Se dice que leer es oficio de ociosos. Alguien que estuvo tan sumido en los placeres del texto como Barthes, así lo afirmó. Si a esto le añadimos la dedicación a textos antiguos, o mejor dicho, anacrónicos porque la información que contienen ha sido superada y no nos sirve, lo que estoy haciendo al ir tanteando la vetusta biblioteca que sorpresivamente me ha tocado en suerte, teniendo en cuenta, encima, la crisis económica en la que nos encontramos, casi me hace sentir reo confeso de flagrante evasión de la realidad. Ahora bien, nada más chocante, curioso, fascinante e incluso cómico, que leer textos - determinados textos - de épocas pretéritas. Cómo el tiempo segmenta esa información, la torna absurda desde el presente histórico en la que la leemos, o bien, sorpresiva, si revela algún dato que habíamos olvidado; o incluso, conecta, curiosamente, con el saber actual que tengamos con respecto a eso a lo que dicho dato hacía alusión, confirmando algún detalle o matizándolo. El pasado es lo acontecido, de acuerdo, pero los textos, aún desde sus (para nosotros) limitaciones epocales, ofrecen brechas que dispersan por las galaxias observaciones y juicios, cuyo juego dinamiza esa imagen estática y sumaria que, a veces, tenemos del pasado. También fue Barthes quien dijo que una interpretación infinita de los textos del pasado era posible, sosteniendo, de este modo, que ningún texto es monosémico, es decir, tributario de una significación exclusiva y única. Pero esta cuestión nos llevaría a suculentas reflexiones hermenéuticas y filosóficas que procuraré condimentar con la lectura paralela que estoy haciendo de Filosofía y Lenguaje, de Emilio Lledó.
Vayamos hoy con un ejemplo ilustrativo. Leo distraídamente Elementos de Geografía Universal, de Miguel Cervillo y me sorprende la tranquilidad con que habla de las extensiones, poblaciones y ciudades que componen el Imperio Austro-Húngaro, más exactamente, del Ducado de Austria. Especialmente esta zona, se convierte en un auténtico galimatías geográfico. Al Ducado de Austria pertenecen Estiria, Bohemia, Galitzia, Hungría -aunque con título de reino - , Moravia, Silesia, Transilvania, Dalmacia, El Tirol e incluso Albania, cuya capital es Zara, como Buda (que no Budapest) lo es del reino de Hungría. Milagrosamente, Montenegro escapa a esta gula de franjas, ciudades y plazas, convirtiéndose en Principado. Belicosamente, Cervillo afirma: "El Imperio austríaco cuenta con un ejército de 400.000 hombres, pudiendo duplicarse en tiempos de guerra, elevándose su marina á unos 110 buques, perfectamente armados. El Emperador se titula además rey de Hungría, con el dictado de Majestad Imperial y Real Apostólica."
Otra zona bien nutrida de estados y ducados es el Imperio de Alemania, así como infinito resulta el Imperio de Rusia, que profesa la religión Griega Cismática y que se zampa a Polonia, Finlandia, las regiones que hoy denominamos países bálticos - Lituania, Letonia, Estonia- y cuya capital es San Petersburgo. Imperio tan inmenso tiene 65.000.000 de habitantes.
Si nos desplazamos a Asia, nos encontramos con la India Transgangética que confina al norte con China y que comprende varios imperios: el de Annam y el de Birnam, así como el reino de Assam y el de Siam.
El recorrido podría multiplicarse. Si no fuera porque Cervillo nos ofrece tan abundosa información desde 1878, pensaríamos que delira, o que delira su texto, lo que, literariamente, sería perfectamente legítimo.
Es de suponer que la geografía política resulte más vulnerable al paso del tiempo y por ello ofrezca un mayor número de cambios - confirmando la constante movilidad de fronteras por la presión económico-bélica - que la descripción de los fenómenos físicos, la mayoría de ellos bien conocidos y clasificados ya por los antiguos. Pero también incluso aquí hay sorpresas, no de carácter anacrónico, precisamente, sino a causa de su aparente novedad, al menos para mí.
Cervillo escribe: "Los globos de fuego son debidos también al choque de dos nubes cargadas de electricidad contraria, viéndose descender hasta llegar al suelo, en donde rebotan con extraordinaria rapidez, produciendo una detonación semejante á la de muchos cañonazos, é incendiando con sus chispas, al estallar, los bosques y todo lo que tocan por donde pasan". Si lo que describe no es el efecto de un puro y simple rayo, desconozco en absoluto este tipo de desprendimiento eléctrico. Últimamente, periodistas y físicos, para explicar los avistamientos OVNI, han hablado de los "rayos en bola"- término un tanto tosco que se refiere a descargas eléctricas de forma esférica -, fenómeno atmosférico del que no había oído hablar nunca. ¿Es a este tipo de fenómeno al que se refiere Cervillo, aunque bautizándolo de un modo más poético: globos de fuego?
1 comentario:
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