En
las sonatas y diría que en toda su obra pianística, el "verdadero" Scriabin no
hace su aparición sino a partir de la sonata nº 5. Hasta esta obra, el mundo
sonoro de Scriabin es una lectura virtuosística y refinada del legado
chopiniano con los plásticos aditamentos de la escuela rusa.
Con la sonata
número cinco se inaugura una nueva estética, hace su aparición esa sensibilidad
típica que se corresponde con los ámbitos etéreos y fantásticos del simbolismo.
Podríamos decir que en la obra pianística “madura” de Scriabin hay de todo un
poco – trazas de atonalidad, multicromatismos, impresionismo “sui generis” –
determinado por una suerte de crepuscularidad, de indefinición que empaña todas
las composiciones de un encanto muy singular.
Las obras son como
magmas sonoros que explotan, episódicamente, para volver a la masa original y
revolverse sobre sí mismos. La música no describe líneas regulares, sino
profusión de direcciones, pequeños torbellinos, derrames repentinos,
atomizaciones constantes. Este último detalle descriptivo creo que define muy
bien el tono, el estilo de Scriabin: atomizado.
La
música de Scriabin, que en determinados momentos es muy enérgica y que en las
obras sinfónicas puede mover poderosas masas sonoras, es sobre todo, una música
atomizada, siempre al borde de desaparecer, remota, lejana, sumergida en un
clima de lírica y espesa desolación. Esa desolación es un misterio estético. En
las obras de los impresionistas musicales, por ejemplo, notoriamente, en
Debussy, también encontramos estos climas de melancolía desintegradora como un
dato de identificación propio. En Scriabin esta melancolía es a veces rabiosa,
sin dejar de ser melancólica, lo cual conduce a la autodisolución, y forma
también parte de esa sensibilidad fin de siglo, amante de decadencias, afectada
de hiperestesias y proclive al apocalipsis estético de todos los sentidos.
Siempre
que he escuchado la obra pianística de Scriabin he disfrutado sobremanera, pero
el misterio subsiste: no sé en qué tierra brumosa, en qué galaxia perdida del
cosmos me deja y lleva. Es como si ante el nuevo siglo que comienza a
inaugurarse, la música del ruso viniendo de las espesuras postrománticas decimonónicas,
se diluyera en un abismo espiral antes de entrar más en ese nuevo siglo, no
perteneciendo a ninguna época en particular, ubicándose sólo en el eje
espectral que articula las décadas pasadas y las que se aproximan. Una fantasía de orden temporal define, también, el etilo scriabiniano: música profética.
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