Uno lleva haciendo recuento casi obsesivamente del tiempo que ha vivido y del tiempo que se ha escapado, aunque ambos, finalmente, acaben confundiéndose. Quizá este estado de inquietud, este rumiar interno y continuo, explique el que, sin hacer evocaciones especiales de la memoria y como si algo o alguien me enviara un mensaje desde algún punto remoto en el espacio y el tiempo, me esté viniendo a la cabeza, últimamente, la imagen del cartel de anuncio de una película, que me impactó notablemente cuando lo vi por primera vez.
Según mis cálculos debió ser una tarde de julio o agosto de 1977. Estaba en Torrevieja, y paseaba tranquilamente con mis padres por el centro, cuando divisé en una de las paredes de la lonja donde colocaban las carteleras de las películas, la figura de uno de los carteles. La película era Lipstick, y el cartel reproducía un retrato no fotográfico de la protagonista, Margaux Hemingway.
Recuerdo la fascinación que me produjo aquel rostro y lo intrigado que me quedé con el extraño título de la película y con lo que en tal película podría suceder.
Nunca vi la película ni deseé hacerlo; tampoco imaginé nada en concreto sobre ella; tan sólo me quedé con el impacto fascinador de aquel rostro bellísimo y pensé que la vida se mostraría generosa, sofisticada en aquel film.
Ahora que puedo ver amplios pasajes de la película por internet y conozco el tipo de vida que llevó Margaux Hemingway y cómo acabó, interpreto que la insistencia de esta imagen no es sino una enseñanza del propio tiempo: la vida hay que vivirla, porque, entre otras cosas, se acaba y no tenemos sino una sola y espléndida ocasión para hacerlo. Resulta curioso comprobar qué motivos elige el inconsciente, el fluir del tiempo en nuestro interior, para darnos el toque. La película, Lipstick, es un ejemplo del tipo de vida que llevó Margaux: vertiginosa, siempre al límite, como si a través de la maldición familiar que heredó de su tío - era sobrina del nobel Ernest Hemigway, cuya famosa vida acabó en un suicidio - confirmara la definición: lo intenso no puede durar mucho tiempo.
Según mis cálculos debió ser una tarde de julio o agosto de 1977. Estaba en Torrevieja, y paseaba tranquilamente con mis padres por el centro, cuando divisé en una de las paredes de la lonja donde colocaban las carteleras de las películas, la figura de uno de los carteles. La película era Lipstick, y el cartel reproducía un retrato no fotográfico de la protagonista, Margaux Hemingway.
Recuerdo la fascinación que me produjo aquel rostro y lo intrigado que me quedé con el extraño título de la película y con lo que en tal película podría suceder.
Nunca vi la película ni deseé hacerlo; tampoco imaginé nada en concreto sobre ella; tan sólo me quedé con el impacto fascinador de aquel rostro bellísimo y pensé que la vida se mostraría generosa, sofisticada en aquel film.
Ahora que puedo ver amplios pasajes de la película por internet y conozco el tipo de vida que llevó Margaux Hemingway y cómo acabó, interpreto que la insistencia de esta imagen no es sino una enseñanza del propio tiempo: la vida hay que vivirla, porque, entre otras cosas, se acaba y no tenemos sino una sola y espléndida ocasión para hacerlo. Resulta curioso comprobar qué motivos elige el inconsciente, el fluir del tiempo en nuestro interior, para darnos el toque. La película, Lipstick, es un ejemplo del tipo de vida que llevó Margaux: vertiginosa, siempre al límite, como si a través de la maldición familiar que heredó de su tío - era sobrina del nobel Ernest Hemigway, cuya famosa vida acabó en un suicidio - confirmara la definición: lo intenso no puede durar mucho tiempo.
2 comentarios:
Lápiz de labios ...
No sabia de su existencia .
Me ha picado la curiosidad .
Voy a ver si la encuentro .
Un saludo
Me parece que es una película algo(sexualmente) violenta. A ver si la encuentras.
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