miércoles, 15 de mayo de 2013

CRISIS CRÍTICA








 
 
 
La crisis está suponiendo algo positivo, aunque recurrente, por otro lado, en la historia moderna: la puesta en claro de lo estrictamente humano en el debate abstracto de las macrocifras, el enfrentamiento entre la persona y la maquinaria administrativa. La crisis enfrenta al ciudadano concreto con la voracidad de una red económica sin rostro, red gestionada por una élite siempre inaccesible y escurridiza. El mantenimiento del supermecanismo que hemos articulado para que el tejido social funcione, acaba siendo prioritario ante las personas reales, diluyendo derechos, imponiéndose sobre quien vive y siente. La piel del contribuyente que se ha quedado sin medios sacrificada al maquinismo del Moloch bancario, el gesto (protestatario) contra la alienación del sistema. La crisis “ayuda” a preguntarnos, a volver a preguntarnos, quiénes somos, qué papel es el nuestro en este concierto mastodóntico, hallar un tú en la masa en que degenera la sociedad. La crisis supone siempre un replanteamiento del destino de lo social.




Con esta crisis los que se están poniendo las botas son los periodistas. Y precisamente cuando, al parecer, el periodismo está también en crisis. “Los periodistas somos los que se encuentran en el tercer o cuarto puesto de los peores valorados”, dicen los propios periodistas con ese regustillo de sentirse protagonistas de nuevo en el mercado de los discursos.




Con el aniversario del 15 M, los periodistas, a través de la prensa y de la radio, plantean qué queda del espíritu de ese movimiento. Planteamiento inevitable por pura fórmula, determinado por la rutina de los aniversarios y efémerides de toda índole a que está obligado el periodismo; planteamiento algo insidioso, por otro lado, ya que obvia la realidad efectiva de la movilización de las personas en la calle, es decir, el acontecimiento, inquiriendo resultados teóricos y líderes. El eterno planteamiento a que se ven obligados los periodistas es tan estimulante para pensar la realidad social como impertinente ante la realidad objetiva del hecho, ante lo que ya ha ocurrido. Es como si los periodistas, amanuenses más o menos ingeniosos de los grandes grupos financieros para los que trabajan, les importase más la creación de una glosa cíclicamente renovada que el hecho puntual y materializado del hecho sobre el que pretenden crear un comentario infinito.




Invasión de periodistas en televisión y radio. Estupendos debates, pero presencia raquítica de agentes más sustanciales en el debate público: sociólogos, filósofos, filólogos- ¿por qué no? – e incluso psicólogos. Los periodistas se encargan de hacer el gran rastreo de lo social sin morder en la chiche de los asuntos. Un discurso con metáforas, descaradamente ilustrado, produce desconcierto, sonrisillas, no procede, es elitista…por otro lado, resulta muy entretenido observar qué estrategias dialécticas desarrollan los periodistas en sus tertulias, cómo esconden con un discurso aparentemente neutro sus filiaciones ideológicas. Véase un Ángel Expósito, un Justino Sinova.



Según refiere Gómez de Liaño, para Platón los dioses son inferiores a las ideas.
 

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