Qué capacidad de transmitir lo venturoso tienen este tipo de sencillas ilustraciones. Aunque esa simplicidad no sea sino el resultado de un código que sintetiza admirablemente en una sola imagen toda una articulación de sentidos. Esta figura alegorizante pertenece a una baraja de cartas española de principios del XIX (1817). El motivo en que se inspira son los Cuatro Continentes (Oceanía está excluida). Aunque se hace algo confuso distinguir a qué continente queda asignado cada palo de la baraja, finalmente creo percibir que los oros se vinculan a América y las espadas representan, claramente, a Europa. Mientras que los bastos son de África y las copas de Asia. Las asignaciones obedecen al simbolismo histórico del imaginario europeo: la riqueza tiene dos vertientes: la exótica- las copas de Asia - y la Nueva Riqueza de los oros de América, en este caso, la América del sur. Europa se autorepresenta con el símbolo de lo tecnológico y el imperio, la espada. Y Africa se queda con los bastos, exponentes de la fuerza bruta por explotar.
La carta que reproduzco arriba es la que inicia la serie, o mejor dicho, la anterior a toda la serie y que la representa: es como el portal, el principio y el fin sumidos en una sola figuración, la portada del libro. Soy del todo ajeno al mundo del juego y de sus reglas, pero la contemplación de este tipo de series resulta embriagador, no sólo por el elemento repetitivo que se distribuye, sino por la suerte de microcosmos icónico que integra. Y sobre todo porque se trata de una baraja antigua. Semejante tipo de fascinación también se experimenta con las estampas populares o las miniaturas medievales.
Lo primero que me transmite esta imagen es serenidad, lejana harmonía, o mejor dicho, más específica y escuetamente, lentitud soñadora. Esta sensación no sólo la provoca el motivo soberano de lo representado, sino el cómo, el perfil de las líneas, ese carácter ingenuo y remoto a la vez.
¿Hay una epocalidad de las representaciones? Esto parece decir la sucesión de movimientos estéticos de los tres últimos siglos. La imagen de la carta pertenece históricamente al romanticismo, pero se trata de la primera época del movimiento y todavía está impregnada de un trazado, de un aire barroco a la vez que relajado.
Hay una articulación narrativa en la percepción de la imagen. La escena central que se encuentra dentro del círculo, representa claramente un momento fundador. En este caso, ¿pertenece al pasado o es atemporal? Noto el contraste entre esta escena y los niños-ángeles que la sostienen como si se tratara de un espejo mágico. Los ángeles están más acá, fuera del suceso mitologizante cuyo marco sostienen. Son el soporte de la narración mítica porque su inocencia es lo que justifica y ennoblece el motivo de la representación. Si hubieran colocado a adultos sosteniendo el peso del círculo, podríamos interpretarlos como meros esclavos.
Hay una articulación narrativa en la percepción de la imagen. La escena central que se encuentra dentro del círculo, representa claramente un momento fundador. En este caso, ¿pertenece al pasado o es atemporal? Noto el contraste entre esta escena y los niños-ángeles que la sostienen como si se tratara de un espejo mágico. Los ángeles están más acá, fuera del suceso mitologizante cuyo marco sostienen. Son el soporte de la narración mítica porque su inocencia es lo que justifica y ennoblece el motivo de la representación. Si hubieran colocado a adultos sosteniendo el peso del círculo, podríamos interpretarlos como meros esclavos.
La escena ofrece un doble motivo de alejamiento: la figura femenina parece donarle al ¿colono, nuevo habitante de las Américas, Adán del Nuevo Mundo? un ramo que simboliza la belleza y los bienes naturales de la Tierra recientemente descubierta. Esta escena ya implica una lejanía mítica. El hecho de que todo se produzca en el tranquilo ámbito de una playa, relaja más la percepción y hace más soñadora la imagen. Y hay otros detalles que multiplican lo lejano: el mar, el barco y la nada amenazante construcción-fortaleza en las rocas. Valga la tautología, la corona consagra el encuentro de civilizaciones, bajo el dominio de un imperio, en este caso el español.
Padezco cierta mitología de las texturas temporales en las representaciones estéticas de todo tipo. Por ello, me pregunto si una persona del XIX percibiría objetivamente el mismo encanto ante la imagen que experimento yo. Este interrogante implicaría por un lado, diferenciar la impresión estética, y, por otro lado, la percepción de la imagen como el producto específico de un determinado momento histórico. Pero, cómo deslindar ambas cosas? ¿Hay diferentes formas de percepción según la épocas o percibimos cosas diferentes a lo largo de una misma vertiente transhistórica? Si como individuo del naciente siglo XXI siento extrañeza y fascinación ante las cosas de mi época, supongo que un individuo del XIX, experimentaría lo mismo con las cosas de su tiempo.
Podríamos decir que la eternidad de cada imagen de mundo no queda sino registrada en su estilo. Fuera de este, comienza otro tipo de eternidad y de mundo. y, a la vez, toda imagen de mundo coexiste en la memoria universal en la que danzan todas las escrituras y todas las imágenes, sin contradecirse.
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