Tenía el proyecto de comprar Especies de espacios de George Pérec. Totalmente convencido de que iba adquirirlo en una librería, se me ocurre echar, mientras tanto, un vistazo en la red para leer alguna reseña. Apenas el buscador detecta el título, me encuentro con el libro enterito a mi disposición en formato PDF. Entonces dudo. Comparo las ventajas y las desventajas entre leer el libro virtual y el real.
Si me lo grabo - sigo sin entender por qué la gente dice "bajarse cosas de internet", fomentando esa imagen vertical cuando a mí lo que me sugiere la red son flujos rizomáticos - lo que tengo es la información pura, el texto sin aderezos, un conjunto de palabras flotante. Si compro el libro, no sólo tengo el texto sino que éste reposará en la textura esponjosa de unos odoríferos pliegos sucesivos llamados "páginas" que pasaré y repasaré con placer. El libro bajado de internet es el ente intelectual, estrictamente, casi la idea que el autor tenía de su obra antes de verla materializada y accesible bajo un diseño y una caligrafía. Pero el libro es un deleite intelectivo-sensorial. Se lee y se toca, se disfruta tanto leyéndolo como poseyéndolo. Parece que tal disyuntiva introduzca aquí el viejo debate alma-cuerpo. Evidentemente, el alma está aquí representada por el libro cuasi fantasmático que me ofrece internet, mientras que el libro impreso es la materialización artesanal de un contenido ficcional. Visto así, el libro impreso es más completo. Resuelves aburridos antagonismos al fundir continente y contenido en un solo objeto manejable y portátil.
Pero yo tengo unas imperiosas ganas de leer la obra de Pérec.
Su carácter fragmentario, es decir, la facilidad y libertad que ofrece a la lectura, la posibilidad de satisfacer de inmediato mi interés, el ahorrarme, tranquilamente, unos cuantos euros, pugnan contra la pereza de tener que desplazarme a Murcia o a Elche ahora, con el calor que hace. Tan sólo tengo que mover- literalmente- un dedo y y ya tengo "el libro" en mi poder. Al final gana la comodidad. Me guardo la pieza en formato PDF en mi ordenador. Resultado: siento como si hubiera cometido un sacrilegio menor y aquella ilusión de ir a por el libro ha recibido un chaparrón de agua fría. Tengo acceso libre y gratuito a la obra, no, mejor, ya tengo la obra, ya sé lo que dice y lo que contiene, pero sin el discreto glamour, sin haberme dado a mí mismo el lujo de haber comprado ese objeto exquisito que es un libro. Casi estoy arrepentido de haberlo "bajado" de esa lujuriosa arborescencia de arborescencias que es la red.
Su carácter fragmentario, es decir, la facilidad y libertad que ofrece a la lectura, la posibilidad de satisfacer de inmediato mi interés, el ahorrarme, tranquilamente, unos cuantos euros, pugnan contra la pereza de tener que desplazarme a Murcia o a Elche ahora, con el calor que hace. Tan sólo tengo que mover- literalmente- un dedo y y ya tengo "el libro" en mi poder. Al final gana la comodidad. Me guardo la pieza en formato PDF en mi ordenador. Resultado: siento como si hubiera cometido un sacrilegio menor y aquella ilusión de ir a por el libro ha recibido un chaparrón de agua fría. Tengo acceso libre y gratuito a la obra, no, mejor, ya tengo la obra, ya sé lo que dice y lo que contiene, pero sin el discreto glamour, sin haberme dado a mí mismo el lujo de haber comprado ese objeto exquisito que es un libro. Casi estoy arrepentido de haberlo "bajado" de esa lujuriosa arborescencia de arborescencias que es la red.
1 comentario:
El libro como tal es objeto al igual que la persona como tal lo es. Un libro virtual se puede equiparar a una relación virtual. Dejamos el sentido del tacto, y otros, de lado.
Publicar un comentario