viernes, 26 de marzo de 2010


LOS MIL Y UN HOMENAJES

De la tonelada de homenajes, conferencias, recitales, mesas redondas, publicaciones y demás que está suponiendo ya el Centenario Hernandiano, lo que resulta admirable es, precisamente, esa fecundidad - crítica, histórica, biográfica - que un personaje puede suscitar cuando confirmamos en este su ejemplaridad, su autenticidad, su significación en la historia. Y aunque puedan levantarse voces criticando una explotación del poeta o señalando cierto empalago, tal eclosión de actos debe interpretarse como una fiesta, como una celebración de la poesía misma, lo que por un lado hace justicia al poeta, y por otro, satisface de ese modo - festivamente - una necesidad numinosa de identidad colectiva, de pertenencia entrañable a un acervo cultural colectivo.
Tengamos en cuenta, hablando en términos hermenéuticos, que la "popularidad" es un acuerdo, es decir, el término feliz de un recorrido y de una aceptación, de un camino de reconocimiento que la sociedad emprende a favor, finalmente, de alguien, un acuerdo que, como ha ocurrido tantas veces con poetas y artistas, no se consagra definitivamente sino tras la muerte.
Miguel Hernández es virgen a todo comentario y a toda exégesis, ajeno a la mole de publicaciones y versiones que sobre él han aparecido y aparecerán, extraño a toda hagiografía, a todo elogio, a toda reivindicación. Jamás oirá todo lo que se escribe sobre él, sea bueno o malo. Hernández es ya un clásico, ya no pertenece a los vaivenes de la contingencia, aunque unas y otras biografías, pretendan arrastrarlo hacia ella. Ahora está en los libros, en la memoria de la cultura, y lo que nos interesa fundamentalmente es su obra, su poesía, la dimensión de una voz. El desglose de las circunstancias vitales es, propiamente, tan indefinido, cuantitativamente, como variable en perspectivas y tendencioso según la dirección de las mismas, y aunque resulte valioso todo ese caudal informativo, es la rotundidad, lo entrañable de sus versos lo que llega a nosotros, inalterable.
Un texto genera otros textos. Semióticamente hablando, podríamos decir que Miguel Hernández es un Texto, un gran símbolo. El seguimiento de la peripecia vital de ese Texto, de ese cuerpo, de ese productor de un mundo llamado Miguel Hernández, supone la emergencia de toda la pululante literatura crítica , cuya misión es reconocer y retornar al gran valor del Texto originario después de haber definido e identificado todas sus vinculaciones, ramificaciones y significaciones. De ahí, que, en definitiva, el mayor homenaje al poeta consista en leerlo. Simplemente.
Resulta envidiable la popularidad de Miguel Hernández. ¿Existen hoy en día poetas populares, es posible que un poeta en la actualidad, sea capaz de vehicular el sentir general de la gente, que goze de una simpatía prácticamente unánime porque lo consiga? ¿O es que los poetas actuales están atrincherados porque el pueblo prefiere otros "voceadores" de sus deseos: el cine, las novelas, la televisión...? Quizá no haya pueblo sino "masa" y la poesía no tenga otra opción que dar cuenta de ese secuestro, haciéndose, a veces, oscura y antipática a nuestros ojos lectores. Miguel Hernández cubre una etapa reciente de nuestra historia, signada por el acontecimiento épico-dramático de la Guerra Civil. Nuestras circunstancias son muy otras. Pero ante el misterio del mundo y de su constante devenir, podemos decir, utilizando un admirable motivo hernandiano, que hay otros poetas que acechan ese misterio, dispuestos a desbrozarlo.

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