La vasija azul está sobre la mesa. En realidad, casi
flota sobre una superficie lisa que brota de la sombra y se impone a contraluz.
El borde visible de la vasija está tan delicadamente rozado por la luz, que se
transforma lentamente sin dejar de ser él mismo, se va convirtiendo en lo que,
si estuviera pintado, sería su origen extrapictórico: una muesca flotante de
loza pulida. La vasija, es ahora, en mi observación atenta y tenuemente alucinada, imantación pura, algo
tan remoto como devenido. La vasija que
veo es real, pero ahora que la observo me voy dando cuenta de lo que no era hasta hace unos instantes. ¿Descubre mi
percepción el objeto-vasija, a fin de cuentas, ahora que por fin veo la vasija
convertida en ella misma, tras ser fuente y centro de sus propias metamorfosis,
ahora, que tras los tanteos visuales y los cálculos acerca de sus densidades de
color y textura, he llegado incluso a confundirme, sabiendo que la vi antes de estos
razonamientos, cuando atardecía, por primera
vez?
domingo, 27 de abril de 2014
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