Cuando Napoleón llega a Egipto, ante la imposibilidad de llevárselo todo, es decir, robarlo, ordena a una serie de dibujantes y artistas que reproduzcan en un inmenso catálogo todo el legado cultural egipcio: paisajes, pirámides, estatuas, papiros, templos, los sarcófagos con sus momias, etcétera. La editorial Taschen ha publicado este macrocatálogo, conocido como Descripción de Egipto. El resultado es un conjunto de brillantes y exactas ilustraciones que impacta por su gran laboriosidad.
Sumido en la embriaguez épica, lo que lleva a Napoleón a Egipto es la avidez.
Lo que impulsa a Keiichi Tahara al país de las pirámides, es su fascinación por la luz.
En Egipto, comenta Tahara en su prólogo a este libro, íntegramente compuesto de fotografías, se hace comprensible, ante el efecto implacable de la luz, que las representaciones del más allá se alojaran en el más florido , estático e impenetrable esquematismo. Las características extraordinarias del entorno físico produjeron en la imaginación de los egipcios una translación remota de sus mitologías. Se suele decir que la civilización egipcia trabajaba para la muerte, y uno se pregunta, en definitiva, si ello no es sino por la condición de vivir bajo semejante invasión luminosa que la geografía desértica no hace sino multiplicar y redimensionar. Aunque consideraciones de este tipo nos lleven al consabido planteamiento: ¿qué fue antes el huevo o la gallina; la luz produce una de las civilizaciones más soberbias de signo hermetizante, o es la civilización la que aprovecha la luz para llevar a cabo sus más osadas construcciones, desarrollar sus más plululantes teogonías? Ante el contraste entre la noche y el día egipcios, el fotógrafo, concluye su prólogo, diciendo: "Tengo casi la certeza de que las tinieblas son otra luz".
Sumido en esta luz, envuelto en una suerte de alucinación diurna, Tahara fotografía día y noche, creyendo haber encontrado el paraíso de sus fantasías infantiles, cuando, de niño, se entretenía mirando los reflejos de luz que entraban por la ventana, a través del follaje del jardín, e impactaban en la pared de la habitación del hospital en el que estaba internado.
La descripción japonesa de Tahara es bien distinta de la descripción taxonómica y totalizante napoleónica. Las ilustraciones de Description de l´Egipte son reproducciones objetivas, sistemáticas. No interpretan, registran. Las imágenes de Tahara son el archivo de su sueño personal de Egipto. Y uno se pregunta si no es de este modo, precisamente, soñándolo, como mejor podemos definir un país como Egipto.
La impresión que produce el conjunto de fotografías hace recordar la atmósfera de las Antigüedades Romanas de Piranesi: acumulaciones barrocas, fascinación arqueológica, restos admirables de un mundo que ya no existe, pero con el añadido de la fragmentación visual que el rastreo fotográfico lleva en sí, seccionando panorámicas, privilegiando perspectivas, o convirtiendo en motivo protagonista la imagen de cualquier minucia significativa.
La fotografía fetichiza rincones concretos, destaca el carácter monumental de la ruina, se detiene en la filtración de un rayo mínimo de luz entre un par de gruesas columnas, transforma en motivo abstracto los pliegues labrados en la roca de las vestimentas sacerdotales de los adoradores de Isis.
En las fotos de Tahara asistimos a una ebullición de signos y texturas pétreas, de personajes silenciosos y grandes cabezas decapitadas sonriendo misteriosamente: los restos de un laberinto perdido en el laberinto mayor del desierto.
Sumido en esta luz, envuelto en una suerte de alucinación diurna, Tahara fotografía día y noche, creyendo haber encontrado el paraíso de sus fantasías infantiles, cuando, de niño, se entretenía mirando los reflejos de luz que entraban por la ventana, a través del follaje del jardín, e impactaban en la pared de la habitación del hospital en el que estaba internado.
La descripción japonesa de Tahara es bien distinta de la descripción taxonómica y totalizante napoleónica. Las ilustraciones de Description de l´Egipte son reproducciones objetivas, sistemáticas. No interpretan, registran. Las imágenes de Tahara son el archivo de su sueño personal de Egipto. Y uno se pregunta si no es de este modo, precisamente, soñándolo, como mejor podemos definir un país como Egipto.
La impresión que produce el conjunto de fotografías hace recordar la atmósfera de las Antigüedades Romanas de Piranesi: acumulaciones barrocas, fascinación arqueológica, restos admirables de un mundo que ya no existe, pero con el añadido de la fragmentación visual que el rastreo fotográfico lleva en sí, seccionando panorámicas, privilegiando perspectivas, o convirtiendo en motivo protagonista la imagen de cualquier minucia significativa.
En las fotos de Tahara asistimos a una ebullición de signos y texturas pétreas, de personajes silenciosos y grandes cabezas decapitadas sonriendo misteriosamente: los restos de un laberinto perdido en el laberinto mayor del desierto.
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