búsqueda de otras temporadas. El pequeño puñado de obras con que me hice en mi última exploración: Leonardo da Vinci, de Sigmund Freud, la famosa biografía psicoanalítica del artista; Egipto, el fin de una época, de Pierre Loti; Historia de la parapsicología de Jon Aizpurúa; Sobre la naturaleza del significado, de Christensen; La civilización puesta a prueba, de Arnold Toynbee; una edición casi facsímil del diario de viaje que Gozenbach llevó entre 1887 y 1888 atravesando el mítico desierto del objetivo preferido por los exploradores decimonónicos, Viaje por el Nilo; Interpretación sintética del espiritismo, de Gustavo Geley, racional esfuerzo de afrontar unos hechos misteriosos; un libro de fotografías de Javier Campano; Plumazos de un viajero, obra del ilustre médico Antonio Pulido sobre sus viajes por Francia, Holanda, Bélgica, Alemania y lo que era por entonces el Imperio Austrohúngaro, en una edición sin cortar de 1893, y añadido a todo esto, un estupendo disco del organista de Jazz, Jimy Smith.
Me he dado cuenta de que con el tiempo, mis preferencias se han ido ordenando en dos grandes bloques: las lecturas más típicamente literarias, lecturas lineales, narrativas, en las que me abondono al placer de cursar el espacio y el tiempo infinitos y que suelen ser libros de viajes, diarios íntimos, autobiografías y menos frecuentemente, ficción ; y por otro, lecturas más puramente intelectuales, en las que disfruto de los meandros especulativos de la teoría: ensayos, obras de semiología, filosofía, crítica literaria, etcétera.
En el primer caso me dejo fascinar por la anécdota, por el misterio que arrastra y y se encuentra disperso en la prosa del mundo, reparando en el cómo y porqué del registro de los distintos autores; en el otro el placer no depende de recorrer itinerarios espaciales o temporales, sino de la irrigación luminosa del pensamiento, de la excitación de saberte en el centro de las revelaciones verbales. Ambas lecturas, aunque efectuadas sobre continentes distintos, obedecen al mismo motivo: el placer. Sobra la referencia barthesiana.
El libro de Geley sobre el espiritismo se sitúa en un estadio intermedio, ya que es una reflexión puntual hecha sobre algo en el mismo momento histórico en que ese algo, que para nosotros se ha convertido en poético, se producía, es decir: se trata de la obra de alguien que vivió la época de las sesiones espiritistas y experimentó con médiums, y que lleva a cabo un análisis todo lo riguroso que le es posible de aquel mundo que hoy se reduce, meramente, a una pintoresca iconografía: grupos de personas muy seriamente vestidas dormitando en torno a una mesa, poses hiératicas o crispadas de las mediums, gasas ectoplásmicas flotando en la oscuridad, fotografías borrosas...
La lectura del libro de Toynbee, La civilización puesta a prueba, resulta sorpresiva: los temas y problemas que plantea se encuentran actualmente en pleno debate y desenlace. Le dedicaré una breve reflexión más adelante. Resulta interesante comprobar cómo se transforma el libro según su utilización y ubicación. Si no se me hubiera ocurrido abrir el libro de Toynbee y hojear por encima su contenido, se hubiera quedado ahí,entre el montón de nichos de celulosa amarillenta que desbordaban el puesto. Quiero decir que ese libro que tú rescatas del resto indistinto, cuando lo tienes entre tus manos, le pasas un trapo y te lo llevas a casa, se transforma como objeto, como medio de transmitir una información. Su aspecto manoseado, sus bordes arrugados, sus manchurrones, dejan paso a una riqueza que estaba oculta cuando el volumen permanecía mezclado de modo infame con los otros. De esas páginas vejadas por el paso del tiempo emerge un discurso, un ensamblaje brillante de palabras que a través de tu lectura adquieren actualidad, aunque el texto haya sido escrito hace décadas. Brota la inteligencia y reconoces un espíritu común disimulado, momificado en un viejo volumen que sólo ha precisado de tu atención para resucitar.
El libro: según Borges, el mayor invento del hombre y el tipo de objeto con el que, literalmente, sueño con más frecuencia. No sé, me parece que sí, haber contado un sueño que tuve recientemente: soñé que tenía en mi biblioteca un libro de Wittgenstein, con media portada desgarrada, estrecho, de tamaño grande y color crema, titulado Lo Algo. La desilusión fue tremenda al despertar y comprobar que el tal libro no existía. Ahora con lo que fantaseo es con lo que el filósofo hubiera escrito en ese libro imaginario. Bueno, quién sabe. Quizá algún día me lo encuentre semienterrado en algún puesto de libros de viejo (en otro sueño).

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