miércoles, 12 de mayo de 2010


ENEMIGOS PÚBLICOS
Michel Houellebecq/Bernard-Henri Lévy

Con una mezcla de interés y algo de vergüenza ajena he sacado este volumen de la biblioteca. Dos autores deciden establecer un diálogo-debate a través del correo electrónico y publicar un libro con el resultado de todas las intervenciones. Bueno. La cuestión está, no tanto en cómo deslindar los ejercicios de elocuencia de la confesión de ideas y compromisos, sino en cómo soporta el lector el grado de exhibicionismo ineludible que implica el proyecto y encima, sabiendo que quienes debaten y hablan son dos de los exponentes actuales más destacados de la siempre locuaz intelectualidad francesa. Quizá lo que podamos interpretar como pedantería no sea, en la estilística francesa, más que apasionamiento por la elaboración del razonamiento, y la fácil caricaturización a la que se prestan los dos interlocutores protagonistas en cuestión - Juelebek con su aspecto de pollo mojado destilando sordidez (imagen que él mismo asume),y el playboy de la filosofía, Bernarjenrí Levi, con su sempiterna chaqueta negra y el cuello de la camisa desplegado como el típico ligón de discoteca de los setenta que Jhon Travolta representara en Fiebre del sábado noche - sea el precio que tengan, paradójicamente, que pagar por su autenticidad. Cuando se autotachan de de "enemigos públicos" son tan pedantes como sinceros. Y ellos mismos se dan cuenta de ello cuando dicen que la fama les ha sobrevenido, no la han buscado, y que se expresan libremente a pesar de ello.
Juelebek emite una sensación crispante, de déjà vu, de repetición hastiada, - otro escritor maldito, por lo que se ve - y a mí que tanto me gusta la literatura francesa, el personaje que es o que se ve obligado a representar me interesa poco. Desde luego, Juelebek no pretende caer simpático a nadie, defiende su egoísmo, y como se le ha vuelto irrespirable vivir en Francia se ha ido a Irlanda. Rebuscadamente escribe que en la escuela sacaba "unas notas ridículamente altas", en vez de escribir, simplemente, que sacaba malas notas. ¿O lo que ha querido decir es que las buenas notas que sacaba le eran indiferentes? En el epistolario mantiene una postura políticamente incorrecta, no le importa lo que les ocurra a los chechenos, y sugiere, demostrando la típica ignorancia del extranjero, que los etarras tienen derecho a luchar por su pueblo.
Más interesante resulta lo que escribe Levi, quien demuestra tener una conciencia ética y un pensamiento más contrastado. Levi le responde que los rusos han masacrado a los chechenos, que los etarras son unos simples asesinos y que una lectura tan profunda como profana de algunos pasajes bíblicos, todavía puede hacernos albergar esperanzas ante el atribulado destino humano.
Lo más aburrido del libro epistolar es cuando tanto uno como otro se empeñan en demostrar la virginidad ideológica con que empezaron su carrera vital: Juelebek participando en asociaciones católicas en su juventud y Levi afirmando que su familia no era religioso-practicante y que no pisó una sinagoga hasta los veintitantos. Sólo una cosa me ha gustado de verdad en Juelebek, su defensa de la poesía a pesar de todo. Levi le contesta que, de todos modos, el género literario más importante es el que, según las circunstancias, le deviene a uno y en el que puede transmitir óptimamente las ideas.

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