miércoles, 2 de diciembre de 2015

ESCUCHANDO LAS SONATAS PARA PIANO DE SCRIABIN


 
 
 

En las sonatas y diría que en toda su obra pianística, el "verdadero" Scriabin no hace su aparición sino a partir de la sonata nº 5. Hasta esta obra, el mundo sonoro de Scriabin es una lectura virtuosística y refinada del legado chopiniano con los plásticos aditamentos de la escuela rusa.
Con la sonata número cinco se inaugura una nueva estética, hace su aparición esa sensibilidad típica que se corresponde con los ámbitos etéreos y fantásticos del simbolismo. Podríamos decir que en la obra pianística “madura” de Scriabin hay de todo un poco – trazas de atonalidad, multicromatismos, impresionismo “sui generis” – determinado por una suerte de crepuscularidad, de indefinición que empaña todas las composiciones de un encanto muy singular.
Las obras son como magmas sonoros que explotan, episódicamente, para volver a la masa original y revolverse sobre sí mismos. La música no describe líneas regulares, sino profusión de direcciones, pequeños torbellinos, derrames repentinos, atomizaciones constantes. Este último detalle descriptivo creo que define muy bien el tono, el estilo de Scriabin: atomizado.

La música de Scriabin, que en determinados momentos es muy enérgica y que en las obras sinfónicas puede mover poderosas masas sonoras, es sobre todo, una música atomizada, siempre al borde de desaparecer, remota, lejana, sumergida en un clima de lírica y espesa desolación. Esa desolación es un misterio estético. En las obras de los impresionistas musicales, por ejemplo, notoriamente, en Debussy, también encontramos estos climas de melancolía desintegradora como un dato de identificación propio. En Scriabin esta melancolía es a veces rabiosa, sin dejar de ser melancólica, lo cual conduce a la autodisolución, y forma también parte de esa sensibilidad fin de siglo, amante de decadencias, afectada de hiperestesias y proclive al apocalipsis estético de todos los sentidos.

Siempre que he escuchado la obra pianística de Scriabin he disfrutado sobremanera, pero el misterio subsiste: no sé en qué tierra brumosa, en qué galaxia perdida del cosmos me deja y lleva. Es como si ante el nuevo siglo que comienza a inaugurarse, la música del ruso viniendo de las espesuras postrománticas decimonónicas, se diluyera en un abismo espiral antes de entrar más en ese nuevo siglo, no perteneciendo a ninguna época en particular, ubicándose sólo en el eje espectral que articula las décadas pasadas y las que se aproximan. Una fantasía de orden temporal define, también, el etilo scriabiniano: música profética.       

 

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